22 marzo 2012

Mas los pañuelos que lavo

Un amigo que entiende de estas cosas me ha reconvertido en CD varios discos viejos, de aquellos de vinilo, que me hacía ilusión volver a escuchar.

Cuando el último tocadiscos se estropeó, allá por el 90, después de la transformación del plato en parking de cochecitos giratorio y de la aguja en grua , me pasé al reproductor de CD, que era menos tentador y más seguro, y guardé todos los LP en una caja en el maletero. De vez en cuando me acordaba de alguno y lo echaba de menos. Tenía varios discos que ya no he vuelto a encontrar, de Lipatti y de Cortot por ejemplo, con sus caras misteriosas y enfermizas en la portada, como si tocar el piano fuera una actividad de alto riesgo, de Barbara y de Brel, que no se quedaban atrás, de los Fronterizos, de Larralde, de Pete Seeger, de Joaquín Díaz...

Bastantes de Joaquín Díaz, coleccionados con el dinerillo de los cumples y con mucho amor platónico... y es que Joaquín Díaz fue mi segundo gran amor platónico, después del abuelo de Heidi, un tipo recio la mar de interesante que fue el primero (no el monigote de la serie japonesa, sino el de la novela de Spyri, todo un señor). Joaquín Díaz, a falta de cabaña en los Alpes, contaba con dos grandes ventajas: la de cantar y la de tener existencia real, lo cual supone un grado; aunque tratándose de platonismos y amores imaginarios -imaginario su objeto, que no el amor- ese grado importe poco. Cada domingo a primera hora de la tarde, tan a primera que por sistema me perdía el postre, tenía una cita con él y con "la hora folk" delante de la radio. Aquella era mi hora, la mejor de la semana. Un día, no sé si tenía quince o ya los dieciséis, me colé en un antro universitario cerca de la Plaza de España, una de esas salas que se llenaban hasta la bandera con el rumor de "redada", para verle y oírle en carne mortal. Era afable, sencillo, serio y elegante, como tenía que ser. Cantó el Romance de la molinera y el de la loba parda, y "Esta noche ha llovido" y "Duérmete fiu del alma". Para rematar nos invitó a corearle “Down by the Riverside”, y aquello, a pesar de los ánimos alicaídos por la falta de los grises a la cita, fue una apoteosis. Los amores platónicos nunca mueren, quizá por eso era al que más ganas tenía de volver a escuchar.

Con todo esto, no era de Joaquín Díaz de lo que venía a hablaros, sino de "El día de los torneos", uno de los romances que él canta, un romance fronterizo con la secuencia típica de encuentro entre caballero y cautiva-rescate a caballo-lágrimas de la rescatada al acercarse a su tierra-reconocimiento de la hermana, o la hija, perdida. Un tema que se repite en otros romances, como en el de don Bueso, con esa cautiva de malas pulgas que, al ser confundida con una mora, le espeta al caballero su "reviente el caballo y quien lo traía, que yo no soy mora ni hija de judía, que yo soy cristiana bautizada en pila". Todos tienen su aquel, pero mi preferido, el más conmovedor para mi gusto, siempre ha sido El día de los torneos, que además es el que canta Joaquín Díaz.

La cuestión es que, ahora que he vuelto a oírlo, me parece que lo mejor del romance, lo más conmovedor, no está en la peripecia del rescate, ni en las lágrimas de la esclava a la vista de los montes en que su padre cazaba, ni en el asombrado "Dios mío, qué es lo que dices, Virgen Sagrada María, creía llevar mujer y llevo una hermana mía" del caballero, ni siquiera en el emotivo final "Abra usted, madre, las puertas, ventanas y celosías, que aquí le traigo la rosa que esperaba noche y día", todo ello tan de cuento de final feliz. Lo que ahora más me conmueve, y antes pasaba por alto, es el brevísimo diálogo al pie de la fuente fría, una vez aclarado que de mora linda nada. Lo que ahora me emociona verdaderamente es el reparo de la esclava, esos pañuelos en los que piensa, cuando el caballero le ofrece la libertad:
-¿Te quieres venir conmigo?
-De buena gana me iría/mas los pañuelos que lavo/en dónde los dejaría.
(la respuesta del caballero: Los de seda y los de holanda/aquí en mi caballo irían/ y los que nada valieren/la corriente llevaría, tran pragmática que más parece la de un mercader calibrando el género, daría para otro capítulo).

Son los exactos perfiles de caballero y cautiva en cuatro octosílabos: un cruce de palabras a cuenta de unos paños, y la duda, esa pequeña objeción tan tierna y responsable, tan saint-exuperyniana sin saberlo: esos trapos que la anudan, los que ahora, mucho más que la aventura, me maravillan.

12 marzo 2012

Acechar a la furtiva



La primavera viene de puntillas, como el papá Noel de los niños.
Me propongo, de nuevo cada vez, acechar, vigilar mejor su entrada; pero permanece en ella algo misterioso, furtivo. Uno deja un instante de pensar en eso; los ojos se le cierran o se desvían hacia un libro… Uno levanta la cabeza y ya está ahí.


André Gide, Journal (1926-1950), t. II


['Vigilar' a la primavera, 'acecharla' dice Gide con esa palabra tan reveladora. No hace falta que preguntes a nadie por su edad, no hace falta ni siquiera verlo delante. Sólo escúchalo hablar de la primavera: si la padece, si la presiente, si la disfruta o no la nombra, si la acecha, si la ignora...]

07 marzo 2012

Como nosotros perdonamos (y 3) - Casiano y el enemigo dormido

Y para terminar, estas palabras de José Mª Cabodevilla, bien fuertes, y una fabulita de hace un par de siglos, de M.G.Lichtwer, que me ha encantado. Todo ello en Discurso del Padrenuestro. Ruegos y preguntas, que agradezco nuevamente a Suso :

..... A fin de que el posible falsificador de moneda no arguya en el juicio ignorancia, los billetes italianos llevan esta leyenda: La legge punisce i fabbricatori e gli spacciatori di biglietti falsi. Junto con los otros detalles del dibujo, la loba complaciente o el perfil del Capitolio, el falsificador tiene que copiar, letra por letra, esa frase acusatoria. De la misma manera, para que nunca arguyamos desconocimiento, cada vez que rezamos el Padrenuestro nos vemos obligados a repetir: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
..... Casiano supo que algunos cristianos habían decidido omitir tales palabras, a fin de ponerse a cubierto de la justicia del Señor. Casiano lo califica de "sutileza vana". Convengamos en que se trata de una sutileza más bien grosera. Imagine el monje Casiano que los falsificadores dejaran en blanco toda la greca reservada a la frase comprometedora, imagine qué sutil argucia.
..... De esta claúsula del Padrenuestro se deduce algo que tiene un sabor irrefutable, obvio, de conclusión matemática. Todos los pecados pueden ser perdonados menos uno, nuestra negativa a perdonar.
..... Diez mil talentos le perdonó su señor al deudor moroso. Diez mil talentos en términos de moral, equivaldrían a una suma superior a diez mil parricidios, la suma de todos los pecados habidos y por haber. De todos menos uno, por lo visto, ya que luego se negó a perdonarle cierto pecado que según una estimación humana tal vez sólo supondría algunos decimales: no le perdonó el que a su vez él no perdonase a un compañero suyo la pequeña cantidad de cien denarios.
..... Literalmente: "Si perdonáis, se os perdonará; si no perdonáis, no se os perdonará". Lo pone Mateo en boca de Jesús inmediatamente después del padrenuestro, como si fuera, de las siete peticiones, la única que necesitase una aclaración, o un subrayado, o una mayor insistencia.


*****
..... Un rey tenía tres hijos y muchas posesiones. Pero entre todas sus riquezas sobresalía un brillante de valor inmenso, admirado en toda la redondez del mundo. A la hora de repartir su hacienda, ¿a cuál de los tres hermanos reservaría el brillante? Decidió someterlos a una prueba; el brillante iría a parar a manos del que realizase, un día determinado, la acción más heroica. Al llegar la noche de aquel día, se presentaron los tres hermanos y cada uno relató su hazaña. El mayor había logrado dar muerte a un dragón que desde hacía mucho tiempo asolaba los campos y sembraba el pánico entre las gentes del reino. el segundo contó cómo había reducido, él solo, valiéndose de una pequeña daga, a diez hombres magníficamente armados. El pequeño habló en tercer lugar y dijo: "Salí esta mañana y encontré a mi mayor enemigo durmiendo al borde de un acantilado; lo dejé seguir durmiendo". El rey se levantó del trono, abrazó a su hijo menor y le entregó el brillante.
..... Lichtwer quiso con este hermoso relato explicar qué heroico, qué costoso, qué difícil es el perdón entre los humanos.

06 marzo 2012

Como nosotros perdonamos (2) - arrepentimiento y paso atrás

Como prometí en la anterior entrada, aquí vengo tras larga y provechosa conversación con Suso Ares, que de verdad le agradezco, a retractarme de lo dicho.

Debí sospechar que me equivocaba cuando, una vez "descubierto" ese entusiasmante "nosotros" que resolvía todos los chirridos, miré a ver lo que decía San Agustín y no encontré ningún comentario en ese sentido, sólo el de que, al decir "así como nosotros perdonamos", nos movemos a recapacitar sobre lo que pedimos y lo que en realidad practicamos. Tampoco en Simone Weil, quien, como os decía, insiste en la necesidad no sólo de perdonar las ofensas, sino de renunciar en todos los terrenos a la posición de acreedor, antes de pronunciar nuestra petición de perdón. Con todo, en vez de echarme atrás –la ignorancia es atrevida- pensé: bueno, no lo dicen expresamente, pero de algún modo eso se sabe. Del mismo modo que se sabe que donde dos o tres se reúnen en el nombre de Cristo, Él está en medio, y sin embargo cuando se reúnen tres, no dicen que están cuatro: hay muchas cosas que se saben y no se dicen. Y me quedé tan feliz y me lancé a contarlo. Lo siento.

Suso empezó leyéndome un pasaje de H.Schürmann, sobre la comprensión del Padrenuestro a la luz del Evangelio y viceversa. Decía que en el Padrenuestro se van sucediendo peticiones hasta que, tras la petición del perdón de los pecados, se introduce, como un elemento que rompe el ritmo y crea una tensión, una condición: “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Interpolación que Schürmann relaciona con la interrupción del rito, mientras no se produzca la reconciliación con el hermano, de la que habla Mateo 5:23: “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti…”.

A continuación, y a vueltas con el tema del perdón condicionado frente a la Misericordia divina, "la Escuela de Salamanca" planteó: ¿Entonces para ti el Padre nuestro debería consistir en una serie de peticiones –siete contó- sin ninguna exigencia? Y esa fue la primera vía de agua con la que el barco se me empezó a hundir. Me vi como el eterno convidado a casa ajena al que nunca se le ocurre llevar un vino, ni un postre, ni unas simples flores para la cocinera. Me vi como un gorrón (no lo digo en femenino porque suena peor aún). Después habló de la otra gran tensión, o paradoja, entre la Justicia y la Misericordia divinas. Y de Dios como Padre exigente (no un “Papaíto blandito”) y de la exigencia del cristianismo. Exigencia radical, como señala esa interrupción en el Padrenuestro, en lo que toca al perdón y la reconciliación entre hermanos. En definitiva: que el Padrenuestro es la oración de los discípulos, y éstos, por serlo, han de manifestar cuando menos su disposición al perdón.

En cuanto a la inclusión de Cristo en ese “nosotros”, comentó Suso que habría que distinguir varios niveles, porque lo verdadero en un plano, no lo es en otro. Por lo que se refiere al Padrenuestro, “nosotros” señala exclusivamente a los discípulos. Por lo que ya apuntaba Ángel Ruiz: “Vosotros orad así” (Mt,6:9) o “Cuando oréis, decid” (Lc,11:2), y porque en él se pide perdón por "nuestras ofensas”, y Cristo, que es el todo Santo, bajo ningún concepto puede ofender al Padre. Una cosa es cargar con nuestros pecados y hacerse pecado para justificarnos y otra muy distinta reconocerse, ni siquiera solidariamente, ofensor. Cristo es el Mediador entre Dios y los hombres porque es el Santo, el sin pecado, el Inocente, a una infinita distancia de nosotros. Por otra parte, Cristo oraba a solas y la relación que mantiene con su Padre es misteriosa y exclusivamente suya, la oración que enseña a los discípulos es la de los discípulos.

Al terminar la conversación, larga y pacientísima por su parte y que de modo sucinto os cuento, preguntó: –¿Cómo lo ves ahora? –No lo veo como lo veía. –¿Y cómo te sientes? (así es Suso, de Silleda) –Bien (bien hecha migas). Hoy me ha enviado un par de páginas muy clarificadoras del Discurso del Padrenuestro. Ruegos y preguntas, de José Mª Cabodevilla, que os colgaré en la próxima, y este texto del libro de H. Schürmann, que resume perfectamente la cuestión:

Generalmente, Jesús no se agrupa con sus discípulos en un “nosotros” que constituyera comunidad de oración. La tradición nos habla siempre de las enseñanzas que Jesús daba a sus discípulos sobre la oración, y de la oración solitaria que practicaba el Salvador. En efecto, Jesús tenía que distinguir entre “su Padre” y el Padre de los discípulos, y entre “su Dios” y el de ellos: de suerte que no hubiera podido pronunciar, en unión con sus discípulos y en el mismo sentido que ellos, la invocación de “Padre” con que comienza el Padrenuestro. La petición de la remisión de las culpas y la de la preservación de la tentación, son peticiones inconcebibles en labios de Jesús. Pero tampoco hay que imaginarse al grupo de los discípulos de Jesús como una comunidad de oración, de la que estuviera excluido su Maestro.
¿Qué he aprendido? Que no se pueden eliminar “tensiones” dándose a la inventiva. Que la pieza que aparentemente encajamos, desencaja todo el resto. Que hay que ser prudente, y humilde, y no entusiasmarse con las ocurrencias, que ni siquiera son necesarias. Este mismo domingo, la Epístola de San Pablo (Romanos 8, 31b-34) decía: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ... ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? -Volví a sentirme feliz, sin necesidad de malabarismos.