Continúa la carta dirigida al Padre Perrin:
" Durante toda aquella progresión espiritual no recé una sola vez. Temía el poder de sugestión de la plegaria, ese poder por el cual Pascal la recomienda. El método de Pascal me parece uno de los peores posibles para llegar a la fe.
El contacto con usted no pudo persuadirme de que rezara. Al contrario, el peligro me parecía tanto más temible por cuanto, además, debía desconfiar del poder de sugestión de mi amistad hacia usted. Al mismo tiempo me sentía muy incómoda por no rezar y no decírselo. Y sabía que no podía decírselo sin hacerle caer de inmediato en un error respecto a mí. En ese momento no habría podido hacerle comprender.
Hasta el pasado septiembre, nunca en la vida se me había ocurrido rezar, al menos en el sentido literal del término. Jamás, ni en voz alta ni mentalmente, le había dirigido palabras a Dios. Nunca había pronunciado una plegaria litúrgica. Alguna vez llegué a recitarme el Salve Regina, pero solo como un hermoso poema.
El último verano, practicando el griego con T... (*) , le fui analizando palabra por palabra el Pater en griego. Nos prometimos aprenderlo de memoria. Creo que él no lo hizo. Yo tampoco, de momento. Pero unas semanas más tarde, hojeando el Evangelio, me dije que, ya que me lo había prometido y era algo bueno, debía hacerlo. Lo hice. La dulzura infinita de ese texto griego me atrapó de tal manera que durante varios días no pude evitar recitármelo continuamente. Una semana más tarde comenzé la vendimia. Recitaba el Pater en griego cada día antes del trabajo, y lo repetía muy a menudo en la viña.
Desde ese momento me he impuesto por única práctica recitarlo una vez cada mañana con una atención absoluta. Si durante la recitación mi atención se desvía o se adormece, aunque sea de una manera infinitesimal, vuelvo a empezar hasta que logro por una vez una atención absolutamente pura. Alguna vez ha sucedido, entonces, que recomienzo de nuevo por puro placer, pero no lo hago si el deseo no me empuja.
La virtud de esta práctica es extraordinaria y cada vez quedo sorprendida, pues por más que cada día la experimento, en cada ocasión sobrepasa cuanto espero.
A veces las primeras palabras ya arrancan mi pensamiento de mi cuerpo y lo transportan a un lugar fuera del espacio, desde el que no hay ni perspectiva ni punto de vista. El espacio se abre. La infinidad del espacio ordinario de la percepción es reemplazada por una infinidad a la segunda o a veces a la tercera potencia. Al mismo tiempo, esa infinidad de infinidad se llena de parte a parte de silencio, un silencio que no es una ausencia de sonido, que es el objeto de una sensación positiva, más positiva que la de un sonido. Los ruidos, si los hay, no me llegan más que después de haber atravesado ese silencio.
A veces también, durante esa recitación o en otros momentos, Cristo está presente en persona, pero con una presencia infinitamente más real, más traspasante, más clara y más llena de amor que aquella primera vez en la que me tomó.
Nunca me habría atrevido a decirle todo esto, de no ser porque me voy. Y como parto más o menos con la idea de una muerte probable, me parece que no tengo el derecho de callar estas cosas. Pues, al final, en todo esto no se trata de mí. No se trata más que de Dios. Yo no cuento ahí verdaderamente nada. Si pudieran suponerse errores en Dios, pensaría que todo esto ha caído sobre mí por error. Pero es posible que Dios se complazca en utilizar los desperdicios, las piezas fallidas, los objetos desechados. Despues de todo, aunque el pan de la hostia estuviera mohoso, aun así se convierte en el Cuerpo de Cristo una vez que el sacerdote lo consagra. Sólo que él no puede oponerse, mientras que nosotros sí, nosotros podemos desobedecer. Me parece a veces que habiendo sido tratada de una manera tan misericordiosa, todo pecado por mi parte debe de ser un pecado mortal. Y los cometo sin cesar. "
(*) Se refiere a Gustave Thibon, quien la acogió como trabajadora en su granja, por recomendación del P.Perrin, cuando fue apartada de la enseñanza por las ordenanzas antisemitas del gobierno de Vichy.
Simone Weil, Attente de Dieu (1942)- Lettre IV-Autobiographie spirituelle, pg.39-40
8 comentarios:
Una atención absoluta.
Ese es el quid de la cosa, Enrique.
"Atención pura" es el resumen de toda la obra de S.Weil. Y el de las siete moradas, y el del sermón de la montaña...
Esto me anima a repetir mis padrenuestros y avemarías matutinos pronunciados con la mente en otra parte. A veces, muy pocas, comienzo de nuevo. La atención absoluta es una gracia que hay que pedir.
Y tanto, Suso. Pedir que dé lo que pide. Y seguramente ese pedir también sea una gracia.
Como en esas parejas en las que uno es el que quiere y el otro sólo se deja querer. Lo que nos toca no es mucho más, y hasta eso se nos hace cuesta arriba.
Mira qué me encontré al acabar las Memorias del padre Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, aquel descalzo que tanto quería santa Teresa:
"He hallado gran fruto en las oraciones vocales que llaman jaculatorias, especialmente en las palabras del Paternoster, que se me pasaban muchas horas repitiendo con la boca sanctificetur nomen tuum, teniendo en el corazón el deseo de lo que allí se encerraba. Creo que hay gran engaño en muchos que toman a destajo acabar gran número de oraciones vocales y devociones que tienen, aunque sea diciendo sin atención. Yo más querría (como dice san Pablo) decir cinco palabras con espíritu que diez mil con sola la lengua." [Peregrinación de Anastasio p. 232]
Curiosas conexiones y curiosas coincidencias de encontrarse cosas similares.
O incluso decir sólo dos: Padre nuestro. Si las dijeramos bien dichas. No hay padre que se resista.
Segun Péguy: "...Mi hijo supo bien lo que hacía aquel día, él que tanto les ama".
Me acordé de ti con lo de los ejercicios de griego y el análisis del Padrenuestro. SW lo conocía en latín y en unos cuantos idiomas más, pero lo rezaba siempre en griego. Algo le vería.
Gracias por la coincidencia. Me ha gustado mucho el "a destajo", y la cita de San Pablo. Buscare esas Memorias
Tengo que leer a Weil, está claro. Y perdona por el machaque con la identidad narrativa, pero en lo que dice Weil de "en cada ocasión sobrepasa cuanto espero" veo un acontecimiento: pues el acontecimiento tiene esa virtud de venir de fuera y sobrepasar "lo propio".
No es ningún machaque, José Manuel, al revés, es un tema que me interesa mucho.
Claro que tienes que leer a Weil. Leerla es otro acontecimiento. Si te apañas con el francés, pincha en el enlace, y ahí tienes Attente de Dieu completito (Y en su vida hay varios acontecimientos fundamentales: ese del que habla con pudor, por sentimiento de estar obligada a hacerlo y cabe imaginar, conociendo sus exigencias intelectuales, que sudando a chorros, y otro que la hizo añicos y lo preparó, que nunca toca directamente -salvo en una carta que le escribió a Bernanos- y que está relacionado con lo que vivió como miliciana en nuestra guerra civil).
Estoy completamente de acuerdo en lo que dices: el acontecimiento, siempre, viene de fuera y tiene la virtud de sobrepasar, y más, incluso la de poner del revés o hacer añicos, lo propio.
Y también lo estoy con Weil en que la virtud fundamental es la atención. Y la atención, en todos sus sentidos (el de contemplar, el de cuidar y hasta el de esperar que hemos perdido en español), tiene que ver con "lo de fuera".
Creo que no me expliqué muy bien. Sólo quería decirte que sin la previa relectura del pasado a la luz de ese acontecimiento, el futuro siempre será más de lo mismo. Y que no puede olvidarse, cuando se habla de la identidad narrativa, que nos engañamos, que nos mentimos, que no sabemos, y que si desligamos narración y verdad, que siempre es compleja y lo más seguro es que (aquí) no lleguemos a conocerla entera nunca (quizá por suerte), no hacemos otra cosa que inventar personajes y puro teatro. Es decir, que no creo que todos los cuentos valgan, y que quizá más que de construirse narrativamente, de lo que se trataría es de descubrirse.
En cuanto a lo de que la reescritura o relectura tiene que ser propia y no admite el trabajo en equipo, era una bobada, a lo que me refería es a que la narración más cercana a la verdad es la que pronuncia, en la intimidad, la propia conciencia. Pero una conciencia "atenta", claro.
Gracias, José Manuel, y perdona el rollo, tú ya sabes que aunque no me explique del todo, decimos lo mismo.
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