Llegó por fin el calor y el sábado por la tarde me acerqué al centro a buscar unas sandalias. Por el camino, las calles estaban tomadas por una alemanada joven, guapota y alegre, con las camisetas del Bayern de Munich y las caras pintadas. Hasta cuarenta autocares llegué a contar aparcados en hilera junto al parque de Berlín, y la fila seguía hasta perderse de vista. En el parque abarrotado, alrededor de la fuente con su pedazo de muro de la vergüenza, cantos, abrazos y aire de fiesta-los chicos y chicas radiantes de felicidad…
A la vuelta, con el partido mediado y la ciudad casi desierta, empezaba a anochecer. Al llegar al cruce de López de Hoyos, a la izquierda, apareció de repente el cielo, un cielo como nunca vi, un cielo de Pentecostés, sembrado de nubes color púrpura con bordes de fuego, como si acabaran de prenderlas, como cuando de pequeños fabricábamos papiros medievales arrimando una cerilla a las hojas de papel. Debajo de ese cielo, un rótulo luminoso que decía “Dancing-estamos-todos-acá-boludos”, se encendía y se apagaba en el cruce vacío sin que nadie se diera por aludido.
Al pasar de nuevo por el parque, el panorama festivo se lo había llevado el viento, y el silencio que salía de los bares en los que se refugiaba la horda rubia presagiaba lo peor. Pensaba que la vida es rara cuando pasé por el chiringuito que queda en medio de la cuesta de mi calle. Habían sacado la tele, y la gente, ahora familias enteras de las que se vinieron a vivir al barrio buscando la cercanía del Colegio Alemán, seguía el partido desde las mesitas de fuera con cara de circunstancias. Y allí lo vi, una criatura de la especie pulpo-pulpo puro (porque la humanidad se divide en dos grandes grupos: los tipo "pez en el agua" por una parte, y los tipo "pulpo en garaje" por otra, con algunos grados intermedios. Es una tipología muy profunda de la que ya os hablaré otro día), con barbita gris y gafas, sentado de espaldas a la pantalla y leyendo un libro, completamente abstraído, a la luz de las bombillas. Seguí mi camino confortada. Me caen bien los pulpos. Los peces me maravillan, pero por los pulpos siento debilidad.
El domingo por la mañana no quedaba ni un autocar junto al parque. Según dicen, se fueron sin montar bronca. Daba pena pensar en esa caravana resacosa y derrotada cruzando la noche de vuelta a casa. La vida, desde luego, es rara.
A la vuelta, con el partido mediado y la ciudad casi desierta, empezaba a anochecer. Al llegar al cruce de López de Hoyos, a la izquierda, apareció de repente el cielo, un cielo como nunca vi, un cielo de Pentecostés, sembrado de nubes color púrpura con bordes de fuego, como si acabaran de prenderlas, como cuando de pequeños fabricábamos papiros medievales arrimando una cerilla a las hojas de papel. Debajo de ese cielo, un rótulo luminoso que decía “Dancing-estamos-todos-acá-boludos”, se encendía y se apagaba en el cruce vacío sin que nadie se diera por aludido.
Al pasar de nuevo por el parque, el panorama festivo se lo había llevado el viento, y el silencio que salía de los bares en los que se refugiaba la horda rubia presagiaba lo peor. Pensaba que la vida es rara cuando pasé por el chiringuito que queda en medio de la cuesta de mi calle. Habían sacado la tele, y la gente, ahora familias enteras de las que se vinieron a vivir al barrio buscando la cercanía del Colegio Alemán, seguía el partido desde las mesitas de fuera con cara de circunstancias. Y allí lo vi, una criatura de la especie pulpo-pulpo puro (porque la humanidad se divide en dos grandes grupos: los tipo "pez en el agua" por una parte, y los tipo "pulpo en garaje" por otra, con algunos grados intermedios. Es una tipología muy profunda de la que ya os hablaré otro día), con barbita gris y gafas, sentado de espaldas a la pantalla y leyendo un libro, completamente abstraído, a la luz de las bombillas. Seguí mi camino confortada. Me caen bien los pulpos. Los peces me maravillan, pero por los pulpos siento debilidad.
El domingo por la mañana no quedaba ni un autocar junto al parque. Según dicen, se fueron sin montar bronca. Daba pena pensar en esa caravana resacosa y derrotada cruzando la noche de vuelta a casa. La vida, desde luego, es rara.
4 comentarios:
Como dice d'Ors en uno de los poemas de su Sociedad limitada:
Calle arriba, con voz de piedra pómez / Los Reyes de La Fiesta vuelven deslavazados
Lo de la voz de piedra pómez, genial.
¡Es perfecto!
Y la cosa es que estos chicos me parecieron muy sanotes y dignos de admiración. Fíjate que los que se quedaron a ver el partido por los bares de la zona se habían venido hasta sin entrada. Hay que tener mucho entusiasmo...
La verdad es que era más bien yo la que me sentía una marciana, volviendo por Madrid vacío y sin tener ni idea de lo que se jugaba ni contra quién, que sólo me enteré al llegar a casa. Van a tener razón mis hijos cuando me dicen que vivo en Babia.
Muchas gracias por tu visita y esos versos, Dal.
Vae victis!
Ahí le has dado.
Cómo se notan las simpatías milanesas ¿eh? Me acordé de ti y de que al menos tú estarías contento.
Gracias, Julio.
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