Aquí os dejo unas consideraciones de José Jiménez Lozano sobre la mística y los místicos, para celebrar el día de Santa Teresa, que acaba de pasar. Me ha hecho acordarme de este artículo ( publicado en el número monográfico que la revista Archipiélago dedicó a Simone Weil en Septiembre-2000) la preciosa entrada "El ensimismarse de la santidad", del Blog RETABLO DE LA VIDA ANTIGUA, que seguro que ya conocéis y no necesitáis que os enlace. Con Simone iremos otro día:
(Y, por cierto, a ver si alguien tiene la amabilidad de explicarme la cosa esa del enlazamiento, porque creo que soy la única que aún no sabe linkear) .
[Añadido después: Gracias, Ángel, lo he metido a pedal, pero increíblemente lleva a donde tiene que llevar. Qué bien. Muchas gracias!!]
(Y, por cierto, a ver si alguien tiene la amabilidad de explicarme la cosa esa del enlazamiento, porque creo que soy la única que aún no sabe linkear) .
[Añadido después: Gracias, Ángel, lo he metido a pedal, pero increíblemente lleva a donde tiene que llevar. Qué bien. Muchas gracias!!]
"... Unamuno tuvo aquel sarcasmo a propósito de Menéndez Pelayo, al afirmar que éste creía que la mística era un género literario, y podemos sonreírnos, pero no a cuenta de Menéndez Pelayo, sino de que todavía funcionan así las cosas. Sólo que ¿cómo funcionarían de otro modo?
¿Cómo podría decir el mundo, la construcción cultural de éste, que la mística es lo que es? No sería el mundo, se deconstruiría a sí mismo; porque la mística es la negación del mundo, de su consistencia, el pasmo ante su no-nada, su sustancial vacuidad. Teresa de Jesús lo explicaba muy bien cuando decía que tomaba el mundo a peso, y no lo pesaba; estaba en medio de él, y le parecía que soñaba. Y sabemos que Juan de la Cruz, a veces, se asía fuertemente a un muro, a una puerta o a un mueble, o se hacía daño en las manos, o se pellizcaba, para no escapar de la realidad externa, mundana y social, de la que ni se percataba. Luego, se han hecho infinitas interpretaciones de estos y otros gestos o conductas de estos "extraños", como se han hecho de su obra. Pero con mil perdones, tengo que echar mano, aquí, del algo burdo pero muy eficaz símil del pobre asno que entra en una cacharrería: no sólo no puede entender nada, sino que con cualquier movimiento, hecho con la mejor voluntad de no tropezar, hace añicos aquellos frágiles y hermosos barros. Es así. Teresa de Ávila, metida en asuntos de oración y amor a un Rostro invisible, no podía ser entendida en absoluto por la muy mundana princesa de Éboli, incluso si ésta tenía antojo por entonces de hacerse monja, "para ver qué era eso", o "por tener una experiencia más", que se dice en nuestro mundo; pero la psicología, la sociología, la filosofía, la teología misma, ¿qué hacen en esa "cacharrería"? Nada, destrozos. [...]
Y "la cacharrería" incluye, en este caso, obra y autor, porque, en la fábula mística, como la llama Michel de Certeau, el autor es su escritura, y a la inversa; y si la escritura es desconcertante, porque produce incluso su propia gramática, el autor es más desconcertante aún, y, con frecuencia, risible. Desde luego no es "una personalidad"; que esto es cosa de mundo, una mentira mundana más, como indica la palabra praestigium; el místico es "un imbécil", "un loco", "un idiota", un don nadie. [...]
...Teresa fue, a las claras, "la puta de Ávila" para algún inquisidor y bastantes gentes; y Juan de la Cruz literalmente un "pobre hombre", "un frailecillo de nada", que, además, se sentaba en el suelo como las mujeres de más baja extracción social y los moriscos; y con su palabra y doctrina, y su propio actuar, sacaba de sus casillas a veces a la misma Teresa, quien, como todas las mujeres, sólo quería ser feliz, y tenía como "bien agarrado" al mismo Dios, mientras que Juan, que por otra parte no poseía ningún atractivo humano -no era el guapo, apuesto, refinado, cultísimo y encantador Gracián que a Teresa le fascinaba- sólo sabía repetirle: "Ni esto, ni esto, ni esto; nada, nada, nada; desnudez y noche en todo"; ni una concesión, ni una seguridad. Llegó a hartarse Teresa, y le contestaría a Juan con el evangelio en la mano acerca de los más impuros y malditos de los seres humanos que Jesús acogía. [...]
Teresa tenía sentido del humor e ironías encantadoras -sobre los varones, los funcionarios curiales eclesiásticos, y sobre sí misma especialmente- y cóleras terribles; pero Juan nada. Estaba allí, y su santidad soliviantaba. Y también su escritura. Encontró la más alta poesía -esto se regala siempre, siempre se encuentra- y la hizo añicos con sus comentarios. Obviamente, Ortega se dejó seducir por la mayor ligereza del mundo, cuando escribió aquello de "el lindo frailecillo de corazón incandescente, que urde en su celda encajes de retórica extática". ¡Ja! ¿Lindo frailecillo aquel "cara renegrida de morisco pobre", encajes y retórica sus versos y escritura? ¡Qué cosas! Pero todo esto es burla de salón intelectual y mundo, y ya está dicho que entra de lleno en la cuenta del místico y de su escritura: la irrisión y el juego con él y con sus adentros."
2 comentarios:
Me siento muy honrado por la consideración que usted demuestra hacia mis escritos. De verdad, muchas gracias. Estoy muy lejos de la profundidad de sus lecturas y conseguir igualar la lucidez de sus reflexiones. Ya sabe que tiene usted en mí un incondicional lector.
Quizás Ortega, uno de los hombres más inteligentes de la España del siglo XX, quiso compensar con la soberbia, defecto tan común entre intelectuales de todo tiempo, su incomprensión del significado, y de la propia naturaleza de la mística.
No se urdían, precisamente encajes, en tantas leguas de camino, asperezas y cautiverios como los padecidos por san Juan de la Cruz.
Reciba mis saludos y gracias otra vez.
Me sonroja usted, señor del Retablo, yo soy una mera copista. Son su blog y la calidad de su prosa y su modo de acercarnos por igual a las personalidades, como dice JJL, de nuestra Historia y a los que nunca alcanzaron esa categoría, los que me tienen fascinada.
Ortega, inteligente, cultísimo, brillante y ameno, desde luego, pero quizá más extenso que intenso, como sí lo era Unamuno sin embargo, otra de las inteligencias de la España del XX, que nunca habría confundido la mística con la retórica.
Lo dice usted, como siempre, perfectamente: "urdir encajes". Estan los que urden encajes, y los que se dejan el pellejo, y el alma, y no pueden urdirlos.
Muchas gracias por su comentario y sus generosos cumplidos, y reciba otro cordial saludo.
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