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"En 1938 pasé diez días en Solesmes, del domingo de Ramos al martes de Pascua, siguiendo todos los oficios. Tenía intensos dolores de cabeza, cada sonido me dolía como un golpe, y únicamente un esfuerzo de atención extremo me permitía salir de esta carne miserable, dejarla sufrir sola, ovillada en su rincón, y encontrar un a alegría pura y perfecta en la inaudita belleza del canto y de las palabras. Esa experiencia me permitió, por analogía, comprender mejor la posibilidad de amar el amor divino a través de la desdicha. Sobra decir que a lo largo de esos oficios el pensamiento de la Pasión de Cristo se introdujo en mí de una vez por todas.
Había allí un joven católico inglés que, por vez primera, me hizo considerar la idea de una fuerza sobrenatural en los sacramentos, por el brillo verdaderamente angélico del que aparecía revestido después de haber comulgado. El azar, pues prefiero decir azar que Providencia, hizo de él, para mí, verdaderamente un mensajero, pues fue quien me dio a conocer la existencia de esos poetas ingleses del siglo XVII llamados metafísicos. Más tarde, leyéndolos, descubrí el poema del que le leí una traducción por desgracia muy insatisfactoria, aquel titulado Amor. Me lo aprendí de memoria. A menudo, en el momento culminante de las crisis violentas de dolor de cabeza, me aplicaba en recitarlo, concentrando en él toda mi atención y adhiriéndome con toda el alma a la ternura que encierra. Creía recitarlo sólo como un hermoso poema, pero, sin yo saberlo, esa recitación tenía la virtud de una plegaria. Fue en el curso de una de esas recitaciones, cuando, tal como le escribí, Cristo mismo descendió y me tomó.
En mis razonamientos sobre la insolubilidad del problema de Dios, nunca había previsto esa posibilidad, la de un contacto real, de persona a persona, aquí abajo, entre un ser humano y Dios. Había oído vagamente hablar de ese género de cosas, pero nunca creí en ellas. En las Florecillas, las historias de apariciones, más que nada, me fastidiaban, igual que los milagros del Evangelio. Por otra parte, en ese repentino ser tomada por Cristo, ni los sentidos ni la imaginación tuvieron parte alguna, solamente he sentido la presencia, a través del sufrimiento, de un amor análogo al que se lee en la sonrisa de un rostro amado.
Nunca había leído a los místicos, porque jamás sentí nada que me ordenara leerlos. En las lecturas también me he esforzado siempre en practicar la obediencia. No hay nada más favorable al progreso intelectual. Por tanto, en la medida de lo posible, no leo más que aquello de lo que tengo hambre, en el momento en el que tengo el hambre, y así no leo, sino que como. Dios me había impedido misericordiosamente leer a los místicos, a fin de que me fuera evidente que ese contacto absolutamente inesperado no había sido fabricado por mí.
Sin embargo, seguí rehusando a medias, no mi amor, pero sí mi inteligencia. Pues me parecía cierto, y aún lo creo hoy, que nunca se le hará demasiada resistencia a Dios si se hace por pura preocupación por la verdad. Cristo ama que se prefiera la verdad, pues antes de ser Cristo, es la verdad. Si uno se aleja de él para ir hacia la verdad, no hará un largo camino sin caer en sus brazos. "
(Continuación aquí)
Simone Weil, Attente de Dieu (1942)- Lettre IV-Autobiographie spirituelle, pg.36-38.
[Se trata de la larga carta dirigida al Padre Perrin desde Marsella, a punto de embarcar, y , tal como le dice, con el pensamiento de su probable muerte. En ella relata la historia de su vida espiritual, por parecerle -siempre en las antípodas de la vanidad- no tener derecho a guardar silencio sobre esas cosas que se refieren a Dios, en las que ella no cuenta para nada: il me semble que je n'ai pas le droit de taire ces choses. Car après tout, dans tout cela il ne s'agit pas de moi. Il ne s'agit que de Dieu. Je n'y suis vraiment pour rien. ]
*El texto original está disponible en Les Classiques des sciences sociales
8 comentarios:
Me gusta mucho la relación que establece entre leer sólo los libros que uno necesita, de los que se tiene hambre, y la obediencia, que es en este caso a uno, al hambre de uno. Creo que todos hacemos lo mismo, yo al menos sí, y este texto de Simone Weil, nos da un definitivo espaldarazo.
A mí también me gustó, Suso. Poder llamar obediencia a leer sólo lo que te pide el cuerpo está muy bien. Es tranquilizador. Como si hubiera algo en nosotros que sabe lo que necesitamos y nos lo pone delante. Traduciéndolo pensaba precisamente en eso, en cómo es posible que no me hubiera encontrado antes con esta mujer, y en si sería posible que no la hubiera encontrado nunca.
De todos modos, sí que he conocido a algunos capaces de hacerse una lista de lecturas imprescindibles y, pim-pam-pim-pam, irla siguiendo sistemáticamente. También los hay que leen por mera curiosidad, o por entretenimiento, incluso hay quien dice que cuanto más amplio el abanico de lecturas y más autores de todos los pelajes, mejor, por lo de la vista panorámica y porque siempre se encuentrahay algo que vale la pena. A mí ni la curiosidad ni el tiempo me dan para tanto, pero hay de todo.
En esto de las lecturas, del criterio para preferir algo o hacer un plan sistemático, me reconozco en algo que dice Weil: en la mediación de un tercero; reflexionando un poco, creo que las lecturas que me han sido más interesantes son las que han venido inducidas por alguien cercano, por su ejemplo, su disfrute, su recomendación. Como lo del católico inglés que cuenta. Debe de ser que leer es siempre un leer con, en, para, por... un leer "preposicional".
Es cierto, José Manuel, la gran mayoría de las lecturas que nos dejan huella, vienen avaladas por alguien a quien apreciamos y nos da la pista. Otras veces es la propia pista la que nos llama, pero siempre hay alguien que cita, o que señala, o que comenta y la deja caer, a quien debemos gratitud.
Muy bien visto lo de la lectura preposicional. Y proposicional también.
Ya tengo preparado el cuaderno para lo que nos cuentes y nos propongas mañana, es decir, dentro de un rato.
Hola, Cristina, te he conocido a través de un amigo bloguero común, Andrei Rublev, alias de Arsenio Bernal, mi muy querido amigo.
Me vine a leerte por curiosidad, pero me he quedado enganchada a tus post, y eso que voy a confesarte dos cosas: la primera es que no suelo mentir, porque aborrezco la mentira, la segunda es que no soy creyente de ninguna religión conocida o desconocida, pero, eso sí, las respeto todas, y fui católica tiempo ha.
Y este artículo tuyo, sobre Simone Weil, me ha parecido magnífico. Su figura, al igual que la de Simone de Beauvoir, son para mí ejemplares, modelos filosóficos a seguir.
Me alegra mucho constatar que internet también se utiliza para el saber y para la difusión de la cultura y el pensamiento.
Sólo soy una humilde "escribiente", ni filósofa ni nada que se le parezca, alguien que escribe poemas o relatos, pero con la modestia de no pretender trascender, quizás, como mucho, ser una mera testigo del tiempo que me ha tocado vivir.
Felices Fiestas, ante todo, que las disfrutes con ese aura con el que sólo pueden disfrutarlas los creyentes verdaderos. Y un beso sincero.
Mayte.
Muchísimas gracias, querida Mayte.
Perdona el retraso en contestarte, estuve una semana fuera y me encontre tu comentario anoche al llegar a casa. Feliz Navidad también para ti aunque sea con retraso, que las disfrutes con esa hondura con la que sólo pueden disfrutarlas las personas de limpio corazón.
Simone Weil es un personaje apasionante, yo creo que es imposible encontrarse con ella (o con sus textos, que en su caso es lo mismo que decir con ella) y no quedar tocado. Es pura inteligencia y pura compasión, las dos deslumbrantes y a partes iguales, y sinceridad absoluta -ella también aborrecía la mentira, la ajena y la propia, y más aún la propia, que eso ya es más raro-, y hambre de verdad a toda costa.
No sabes cuánto me alegra que compartamos la admiración por S.Weil (a quien acabo de ver, en un impresionante comentario en el blog del también muy admirado A.Rublev, que conoces bastante mejor que yo).
Te seguiré en tu blog, Mayte. Muchas gracias y un beso muy fuerte.
Muchísimas gracias por tus lecturas y tus atentos comentarios, Cristina, y no te preocupes por las demoras, que yo también leo y comento cuando puedo, que el tiempo no sobra a nadie, desafortunadamente, y además, esto es un pasatiempo y como tal hay que tomarlo.
Conozco a un Suso que es poeta y buen amigo, pero no es el que me recomiendas y que veo aquí en tus comentarios, y al que ahora mismo me dispongo a comocer a través de su lectura, por supuesto.
Allá que me voy a su blog, no sin antes desearte una muy feliz salida y entrada de año, que el 2012 sea un año bienaventurado para ti y los tuyos.
Muchos besos, mi niña, y ¡FELIZ AÑO NUEVO!
Gracias a ti, Mayte. Leí la hermosísima felicitación de Navidad de tu Blog, todavía más emocionante con esa apostilla confesional, y me pareció la perfecta manifestación de lo que acababa de leer en la entrada de Suso del 20.12. Pensé que te gustaría leerlo. Suso Ares también es poeta, y un grandísimo escritor. De párrafos, dice él. De relámpagos diría yo.
Besos y feliz 2012 para ti y para todos los que quieres.
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