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"... De todas las criaturas humanas que andan por el mundo, qué pocas tienen la profundidad de alma necesaria para saber hasta qué punto el dolor espiritualiza los afectos. Las almas vulgares piensan que la ternura de corazón, ese inestimable tesoro de la vida, es como una moneda que sólo se acuña con la brillante efigie de la abundancia y dentro de encantadores palacios llenos de felicidad. No conozco ninguna idea falsa tan estúpida como esa. Precisamente lo contrario es lo cierto. Habría que escribir un libro para demostrar con genio esta verdad, sin embargo tan elemental, la de que es necesario haber sufrido para ser capaz de amor. El amor es un acto de la voluntad, pero el dolor es siempre una revelación anterior a ese mismo acto, porque el hombre tiene en su mísero corazón lugares que todavía no existen, en los que el dolor entra para que existan. Por ese motivo, el martirio, es decir la aceptación completa de todo el dolor posible, precipita en un instante el alma en el amor perfecto, sin pasar siquiera por esa laboriosa imitación que es la penitencia [...]
-En efecto, casi nunca nos es posible, sea en el dolor, sea en la alegría, abrazar por entero lo que se presenta. En todo lo que nos pasa, lo que está implícito sobrepasa siempre a lo que se manifiesta. Es lo que queremos decir cuando hablamos de un dolor creciente. No es el dolor el que crece, es la apreciación que hacemos de él, y ese progreso tiene que ver con la imperfección de nuestros espíritus. De ahí viene que a menudo parezcamos mucho más heroicos de lo que realmente somos. No llevamos de nuestro fardo sino lo que vemos de él, y no vemos de él más que una parte. Nuestro Padre celestial lo hace descender sobre nosotros gradualmente y compartiendo el peso entre su propia mano y nuestros hombros, hasta que la costumbre nos hace capaces de soportar la presión entera sin ser aplastados. Nunca podemos ir más allá del presente por la inteligencia o por el sentimiento. Es así como los dolores son la mayor parte de las veces menos penosos de soportar de lo que parecen, pues los soportamos por grados, casi sin darnos cuenta. ¿Sabes por qué Jesucristo sufrió tanto? Trataré de explicarte en dos palabras una idea sobrecogedora. Es porque en su alma, todo el tiempo de su vida, hubo una identidad perfecta de presente, pasado y futuro. Eso es particularmente impresionante en la agonía del Huerto de los Olivos. Pero ese pensamiento es un abismo… Aceptar el presente no es nada, pero aceptar el porvenir… [...]
-En efecto, casi nunca nos es posible, sea en el dolor, sea en la alegría, abrazar por entero lo que se presenta. En todo lo que nos pasa, lo que está implícito sobrepasa siempre a lo que se manifiesta. Es lo que queremos decir cuando hablamos de un dolor creciente. No es el dolor el que crece, es la apreciación que hacemos de él, y ese progreso tiene que ver con la imperfección de nuestros espíritus. De ahí viene que a menudo parezcamos mucho más heroicos de lo que realmente somos. No llevamos de nuestro fardo sino lo que vemos de él, y no vemos de él más que una parte. Nuestro Padre celestial lo hace descender sobre nosotros gradualmente y compartiendo el peso entre su propia mano y nuestros hombros, hasta que la costumbre nos hace capaces de soportar la presión entera sin ser aplastados. Nunca podemos ir más allá del presente por la inteligencia o por el sentimiento. Es así como los dolores son la mayor parte de las veces menos penosos de soportar de lo que parecen, pues los soportamos por grados, casi sin darnos cuenta. ¿Sabes por qué Jesucristo sufrió tanto? Trataré de explicarte en dos palabras una idea sobrecogedora. Es porque en su alma, todo el tiempo de su vida, hubo una identidad perfecta de presente, pasado y futuro. Eso es particularmente impresionante en la agonía del Huerto de los Olivos. Pero ese pensamiento es un abismo… Aceptar el presente no es nada, pero aceptar el porvenir… [...]
--Antes de seguir, he releído una vez más tu carta. Es singularmente elocuente y amarga, y me ha entristecido y afectado tan profundamente que creí que no me sería posible responderla. Por eso lo he retrasado tanto tiempo y tan cobardemente. Lo que sobre todo me desconsuela, acabas de verlo, es esa confianza en mí, esa creencia de que tengo lo que necesitas en la palma de la mano, que me bastaría abrirla para consolarte. ¡Pobre alma triste! ¡Qué gran error el tuyo! Piensas que tengo penetración y corazón bastantes para darte algo diferente a esas imbecilidades desoladoras tan liberalmente prodigadas por los regaladores de consejos en general: “tenga coraje, cárguese de paciencia, etc. etc.”. El corazón se me subleva sólo de pensar en esos consoladores idiotas por los que Rochefoucauld decía que siempre se tiene mucha fuerza para sobrellevar las desgracias ajenas. En lo que hace al coraje y la paciencia, uno tiene lo que tiene y se carga de lo que puede. Hay almas desdichadas en su martirio, que no dan la impresión de estar muy resignadas y que, sin embargo, son sublimes ante Dios sencillamente porque no se dejan caer en la desesperación. En general, la vida es insoportable. Esa es la verdad y lo grave del asunto. Si no comulgara muy a menudo, te aseguro que me moriría de asco. Por otra parte, hay un pasaje de M. de Saint-Bonnet, terrible para los que no son cristianos: La esperanza –dice – existe para desvanecerse, la ilusión para desaparecer, la juventud para ajarse. ¿Estas enamorado? Un corazón te rechazará. ¿Eres amado? Los que te amaban ya no existen. Todo gran suspiro es ignorado, la lágrima verdadera nunca es vista, el corazón… el corazón siempre está solo."
Léon Bloy, Lettres de jeunesse, 1870-1893, Lettre IX. Périgueux, 25 avril 1873. [ la traducción es mía, los subrayados son suyos]
Léon Bloy, Lettres de jeunesse, 1870-1893, Lettre IX. Périgueux, 25 avril 1873. [ la traducción es mía, los subrayados son suyos]
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