28 noviembre 2012

Jerga de malhechores. Kierkegaard (3)


Y seguimos con  Kierkegaard y Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo (y mañana ya termino), ahora con un pasaje del segundo de los tres sermones que componen el libro, el previsto para la fiesta de la Ascensión, que ya no fue capaz de pronunciar en público.
En este sermón, en el que sólo se refiere a la Ascensión para dedicar unas palabras a quienes la ponen en duda -las que más abajo os dejo- y, de paso, recordarnos que Cristo no ascendió a los cielos a mitad de la vida, el tema central es el del camino angosto. Un camino, el de la imitación, que, al igual que el seguido por Cristo, es angosto desde el principio y se va haciendo más angosto a medida que avanza  (y aquí describe cinco momentos como cinco suspiros lanzados por Cristo, con tanta viveza que se sientefísicamente crecer la estrechez y el ahogo). Un camino que se diferencia tanto del que empieza siendo fácil para volverse angosto (el de las pasiones), como del  que empieza siendo angosto para volverse fácil  (el de los prudentes y entendidos, el de  los que calculan que, soportando una temporada el sufrimiento y el esfuerzo, "el camino se hace más fácil e incluso se triunfa en la vida"). Un camino que tampoco es semejante a otros muchos de los padecidos por los hombres, terribles y angostos de principio a fin,  porque se caracteriza por lo voluntario:

"Sí ¿quién ha dudado? ¿Será alguno de aquellos cuya vida lleva la marca de la imitación? ¿Será alguno de aquellos que dejaron todo para seguir a Cristo? ¿Será alguno de aquellos a quienes marcó la persecución, puesto que una vez que se produce la imitación, la persecución le sigue en consecuencia? No, de ellos ninguno. Sino que cuando se abolió la "imitación" y en consecuencia la persecución se hizo imposible, eso, en la jerga de malhechores con que hablamos los hombres, no sonó como una acusación contra un retroceso en el cristianismo de un siglo extraviado, válgame Dios; no, sonó como una alabanza a un incomparable progreso en tolerancia de un siglo iluminado; cuando se rebajó el ser cristiano, de modo que ser cristiano se convirtió en casi nada -y por lo tanto tampoco había nada que perseguir: entonces del ocio y de la autocomplacencia surgió toda clase de dudas. Y la duda, el que duda, se hizo importante dudando (...) Y mientras se dudaba de todo, una cosa estaba fuera de toda duda, que uno de este modo ("se debe dudar de todo") se aseguraba no algo dudoso, sino nada menos que una posición totalmente sólida en la sociedad, acompañada de grandes honores y prestigio entre los hombres.
Por lo tanto algunos dudaron. Pero entonces hubo otros que trataron de refutar la duda con razones. En realidad la situación era esta: lo primero fue tratar de refutar lo cristiano con razones o de establecer razones para lo cristiano. Y estas razones, ellas, generaron la duda, y la duda se convirtió en lo más fuerte. La prueba de lo cristiano consiste realmente en la "imitación". Esta fue eliminada. Así se sintió la necesidad de las razones; pero estas razones, o bien el hecho de que haya razones, ya es una especie de duda. No se advirtió que cuantas más razones se presentan, más se alimenta la duda y tanto más se fortalece, y que ofrecerle razones a la duda para aniquilarla es como ofrecerle a un monstruo hambriento del que uno quiere deshacerse el sabroso alimento que más ama."


Søren Kierkegaard, Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo, Ed. Trotta-Minima, Madrid 2011, Traducc.e introducc. Andrés Roberto Albertsen y colab.


2 comentarios:

gatoflauta dijo...

Sólo para señalar un error en el texto, por lo demás de verdadero interés: "a quienes ponen la ponen en duda", en la primera línea del segundo párrafo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Vaya, hablando de dudas, dudé si el "la" estaba claro, cambié el orden de las frases para dejarlo más cerquita de la Ascensión, y ya no sé ni qué hice.
Muchas gracias, ahora mismo lo corrijo.