Voy leyendo poco a poco los magníficos archivos del Foro de estudios Joseph Ratzinger, una página llena de enlaces a sus libros (muchos de ellos completos), artículos, conferencias y entrevistas. Aquí os dejo estas reflexiones del por entonces joven catedrático de teología en Ratisbona, intemporales y sin desperdicio, sobre el a-pesar-de-todo de la gracia y sobre otras muchas cosas interesantes, todo ello al hilo del tema de la legitimidad de la crítica y la protesta en la Iglesia. El artículo, publicado en 1962 en la revista Wort und Wahrheit (Palabra y Verdad), se titula "Crítica y Obediencia":
"Nos lleva a la esencia del problema una comparación entre Antiguo y Nuevo Testamento. El AT descansaba en una promesa divina. Su culto y su sacerdocio fueron impuestos por Dios y su realeza tenía una promesa de perpetuidad. ¿ Se pueden atacar un culto y una institución que son de derecho divino? Cristo lo hizo, y predijo con una acción simbólica el fin del templo (cfr. Mc 11,11-19; 14,58; 15,29 ss; Jn 2,19). Los cristianos rara vez comprenden la enorme magnitud de este suceso; para ellos el AT es precisamente la antigua alianza; que a su tiempo debía convertirse en nueva. Pero esto no es así: mientras existió, fue sin más, la Alianza; no la antigua, sino la única alianza que Dios había hecho. No era nada claro que esta alianza debiera envejecer, y las profecías sobre un pacto nuevo (Jer 31, 31 ss.) (que en modo alguno estaban en primer plano en la conciencia de Israel) fueron dichas en un sentido escatológico (cfr. Is 11). La Thora era palabra de Dios, y el culto estaba divinamente establecido; atacarlos debía parecer a la conciencia de Israel lo mismo que a nosotros un ataque a la ordenación sacramental de la Cristiandad.
Sin embargo hay una diferencia ya que en el AT, junto al templo, la institución y la ley,existieron desde el principio los profetas, elegidos por Dios, como palabra libre que El se reservaba. La trágica figura de Jeremías, constantemente encarcelado como hereje, atormentado como rebelde a la Palabra y a la Ley de Dios, perseguido y fallecido sin nombre en la oscuridad del olvido, nos hace comprender la esencia y la enorme exigencia de la misión profética. La profecía no consiste tanto en ciertas predicciones, cuanto en la protesta profética contra la autosuficiencia de las instituciones que sustituyen la moral por el rito y la conversión por las ceremonias. El profeta es testigo de Dios. Frente a la interpretación arbitraria de la palabra de Dios y frente a la tergiversación clandestina y pública de las señales divinas, el profeta pone a salvo la autoridad de Dios y defiende Su palabra del egoísmo de los hombres. Y así, en el AT existe -combatida y oprimida por la autoridad, pero cada vez más reconocida como voz de Dios- una crítica que crece en mordacidad hasta la descripción del destructor del Templo como siervo de Dios (Jer 25, 9); con ello la misma destrucción del Templo (el corazón mismo de Israel) aparece ya aquí como culto frente al culto demasiado pagado de sí, que se realiza en el interior del Templo.
El primer intento de una teología cristiana, que es la predicación del diácono Esteban, enlaza con esta dirección: muestra que Dios en la historia no está al lado de la institución, sino de los que sufren y son perseguidos, y presenta a Cristo como consumación de los profetas por haber sido rechazado por los jerarcas. Cristo es la perfección de los profetas, no propiamente porque en El se han realizado las profecías, sino porque ha vivido hasta el fin la línea del espíritu profético, del no a la autocracia de la institución sacerdotal. Así se ha puesto a Sí mismo como ofrenda definitiva en el lugar de las víctimas del Templo (Heb 10, 5), destruyendo de esta manera al Templo (Jn 2, 19).
Algo parecido puede decirse de la exégesis que hacen los Padres cuando ven en el sacrificio de Malaquías (Mal 1, 10 ss.) una predicción del sacrificio de la Misa. Pues las palabras de Malaquías pertenecen a la línea que en el AT va haciendo estallar cada vez más el formalismo ceremonial para exigir del hombre su obediencia y su corazón, en lugar del rito.
Llegamos así al NT. ¿También aquí está la verdad de parte de los que sufren y son estigmatizados por los portadores de cargos? Se ha intentado explicar así la esencia de la Reforma. "Nuestra tarea propia en el diálogo con nuestros hermanos católicos es hacerles comprensible - no intelectual, sino religiosamente- la viva actitud de protesta, como la tarea divina que desde Lutero nos acosa y nos inquieta interiormente". Aquí hay que notar dos cosas: de la idea de una protesta profética no se puede deducir el derecho a una existencia cristiana fuera de la Iglesia. Es sabido cómo los profetas permanecían profetas en Israel, y en él sufrían su pasión hasta convertirse en testigos de Dios, en mártires. El mismo Jesús realizó su misión en Israel (Mt 10,5 ss.) y reconoció, a pesar de todo, la autoridad de los maestros de Israel (Mt 23,2 ss). Los Apóstoles comenzaron su predicación en Israel; y sólo después de dura lucha se atrevieron a dar el paso hacia los paganos que supuso un giro en la Historia de Salvación y el fin de la antigua alianza. Para dar este paso se necesitó una decisión de la Iglesia entera, y la convicción de que la nueva acción de Dios en su Hijo autorizaba a ello. Pero los capítulos 9-11 de la carta a los Romanos, testifican el profundo sufrimiento que supuso esta separación para los primitivos cristianos.
Con esto hemos aludido ya a la segunda observación: los cristianos comprenden que se ha realizado, ya ahora, la alianza escatológica definitiva e irrevocable; que el antiguo pacto ha envejecido pero el actual no puede envejecer.
El porqué de esta diferencia lo ha esbozado san Pablo en el capítulo cuarto de la carta a los Romanos, y puede resumirse así: el antiguo pacto era condicional, el nuevo es absoluto. En el antiguo, Dios prometía la salvación si Israel, por su parte, cumplía la Ley. La salvación depende de la moralidad y esta es la razón profunda de la existencia de los profetas: han de recordar que toda la magnificencia cultual no sirve de nada si no se cumple toda la Ley. Todo cambia en el NT. Dios se hace hombre y, en el hombre Jesucristo, acepta a la humanidad que cree en Jesús. Con esto se decide definitivamente -y en sentido afirmativo- el drama de la historia universal. Dios cierra un nuevo pacto, y acepta a la Iglesia no apoyándose en la condición siempre oscilante de la moralidad humana, sino en virtud del absoluto de la acción salvadora y gratuita de Cristo (Rom 4, 16). La Iglesia no descansa en el esfuerzo de los hombres sino en la gracia, descansa en el a-pesar-de-todo dicho por Dios y, en él, es para siempre Iglesia santa. La Iglesia presenta en su interior el a-pesar-de-todo de la gracia divina y, con él, un absoluto: la definitiva voluntad salvífica de Dios. (...)
Los Santos Padres expresaron este hecho con la imagen atrevida de la casta meretriz: según su propio origen histórico la Iglesia es prostituta, procede de la Babilonia de este mundo. Pero Cristo el Señor la ha purificado, la ha convertido de prostituta en esposa. Urs von Balthasar ha mostrado en penetrantes análisis que esto no es una pura expresión histórica (algo así como: antes era impura, ahora es pura) sino que describe una permanente tensión histórica existencial de la Iglesia. Ella vive constantemente del perdón que la transforma de prostituta en esposa; la Iglesia de cada generación es la iglesia procedente de la gracia, a la que Dios hace salir constantemente de la Babilonia en que de por sí moran los hombres.
Esto se pone de manifiesto por un análisis del misterio de la Encarnación.
Estamos acostumbrados a considerar la Encarnación como una justificación teológica de la institucionalidad de la Iglesia (en cuanto representa la aparición de Dios en formas de esté mundo). Esto es mucha verdad pero debe ser completado por lo siguiente: la Encarnación no es un término, sino un principio que concluye en la Cruz. Junto a la teología de la Encarnación ha de ir la teología de la Cruz. Esto quiere decir que todas las organizaciones terrenas, para conseguir su perfecta realización, deben pasar por la Cruz: toda forma terrena es provisoria. Y así como sería falso concebir la Iglesia con esquemas de la antigua, alianza para protestar contra Ella en nombre de una Palabra que no puede darse sin Ella, es igualmente falso concebir la Encarnación como un término, y proclamar en consecuencia que la Iglesia es el reino perfecto de Dios, negando prácticamente su gran futuro escatológico y presentándola ya en este mundo como algo sin mancilla e incriticable. El a-pesar-de-todo de la gracia divina lleva en sí el precioso misterio de lo definitivo, pero no ha hallado aún su forma definitiva, sino que está ligado al signo de la Cruz: a los hombres que necesitan de la cruz para llegar a la gloria."
JOSEPH RATZINGER. "Crítica y Obediencia" ("Freimut und Gehorsam", Wort und Wahrheit núm.17, 1962).
Incluido en El nuevo pueblo de Dios, Herder, Barcelona, 1972.
Traducido aquí por José Valldeperas. http://www.unav.es/tdogmatica/ratzinger/
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