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“Conócete a ti mismo”, decía la famosa inscripción del templo de Apolo. Y en que es algo muy conveniente, desde entonces para acá, estamos todos de acuerdo; en que sea fácil o incluso posible, después de veintitantos siglos dándole vueltas, ya no tanto. Según parece, su sentido original, lejos de pretender lanzar al hombre al buceo introspectivo en busca de su mismidad, era simplemente el de un llamado al respeto de los límites, un aviso contra la desmesura. Pero llegó Sócrates, agarró el oráculo, que para eso son oscuros, contestó muy humildemente: “sólo sé que no sé nada” y empezó la fiesta, y lo de dentro y lo de fuera, y los puentes que se tienden o saltan por los aires, y la verdad y la mentira, y el mentirse.
Porque sí, en principio parece que tenemos los medios necesarios para llegar a conocernos: estamos dotados de razón, de autorreflexión, tenemos memoria y una conciencia que juzga… pero tenemos también una capacidad de fabulación desbordante, y una inmensa habilidad para convertir el autoconocimiento en autoengaño. Y orgullo, mucho. Ya lo advirtió Nietzsche: "Lo hice yo, dice mi memoria; no lo pude hacer yo, dice mi orgullo. Y vence el orgullo". Quizá por eso algunos apuntan a que sólo podemos conocernos en la mirada del otro, aunque los otros muchas veces no ayuden más que a complicar las cosas, que también tendemos a inventar al prójimo, más que a nosotros mismos si cabe.
Fabulaciones, el difícil equilibrio entre realidad y deseo, cordura y locura, verdad y mentira. Cervantes, aunque nos haga simpatizar con el deseo, la locura y la mentira, todavía hablaba en esos términos, los que distinguen lo cierto de lo falso. “Yo sé quién soy –decía Don Quijote- y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia…” Es decir, una invención, un yo ficticio, noble y enternecedor, pero ficticio. La objetividad aún no había sido abolida, ni la modernidad (la que hizo del Quid est veritas? su lema) había entrado todavía a saco.
Las últimas tendencias sobre este asunto de la identidad, superada la visión positivista y curricular que nos reducía a meros datos biográficos, consideran que somos “estructuras narrativas”. Como dice H.Arendt: “responder a la pregunta quién, es contar la historia de una vida”. Somos biografía contada, o lo que es lo mismo, sujetos narrativos que interpretan los acontecimientos dispersos de su vida y los insertan (o los ensartan) en una trama con sentido. Si el ensartador es la memoria, buena o mala, la imaginación, la conciencia o el orgullo, no hace al caso; sólo importa que el cuento sea bueno, que las piezas encajen -las que no, se ignoran-, que salgamos favorecidos, claro, que parezca convincente. Identidades narrativas, o cuentos chinos, tanto da. Cada uno con el suyo.
¿Qué querría decir Rilke con aquello de que hasta los sagaces animales advierten que no nos sentimos seguros como en propia casa en este mundo interpretado"? ¿Cómo no se dieron cuenta, ni Rilke ni los sagaces animales, de que la estructura narrativa es nuestra casa?
Porque sí, en principio parece que tenemos los medios necesarios para llegar a conocernos: estamos dotados de razón, de autorreflexión, tenemos memoria y una conciencia que juzga… pero tenemos también una capacidad de fabulación desbordante, y una inmensa habilidad para convertir el autoconocimiento en autoengaño. Y orgullo, mucho. Ya lo advirtió Nietzsche: "Lo hice yo, dice mi memoria; no lo pude hacer yo, dice mi orgullo. Y vence el orgullo". Quizá por eso algunos apuntan a que sólo podemos conocernos en la mirada del otro, aunque los otros muchas veces no ayuden más que a complicar las cosas, que también tendemos a inventar al prójimo, más que a nosotros mismos si cabe.
Fabulaciones, el difícil equilibrio entre realidad y deseo, cordura y locura, verdad y mentira. Cervantes, aunque nos haga simpatizar con el deseo, la locura y la mentira, todavía hablaba en esos términos, los que distinguen lo cierto de lo falso. “Yo sé quién soy –decía Don Quijote- y sé que puedo ser, no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia…” Es decir, una invención, un yo ficticio, noble y enternecedor, pero ficticio. La objetividad aún no había sido abolida, ni la modernidad (la que hizo del Quid est veritas? su lema) había entrado todavía a saco.
Las últimas tendencias sobre este asunto de la identidad, superada la visión positivista y curricular que nos reducía a meros datos biográficos, consideran que somos “estructuras narrativas”. Como dice H.Arendt: “responder a la pregunta quién, es contar la historia de una vida”. Somos biografía contada, o lo que es lo mismo, sujetos narrativos que interpretan los acontecimientos dispersos de su vida y los insertan (o los ensartan) en una trama con sentido. Si el ensartador es la memoria, buena o mala, la imaginación, la conciencia o el orgullo, no hace al caso; sólo importa que el cuento sea bueno, que las piezas encajen -las que no, se ignoran-, que salgamos favorecidos, claro, que parezca convincente. Identidades narrativas, o cuentos chinos, tanto da. Cada uno con el suyo.
¿Qué querría decir Rilke con aquello de que hasta los sagaces animales advierten que no nos sentimos seguros como en propia casa en este mundo interpretado"? ¿Cómo no se dieron cuenta, ni Rilke ni los sagaces animales, de que la estructura narrativa es nuestra casa?
Menos mal que aún nos queda Natán...
4 comentarios:
Qué gran explicación del encanto inagotable del Quijote: simpatiza con la fantasía, pero sigue creyendo en la realidad. Muchas gracias.
Yo incluso diría que simpatiza con las dos, con la terquísima fantasía que se empeña en vivir "como si" y en ver las cosas "como si", y con la terquísima realidad que no se deja.Pero que existe la realidad, vaya si lo sabe, y no sólo Cervantes, sino el mismo Don Quijote, que a veces hasta parece que nos guiña un ojo.
Por ejemplo con ese giro final en el que viene a decir "Venga, vale, que igual me he pasado un poco y esto de la caballería ya cansa, vamos a comprar unas ovejas y a intentarlo por lo pastoril"...
Sin realidad no habría encontronazos, ni saltarían chispas, ni habría tanta piedad... Eso es lo que se pierden los que la pierden de vista ¿no?
Muchísimas gracias a ti, Enrique.
El otro día repasando unos libros releí el capítulo que Julián Marías dedica en su "Cervantes, clave española", al "Yo sé quién soy". Es muy interesante como todo lo de don Julián. Y como su blog.
Reciba usted un cordial saludo.
Pues tomo nota, Sr. Gómez de Lesaca.
Don Julián Marías da confianza, seguro que no interpreta el "Yo sé quién soy" como un esbozo de El mundo como voluntad y representación, ni ve en Cervantes un Schopenhauer avant la lettre, como gustan muchos de verlo hoy.
Muchas gracias, sus pistas y sus lecturas sí que son interesantes.
Dos cordiales saludos para usted.
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