01 junio 2012

Diferencias y semejanzas

Nos pasamos la vida perdiéndonos y hallándonos. Un día te levantas, o te acuestas, y te dices: "caramba, y qué será de aquella otra, la que mejor me caía, que hace mucho que no la veo". Con los años, esa es la ventaja,  uno se echa antes de menos, cae antes en la cuenta de que está desaparecido.  Uno va sabiendo, también, cómo hallarse. Yo sé dos o tres maneras, no es que sean muchas pero no hacen falta más. Una de ellas es coger un libro de Bobin. Leer a Bobin es reencontrarse. Cuando el mundo agobia, cuando se vuelve cansino, cuando la vida se convierte en un litigio permanente,  en una maraña de opiniones y contraopiniones imposible de desenredar, hay que tomar distancia. Bobin es la distancia justa.

No necesitas alejarte ni escapar al fin del mundo, nos recuerda, sólo vuelve a mirar,  todo lo que necesitas lo tienes delante: Le bout du monde et le fond du jardin contiennent la même quantité de merveilles. A menudo, en los cuentos, el remedio salvador, el único que podría devolver la alegría y el color al que languidece, es el que crece, como la flor azul, en el lugar más inaccesible de la montaña más alta del país más remoto. Y hasta allí hay que irse, sorteando dificultades, a buscarlo.
Pero la verdad es diferente, para los males del alma, el remedio crece al lado del enfermo, a mano del que lo busca.

Así pues, he vuelto a Bobin. Volver a Bobin es ajustar el enfoque:  es enfocar lo cercano, lo que se tiene al lado; y en lo que toca a los hombres enfocar lo semejante. Primero, siempre,  lo semejante. Es una cuestión de orden. Todos tenemos semejanzas y diferencias, si empezamos por las diferencias, nos parecen tan insalvables que las semejanzas se esfuman. Si empezamos por las semejanzas, las diferencias ya no son tan graves. Mirar a lo semejante despierta la simpatía,  con ella las diferencias dejan de ser antipáticas.  Empezar por las diferencias lo que despierta es el distanciamiento; una vez despierto, las semejanzas, de seguir siendo capaces de encontrar alguna, incluso fastidian.

De seguir siendo capaces, digo, porque volverse ciego para la semejanza es fácil. Vivimos en la diferencia, somos especialistas de la diferencia. Ya desde pequeños, como en ese juego en el que se nos presentaban dos viñetas aparentemente iguales y lo divertido era encontrar los diez detalles diminutos que las distinguían, nos entrenamos en el descubrimiento de las diferencias. Yo era un lince, de una ojeada las pillaba todas, eso es lo malo. Para el juego contrario sin embargo, el de en qué se parecen un paraguas y una gallina, el de lo semejante en lo dispar, soy una nulidad. Después la vida nos sigue especializando: aprender es diferenciar, escoger es diferenciar, toda la compra y la venta del mundo se basa en el producto diferencial,  votar es elegir diferencias imaginarias, hacer política es venderlas, y luego están las diferencias de clase, las ideológicas, las de estado civil, las de género, las de número, las regionales, las confesionales, que aunque digan lo contrario son las que mejor se llevan, las de signo astral y las del modo de tomar el café. Tan es así que llega un día en el que escuchas "tu semejante" y no sabes dónde ir a buscarlo.

Que siempre son mayores, y más fundamentales, las semejanzas que las diferencias -es más, que si no partiéramos de la semejanza no existiría la diferencia- es muy fácil olvidarlo.  Y sin embargo, ahí está el precepto, de la mano del recuerdo: ama a tus semejantes. Es verdad que ahora tiende a hablarse más del "prójimo" que del "semejante", no sé por qué, quizá porque la proximidad es evidente (sobre todo la del que te pisa en el autobús, que amarlo es todo un reto), la semejanza no tanto. Pero justamente por eso...  ¿Semejante yo al corrupto de Fulano y al mal bicho de Mengano?  Hombre, en todo caso, semejante a Zutano que es de los nuestros...   Pues ya ves, semejantes todos. Y semejantes no sólo en el sometimiento común al dolor, el tiempo y la muerte, sino mucho más allá, semejantes de una semejanza tan impresionante como la de estar hechos a la misma imagen y que esa imagen sea la de Dios. "Saludo al Dios que hay en ti", como dicen los orientales, es un exactísimo saludo. Porque es fácil olvidarlo, y perderse y ponerse un piso en la diferencia.

Así que se trata de recordar, desmontar el piso y reajustar el enfoque, y encontrar la distancia justa y  no sentirse citado por el primer trapo que se menea; se trata de  no permitir que las diferencias cieguen el sentimiento más profundo de la semejanza y  de pedir la gracia necesaria, y de coger un libro de Bobin y  recobrar, alma mía, la calma.  En sus libros no hay derechas ni izquierdas, ni rojos ni fachas, ni integristas ni progres, ni banderías, ni broncas, y  no se echa nada en falta. Al revés, allí está lo único necesario:  sólo hay hombres y mujeres, y niños y niñas, y muertos y vivos en amable compañía, cada uno con su historia peculiar,  y luces y sombras y su entremezcla,  y todas las maravillas a mano en el fondo del jardín.  El libro al que me he acogido esta vez, igual que el desquiciado a la casa de reposo, se titula "Geai", como el pájaro. Cualquier día de estos os cuelgo unos extractos.

Nous ne sommes faits que de ceux que nous aimons et de rien d'autre , dice Bobin:  estamos hechos de aquellos a los que amamos y de nada más. Ese es el enfoque.
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8 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Leo este texto ahora que por fin tengo tiempo y te agradezco mucho el regalo: qué bien (y qué bien escrito).

Bobin es grande. Qué bien que vayas a poner cosas suyas.

Cristina Brackelmanns dijo...

Yo sí que te agradezco que, estando lo ocupado que estás con tu Congreso, me hagas el honor de echarle un rato a estos testamentos.
Son cosas que necesito decirme, me ataco mucho. No te digo más que estaba leyendo unas declaracioncitas de don GregorioPB, llamándole de todo, y hasta yo me asusté.
Y te agradezco también muchísimo el descubrimiento de Bobin, que en tu blog fue donde me encontré con aquel primer "autorretrato con radiador". Qué suerte. Gracias.

Jesús dijo...

"Dios nos ha hecho a su imagen para que lleguemos a ser semejantes a Él", decía Olegario.
Magnífica y muy aguda reflexión.
Besos.

Cristina Brackelmanns dijo...

Pero entonces habría distintos grados de semejanza, un santo sería más semejante y un pecador redomado menos ¿no? También escuché un día, no sé si comentando a un Padre de la Iglesia, algo sobre la imagen de Dios en el hombre empañada por el pecado. Y sí que se empaña pero a la vez no se empaña. No lo sé Suso, es muy complicado. Parece que tiene que haber una imagen y una semejanza de partida, inalterable, la que hace posible por ejemplo que ese pecador redomado se arrepienta y llegue a ser santo al final de su vida.
A mí eso del "saludo al Dios que hay en ti", o más exactamente "la luz de Dios que hay en mí saluda a la luz de Dios que hay en ti", que me lo contó un carpintero que venía a mi casa y que era budista, me impresionó mucho. Es lo mismo que cree un cristiano y es una pena que no nos saludemos así. Empezando de ese modo seguro que nos entendíamos mejor, o al menos no nos tiraríamos los trastos a la cabeza.
El que habla de la imagen y la semejanza (en la libertad y en la gratuidad) de un modo maravilloso es tu querido Peguy.
Gracias, Suso, un beso. Tú eres otro Bobin para mí.

Jesús dijo...

Mi comentario no pretendía enmendar nada sino completar, ampliar. El sentido de la frase de Olegario, que juega con "imagen" por un lado y "semenjanza" por el otro, machihembrándolas, tampoco lo tengo del todo claro. En cualquier caso son matices, acaso sólo retóricos.
Besos, bobiniana, y gracias.

Mora Fandos dijo...

Muy buena reivindicación de la semejanza, cuando estamos ahogados por las diferencias, que al final se transforman en indiferencias. Y de Bobin, leí el Autorretrato, pero ya se ve que es un filón.

Cristina Brackelmanns dijo...

Así lo entendí, Suso.
Supongo que se trata de dos semejanzas diferentes, una imborrable y sólo por el hecho de haber nacido, y otra que hay que llegar a adquirir. Ya había oído o leído algo parecido, que la imagen nos es dada y la semejanza, que se adquiere haciéndonos semejantes a Cristo, es nuestra tarea.
Supongo que una cosa no quita la otra (aunque tampoco entiendo muy bien por qué hay que mezclarlas) y que la segunda no cuestiona para nada la primera, que es la que creo que tenemos que tener clara y no olvidar.
Es algo muy grande y a la vez muy tremendo que seamos semejantes, con independencia de cualquier otra cosa, sólo por ser hombres, aunque una sea Teresa de Calcuta y el otro un asesino salvaje (como este de Miami, que tengo unas pesadillas horribles con él).
Gracias a ti, Suso. A ver si cuelgo pronto lo de Bobin, que lo difícil es elegir.

Cristina Brackelmanns dijo...

Que bien vista esa transformación, José Manuel. Una indiferencia que no es ni lo contrario de la diferencia, ni su superación.
Bobin es una maravilla. Aunque esté con otra cosa, ya necesito tener siempre un librito suyo a mano (es algo así como el Zomig para las migrañas, que me basta saber que no lo tengo para ponerme mal).