07 marzo 2013

Un pruno florecido veo


En el minúsculo jardín a la entrada de mi casa, arrimado a la verja, hay un ciruelo. Un pruno, como dijeron en la junta de vecinos cuando discutían si podarlo o talarlo, hartos de que pusiera perdida la acera ("creí que era un almendro", le comenté a mi vecina. "Pero niña, ¿tú has visto alguna vez almendras rojas y despachurrás?" Temblé por él, se libró de la tala por dos votos).

Y sin embargo el primer año, el año en el que llegué a esta casa, ni me fijé en aquel árbol. Tenía asuntos más importantes,  no estaba para mirar árboles. Tampoco estaba, por lo que se ve, para mirar al suelo cuando por el mes de abril, como tiene por costumbre, el pruno lo alfombra de flores. Seguramente las pisé sin darme cuenta. Ni siquiera las ciruelas rojas, aplastadas sobre la acera al llegar el verano, me llamaron la atención. Estaba ocupada con otras historias.

Terminó el año y un verdadero asunto,  de esos que ocurren -no de los que se nos ocurren, sino de los que van en serio-, puso todos los demás en su sitio. Simplemente desaparecieron. Fue entonces, al salir una mañana,  cuando lo vi. Casi diría que se me plantó delante, como el que tropieza con otro adrede. Reventaba de flores diminutas y rosadas, aún recuerdo la impresión.

Cuenta el profeta Jeremías que, cuando Yahveh se le dirigió por vez primera, le preguntó: "Jeremías, ¿qué es lo que ves?" Jeremías,  asustado y falto de autoestima como todos los profetas, respondió: "Una vara de almendro veo". Entonces Yahveh le dijo: "Bien has visto", que es lo mismo que decir:  "pues ya me has entendido, deja de buscar excusas". Y es que la vara del almendro florece para los elegidos. Como floreció la de Aarón en el desierto, como la de san José entre las de los pretendientes. También el Buen Pastor lleva una vara con la que tranquiliza al rebaño en las cañadas oscuras.

 Para los profetas y los elegidos, Dios hace que florezcan  las varas desgajadas, las resecas. Para el resto hace florecer al almendro entero. Florecen los almendros y  a la vez los prunos, sus hermanos pobres, los que ensucian la acera. Para avisarnos de que la primavera se acerca y  crece la luz de nuevo,  para que año tras año nos vayan diciendo cosas,  cosas normales, nada extraordinario, cosas a veces olvidadas, como que no hay cañada oscura que eternamente dure.

Mi pruno por ejemplo,  aquella mañana en la que al fin lo vi, solamente dijo: "Ya era hora". Acto seguido me llenó de flores y me alegró la vida. Unos días antes, si Dios me hubiera preguntado: "C. ¿qué es lo que ves?", habría tenido que responder: "nada de nada veo". Incluso en ese momento, en el que entusiasmada con el descubrimiento lo tomé por un almendro, habría respondido mal. "Mal has visto", habría dicho Dios dejándome por imposible.  Sólo a la tercera, gracias a los propósitos salvajes  de mis vecinos, habría conseguido acertar: "un pruno florecido veo".

Al año siguiente floreció en plena nevada. Estuve en un cursillo todo el fin de semana y a la vuelta me lo encontré, blanquísimo y deslumbrante,  con las flores como ojitos bien abiertos asomando entre la nieve sin pestañear. "Obediencia" decía, aquí estamos aunque nieve, y era tanta su hermosura que asentí de corazón.

Un año más tarde, todo fragilidad bajo unas heladas de espanto, no dejaba de repetir: "resiste, resiste". Y otro después, una tarde de viento en la que las flores caían y giraban en remolinos a ras de suelo, más que decir, suspiraba: "desprendimiento". Hubo un año en el que no quise oírle: "déjame, que no quiero saber nada". Se calló, pero al llegar el verano, las ciruelas  pisoteadas, más abundantes que nunca, dejaban en la acera regueros de sangre.

Este año, cosa rara, parecía retrasarse. Cada día lo miraba buscando el primer brote. Entramos en marzo y nada. La semana pasada nevó y él seguía mudo. Empezaba a preocuparme cuando le oí susurrar: "Parezco muerto, pero no lo estoy. Trabajo en la sombra, no tengas miedo".  Hace un par de días, por fin,  ha estallado en flor.

12 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Ay, qué bien.

Cristina Brackelmanns dijo...

Sí, qué alivio.
Me preocupé de verdad cuando vi en tu Blog que en Santiago ya habían florecido.

andandos dijo...

Vengo del blog de Ángel. Un texto muy hermoso, a mi parecer, claro. Anteayer, el pruno que tengo en el patio de casa, a cuatro metros de mí y que estoy viendo ahora mismo, estaba a punto de florecer, y entre ayer y hoy ha florecido casi por completo. En fin, tu texto me ha hecho mirarlo con mucho más interés, y no olvidarme de estas cosas tan importantes y cotidianas.

Un saludo

Cristina Brackelmanns dijo...

Así que no era sólo el mío el tardón...
Qué suerte, un patio. Y poder ver el pruno desde la ventana(supongo, si lo estás viendo). Qué preciosidad.
Muchas gracias, José Luis. De todos modos, ten cuidado, porque una vez que te empiezan a hablar, no paran.

Ignacio Trujillo dijo...

¡Maravilloso texto!

Cristina Brackelmanns dijo...

Gracias, Ignacio. Es que es un pruno muy comunicativo.
Los del Ayuntamiento le tienen muchas ganas y mis vecinos también, dicen que si alguien resbala con una ciruela nos puede buscar la ruina, pero como se lo carguen no sé qué va a ser de mí.

Mora Fandos dijo...

Qué bonito, y cuánta resonancia tan bien contenida. A ver cuándo ese libro...

Cristina Brackelmanns dijo...

Qué bonita tu confianza, tan animosa y tan incombustible. Muchas gracias, José Manuel.

Militos dijo...

Yo también tengo un pruno, bueno dos, pero están en el campo y este invierno aún no he ido a visitarles. Cuando llegue ni alfombra roja quedará en el suelo.
Me encantó esas conversaciones de amigo con el árbol.
Un beso

Cristina Brackelmanns dijo...

Y a mí que me hayan dado la oportunidad de conocerte.
Ve a verlos al campo en cuanto puedas, a lo mejor llegas a tiempo de coger las ciruelas (las de mi pruno, como es de jardín y acera, son chiquititas y supongo que incomestibles con tanta contaminación).
Gracias, Militos. Tus recuerdos amarrados son un tesoro. Un beso.

Miriam dijo...

Recuerdo a Rocio, arquitecto, que hace años, una tarde me dijo apenada que algo no iba bien en su vida
¿Por qué?- le pregunté yo.
Me contesto que iba muy agobiada por el trabajo y consecuencia de eso, por primera vez, no se había dado cuenta de que había llegado la primavera. No había sabido ver los árboles brotando. Cuando se había dado cuenta ya estaban todos verdes.
Me dejó sorprendida, parada... yo nunca me había fijado en la "entrada" de la primavera.

Cristina Brackelmanns dijo...

"Algo no iba bien en su vida", no lo pudo decir mejor Rocío.
Y sí que da pena, que cuanto más agobiados, que es cuando más lo necesitamos, más ciegos estemos a toda la belleza que nos rodea esperando alegrarnos y consolarnos.
Muchas gracias por pasarte, Miriam. Tu fotico del perfil me encanta. No sé entonces, pero ahora se ve que tienes los ojos bien abiertos.