23 abril 2010

Identidades narrativas 4. Diálogos entre aurigas


¿A qué alma, qué mirada y qué clase de conocimiento se refería Platón en AlcibíadesI,133: "Cuando un alma desea conocerse, es en otra alma donde debe mirarse"?
Platón se refiere, nos dice más abajo, a "aquel lugar del alma en que se engendra la sabiduría" y "en que residen saber y verdad". Y lo que nos dice, simplemente, es algo tan poco lírico como que el hombre conoce su alma en el diálogo racional que se establece con otra alma racional. Platón, podríamos resumir, nos habla del diálogo entre auriga y auriga. Nada más lejos del "la he visto y me ha mirado, hoy sé quién soy".
Pero ¿de verdad se descubre el hombre en el discurso intelectual?
Todo ese proceso de preguntas y respuestas por el que se destruyen las opiniones infundadas y se alcanza el conocimiento verdadero, entendido como la correcta definición de conceptos, ¿se traduce realmente en un mayor conocimiento de sí? Todos esos interlocutores enredados, confusos y sin argumentos, que terminan suplicando a Sócrates que suelte su discurso y deje de ponerlos en apuros, ¿ven acaso su alma en otra alma?

Tengo que confesar que la lectura de los Diálogos, en aquellas clases lejanas y más aún después, siempre me dejó una especie de mal sabor, una mezcla de solidaridad y simpatía por todos esos interlocutores arrinconados, por todos esos zoquetes derrotados y no mejorados, y algo parecido a la sensación de haber asistido a un alarde de inteligencia brillante y, en el fondo, estéril. Porque del concepto de justicia al ser justos hay un salto insalvable. Porque el auriga concluye, pero no mueve: auriga, carro y caballos, van cada uno a su aire. Porque todo ese ejercicio no tiene nada que ver ni con el alma ni con el sí mismo.
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Hasta que llega San Agustín... y qué gozo escucharle: "no aprendemos nada mediante las palabras... con las palabras no aprendemos sino palabras, o mejor dicho, el sónido y el estrépito de ellas". Y el maestro de retórica se apea de la retórica y señala al maestro interior, al que enseña por medio de una inspiración interior, por medio de una palabra que mueve.
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Otro gozo es la lectura de F. Rosenzweig, el autor del "Libro del sentido común sano y enfermo", "El nuevo pensamiento" y "Estrella de la Redención". Rosenzweig distingue entre el pensador pensante (denkende Denker) y el pensador hablante (Sprachdenker). Al primer grupo pertenecen los filósofos idealistas o esencialistas (las cosas son porque se piensan y somos porque pensamos), desde Platón a Hegel pasando por Descartes y Kant. Al segundo, el sano sentido común y el pensamiento realista y existencialista (pensamos porque somos y porque las cosas son). Este es el pensamiento nuevo. Aquél, metafísica enferma, es pensamiento viejo.
Así, compara los diálogos platónicos con los evangélicos y encuentra que los primeros son pensamiento viejo, lógico, que no precisa del otro, que anticipa las contradicciones (¡aquellos pobres acogotados!) y las resuelve de antemano. Sólo los segundos son realmente dialógicos. El pensamiento dialógico "no puede anticipar nada, no sabe de antemano lo que el otro va a decir; ni siquiera sabe, pues puede que sea el otro quien comience, lo que él va a decir". La existencia dialógica, sigue, se constituye por la primacía del tú sobre el yo, y el diálogo se entiende como acto de amor, ordenado a la verdad.
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Que es lo mismo que decía San Agustín: "Pues no se entra en la Verdad sino por el amor". Como también por el amor se llega al conocimiento de sí. En la mirada del amor nos conocemos. La mirada del amor nos constituye:
...el que no aprende a amar de sí se olvida,
y a si propio se ignora hasta la entraña.
No se conoce bien quien no se baña
dentro de otra mirada: en ella hundida
el alma, como carcel desleída,
como luz asomada de montaña.    [COMO NINGUNA COSA. Leopoldo Panero]


10 comentarios:

Al norte de los nortes dijo...

Estoy recordando también mis lejanas y breves lecturas de los diálogos platónicos dónde Sócrates me pareció un gran demagogo, me decepcionó mucho la mayéutica llevada a la práctica. Un saludo

Santiago dijo...

He estado varios días sin poder leer tu blog, pero ahora que lo hago y recorro las entradas desde Viktor Frankl, te confieso que me alegro de haber esperado, porque has desarrollado un hilo argumental profundo y emocionante: desde la experiencia de un psiquiatra que enseña cómo encontrar el sentido de la vida en el amor, hasta tus reflexiones sobre las insuficiencias de la tradición del diá-logos socrático y la necesidad de volver al amor de San Agustín.
Y Don Quijote por medio con su "yo sé quién soy".
Me he acordado de Machado: "El ojo que tú ves no es ojo porque lo veas, es ojo porque te ve...".
Se me acumulan los deberes. Por tu culpa (o gracias a ti) estoy releyendo a Frankl: "lo humano debe tender a algo o alquien fuera de sí mismo. Cuanto más se olvida uno de sí mismo, más humano se es...". Frankl, en otro escrito, defendía el poder del libro como terapia personal, la capacidad de la lectura para humanizar la vida y revelar verdades, "Das Buch als Therapeuticum", creo que se llamaba el artículo.
Y para muestra, tu blog...

Cristina Brackelmanns dijo...

Es que es eso exactamente, la ironía se le da de miedo, lo que decepciona es la mayeútica, alumbra criaturas sin vida.
Y es verdad que el personaje de Sócrates en los Diálogos a veces parece el de un embaucador que juega con las mismas armas de los sofistas, pero la intención le salva, Pablo, el afán de conocimiento y verdad, no el de presentar las cosas a conveniencia, y el deseo de enseñar a los hombres justicia y virtud. Sólo que...
Me alegra mucho haberte recordado tus no pueden ser tan lejanas lecturas y verte a este lado del tenderete.
Muchas gracias, Pablo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Santiago y su proverbial generosidad, capaz hasta de encontrar en todo esto un hilo argumental.
Más que seguir un hilo, yo diría que mareo la perdiz, que es lo que se me da mejor... Pero a la próxima termino, lo prometo, que ya ando un poco harta de tanto no ser yo.
Aunque qué bien traído ese Machado, da para marear la perdiz unas cuantas entradas más...
Me interesa muchííísimo ese escrito de Victor Frankl, voy a ver si lo pesco por ahí.
Gracias mil, Santiago. Da muchos besos.

Ángel Ruiz dijo...

A mí me gustó el otro día un texto de Gregorio Luri sobre el Clitofonte; ahí se habla de eso.

marinero dijo...

Curiosa variante de la rima de Bécquer, que dice a la letra: "... hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado... / ¡hoy creo en Dios!". De veras que daría para mucho el compararlas: la encuentro sumamente sugestiva.
Pasando a otra cosa, creo que eres injusto con Platón. Si sólo quisiera exponer ciertas ideas de las que está previamente convencido, ninguna falta le haría inventar la forma dialógica para hacerlo: esa construcción tentaviva, que valora y descarta (y a veces ni siquiera descarta: da a cada posibilidad su propio peso) es un hallazgo, y enriquece grandemente lo que cuenta. Más: tu comparación con San Agustín me parece no tener en cuenta que se proponen cosas diferentes. Que a ti te sea más cercano lo que intenta San Agustín (quizá especialmente en las Confesiones, libro espléndido que, con todo, no agota su pensamiento) no quita valor a la aportación platónica, que es igualmente espléndida y sin la cual acaso el propio San Agustín hubiera escrito, e incluso sido, en alguna medida, diferente.

Cristina Brackelmanns dijo...

Un texto interesantísimo, Ángel. Ahora he podido sentarme a leerlo. Muchísimas gracias. Sigues siendo el rey del link.

Cristina Brackelmanns dijo...

En todo caso "injusta", querido marinero. Me llamo Cristina.
Y tienes razón, de la Retórica a la Dialéctica hay un paso importantísimo, pero como dice Rosenzweig, la dialéctica lógica, por mucho que se contradiga, se corrija y se argumente, no da cabida al otro, no lo escucha verdaderamente, no piensa "con", y no deja de ser un monólogo.
Pero claro que ni Platón se agota en los Diálogos (que era de lo que hablaba: de los diálogos socráticos y del conocimiento de sí mismo) ni San Agustín en las Confesiones (de hecho las citas sobre el maestro interior son de De Magistro). Y por supuesto que sin Platón y el neoplatonismo, la obra de San Agustín habría sido diferente, y todo el pensamiento cristiano hasta Santo Tomás, y toda la filosofía de Occidente. Esplendido, claro que sí, y su categoría y su peso, como pensador y hasta como poeta -que para mí lo es y muy grande- nadie lo niega, pero de lo que se hablaba, también, es de la capacidad de la filosofía para modificar al hombre, para hacerlo más justo y virtuoso. Y ese es el gran salto no resuelto. Ni por Platón ni por ningún otro filósofo, claro.
Muchas gracias, marinero.

marinero dijo...

Las gracias no se merecen; y sí un tirón de orejas por no haber advertido lo del género. Pero es que no había entrado en el perfil (mal hecho), y había imaginado directamente (¿por qué, burro?) que eras varón. Una vez suficientemente estiradas las orejas, con las ídem de burro resultantes -quiero decir, obtenidas en carne propia- prometo permanecer de cara a la pared un tiempo razonable, más un pequeño suplemento irrazonable para que no se me olvide. Perdón.

Cristina Brackelmanns dijo...

Por favor, marinero, no hay nada que perdonar,lo que aquí se muestra es bastante unisex, era una simple aclaración.