10 junio 2012

Christian Bobin- "Geai" (1)

Tal como os dije, aquí van algunas paginas de "Geai", el libro de Bobin que terminé hace poco.
El protagonista, Albain (Albanio, como el pastor de la égloga de Garcilaso),  es un personaje inolvidable y peculiar con una amiga también muy peculiar : Geai (como el pájaro, no sé cuál,  del tipo de la urraca, de los que imitan sonidos, puede que con plumas rojas). Geai lleva 2.342 días muerta cuando Albain la descubre sonriente en el fondo del lago helado. Desde ese momento se hacen inseparables.
Albain, un bebé demasiado tranquilo que pasaba las horas muertas mirando a las babosas en la yerba, y  un niño que sortea los pinos en trineo con los ojos cerrados hasta que consigue abrirse la cabeza, se convierte en un  adolescente del que nadie sabe cómo hacer carrera, aficionado al violín, a dar conciertos a las vacas, y  firme candidato a tonto del pueblo. Como la plaza ya está ocupada por otro, consiguen colocarlo de aprendiz con un vendedor ambulante de cacerolas, y a eso se dedica, a deambular y a hacer de todo menos vender cacerolas. Por último, acaba haciéndose cargo de una tienda de trastos viejos, entre los que parece encontrar, por fin, su sitio en el mundo o algo ligeramente por el estilo,  y donde conoce, por fin, a quien tenía que conocer, dueña de una sonrisa exactamente igual a la de su amiga Geai,  que desde ese momento se esfuma.
Albain es una mirada diferente sobre el mundo. Otra manera de entenderlo, incomprensible y desesperante para lo que se ha dado en llamar "cabezas bien amuebladas":  todo  bien clasificado, como el rincón de bricolage de su padre, cada clavo en su cajón, cada cajón con su etiqueta. Todo claro y distinto (como las famosas ideas cartesianas). Albain, sin embargo,  no sabe trazar líneas divisorias,  ni siquiera la raya que separa a los vivos de los muertos.
Albain es, en resumen, el arte de estar en el mundo sin ser del mundo - por incapacidad de serlo, por puro don-, un ejemplo perfecto de esa cosa complicada,  pese a lo mal que casan la perfección y Albain, o justamente por eso:

"Estamos en invierno. Geai está presa bajo el hielo, a dos centímetros de la superficie.  ¿Cuánto tiempo lleva su sonrisa aclarando las aguas negras de San Sixto? Imposible decirlo. No se puede empezar a decir cosa alguna sobre el poder de esa sonrisa hasta la llegada de Albain, ocho años, demasiado joven para haber sido su alumno, para haberla conocido en vida. Pues bien, ahora la conoce como un ser sonriente: Albain está solo, ha caminado hasta el centro del lago y ha visto el vestido rojo, la cara de Geai y, sobre la cara, la sonrisa... Al verlo, Geai le ha guiñado el ojo. Geai siempre se  alegra de  que aparezcan niños. A Albain le ha entrado miedo.  Da miedo  lo que no se conoce. Muertos, ya ha visto alguno; pero esa sonrisa, tanta dulzura iluminando un rostro, es la primera vez. (...)
Geai está tendida bajo una sábana de dos centímetros de hielo, pero eso no es obstáculo para verla: su sonrisa borra la opacidad del hielo, su sonrisa borra la opacidad del mundo entero. Albain está tendido encima de Geai, o más exactamente encima del hielo bajo el que Geai sonríe. Se  miran. Mucho tiempo. Cara contra cara. La sonrisa de Albain responde a la sonrisa de Geai. Las dos sonrisas parlotean. Mucho, mucho tiempo.
La tarde ha caído. Ya no se distinguen el hielo del lago y la tierra de la orilla. Albain sonríe por última vez a Geai. Mañana vengo otra vez a verte. Geai asiente con un movimiento de párpados y una sonrisa aún más intensa. Albain, a cuatro patas, vuelve a tierra firme.  Camina una media hora atravesando los campos, empuja la puerta de su casa . Ya están todos a la mesa. Le preguntan dónde estaba. Con la dama de San Sixto. ¿Qué dama de San Sixto?  La que sonríe en el fondo del lago, es muy amable, hemos hablado mucho, bueno, quiero decir, nos hemos sonreido mucho. Y zas : Albain recibe un guantazo." (...)-

"Albain fue criado por una giganta. No hay nada de extraordinario en ello: desde el comienzo del mundo, a todos los niños los crían gigantas. (...)  En el principio están las gigantas y el niño todo tibio salido de ellas. Las gigantas viven con gigantes, pero a estos sólo se les ve en segundo plano, en la sombra. Tienen reuniones de trabajo, lavan su coche o leen el periódico. Al niño lo miran de lejos, perplejos. Cuando tiene dos o tres años, dicen: "a esta edad la cosa empieza a ponerse interesante". Es bastante inquietante depender de personas para las que, durante dos o tres años, no se es en absoluto interesante. Para las gigantas todo es distinto. Desde su aparición el niño es el centro de sus pensamientos, de sus inquietudes y sus sueños. Las gigantas no aguardan pacientemente en la sombra. No cuentan los meses y los años. No esperan a que el niño chapurree sus primeras palabras para determinar que, sí, definitivamente resulta interesante. Las gigantas no conocen nada más apasionante que ese pedacito de alma rosado y babeante, arrugado, hambriento. Las gigantas están ahí desde el comienzo del mundo e incluso ligeramente antes. Que Dios las bendiga."

"En el pueblo de Albain, cerca del de San Sixto, hay una escuela. Una sola clase y una docena de niños de edades diferentes reagrupados en ella. Un solo maestro para todos. Mientras los pequeños dibujan,  los mayores aprenden la historia de Francia. Esa es la verdad oficial, la verdad para los padres. La verdad verdadera es otra: mientras los pequeños duermen o juegan a las canicas  al fondo de la clase, los mayores graban sus nombres en los pupitres, cambian cromos de cantantes y leen tebeos. ¿Y el maestro? El maestro llegó al principio del otoño. Recien nombrado en este pueblo, languidece de nostalgia por una enamorada que no ha podido seguirle. Él en Isère, ella en el Norte, cerca de la frontera belga. Entre ella y él varios centenares de kilómetros que recubre pacientemente de sellos, de sobres y de palabras de amor. El maestro ha dividido las horas de clase en dos partes desiguales, durante la primera, la más larga, los niños tienen libre cuartel. Con el zumbido de las voces, él escribe a su novia, a sus padres, a sus amigos. Les cuenta su vida en este pueblo, los paseos por los alrededores. Les habla de sus lecturas y de vez en cuando añade el retrato de alguno de sus alumnos. El último cuarto de hora, pide silencio y lee en voz alta la carta recién terminada. Los niños escuchan y hacen preguntas sobre lo que acaban de oír. El maestro responde y desliza en sus respuestas un poco de historia, una nada de literatura, una pizca de geografía. Al terminar el primer trimestre no hay quien los suspenda en economía ni en  historia de Isère. También saben muchas cosas de Isabel, la novia del maestro. Algunos están vagamente enamorados. Estar enamorado es a menudo estarlo "vagamente". La bruma es propicia a los estados sentimentales. Ellos a su vez le escriben palabras de amor a Isabel. Se las enseñan al maestro, que les corrige las faltas, les da algunas reglas gramaticales y después mete las cartas en un sobre junto con la suya. La única sombra en esta historia es que Isabel jamás responde a las cartas que recibe. Los niños han interrogado al maestro sobre ese silencio. Les ha dicho que  tenía mucho trabajo y que un día vendría en persona. Hacia finales del mes de junio, precisa. La respuesta les ha satisfecho a todos  -salvo a Albain. Albain tiene una duda que no comparte con nadie. Albain tiene algo más que una duda. Está seguro de que Isabel no existe, que no es sino una manera particularmente socarrona de hacer pedagogía. Albain conoce la palabra "pedagogía": el maestro la había escrito en una de sus cartas y había explicado lo que era, lo que eso significaba. ¿Sabéis de muchas cartas de amor  en las que aparezca la palabra "pedagogía", por no decir nada de las informaciones detalladas sobre el subsuelo del macizo alpino?
El maestro aprecia a Albain. Es su alumno más dotado. La historia que el niño le ha contado -el lago, la dama en el fondo del lago, la sonrisa- es un milagro de imaginación. No sé de dónde te sacas todo eso, chico. Está muy bien. A Isabel le encantará esa historia.
La verdad, la dices y te caen bofetadas o felicitaciones. Y lo peor es que, tanto en uno como en otro caso, no habrá quien te crea. La verdad es increíble."

Christian Bobin, Geai, Editions Gallimard-Folio, 1998. (la traducc. es mía)
Continúa

7 comentarios:

pedrete dijo...

Apruebo con entusiasmo lo de "candidato a tonto del pueblo. Como la plaza ya está ocupada...". Que me perdone Bobin, pero eso es lo mejor del post (¿se llaman así, no?).

Cristina Brackelmanns dijo...

Es que eso lo dice Bobin y mucho mejor. Dice que dos tontos, o dos locos, son demasiado para un pueblo. Con más de uno, la gente empezaría a sentirse insegura, a preguntarse quién es quién. Vendrá en la próxima entrada, esta es más que nada para hacerse la composición de lugar.
Supongo que el entusiasmo no lo es por solidaridad, señor Pedrete; a usted por lo que le llevo leído por ahí, le cuadrarían más otras plazas. Nada que ver con la chamarilería mental del infeliz, o del feliz, de Albain. A cada cual lo suyo.
Ser el idiota del pueblo no crea usted que es tan fácil.

pedrete dijo...

No soy yo de andar buscando "plazas" que se adapten más o menos a mis condiciones. Me gusta hablar -aunque sea por escrito- con todo el mundo; no excluyo a nadie. Y no, no imagino que ser el tonto del pueblo sea fácil; todo lo contrario.

Cristina Brackelmanns dijo...

Me alegro por usted, señor Pedrete, con lo mal que anda el patio es una ventaja.
Y estoy de acuerdo con usted, ser el listo del pueblo está tirado, ser el idiota ya es más difícil, eso no lo puede ser cualquiera.

Mora Fandos dijo...

Este Bobin es muy bueno, lo tiene todo: historia, ideas, sensibilidad, estilo. Muchas gracias, Cristina.

Cristina Brackelmanns dijo...

Eso es, José Manuel, lo tiene todo. A mí también me lo parece.
Y lo que dices del estilo, que el de Bobin es inconfundible y una gozada en el original, me ilusiona especialmente, porque siempre me parece que al traducirlo se oscurece, como que por el camino pierde justamente eso, estilo.
Muchas gracias a ti.

Cristina Brackelmanns dijo...

Para quien llegue aquí a traves del sorprendente enlace en el artículo de Enrique García-Máiquez sobre Bobin en Suma Cultural:

Hola, sed bienvenidos, estáis en vuestra casa.

Si conocéis a Enrique, ya sabréis de su benevolencia y su generosidad. Yo no soy ni por lo más remoto "traductora de Bobin". Otra cosa es que, de vez en cuando, por el gusto de compartir lecturas con los cuatro amigos que me visitan, como el que está en la mesa camilla de su casa, les traduzca algunos pasajes de lo que voy leyendo, para los que no leen en francés y sólo cuando no hay una traducción publicada disponible.

Parece que a una comentarista anónima, muy cargada de excelencia, no le ha sentado bien. A ella le respondo que puede estar tranquila, ya le digo que esto es una mesa camilla, no tiene que expulsar a ningún furtivo de su coto privado. Yo traduzco por amor al arte, es decir por amor a la obra de Bobin, y no tengo contactos editoriales, no tiene por qué inquietarse. Con que alguno de los que casualmente pasan por aquí descubra al autor, como yo lo descubrí en el Blog "En Compostela", me doy por satisfecha.

Sí sería deseable en alguien que -deduzco- se propone traducir a Bobin o anda en ello, un mínimo de afinidad personal y tonal con el autor que en la anónima brilla por su ausencia. Temblaría por Bobin, pero hay libros que transforman a quien los lee. Se entra de un modo y se sale de otro. Los de Bobin son así, habrá que confiar.

Un saludo muy cordial para todos.
C.