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“… el cuerpo ciertamente madura desde los treinta años hasta los treinta y cinco, pero el alma hacia los cuarenta y nueve”.Aristóteles. Retórica II
[Los cálculos de Aristóteles parten de la división de la vida humana en ciclos de siete años (hebdomadarios) propuesta por Solón, quien a su vez la tomó de los pitagóricos. Aristóteles coincide con Solón en lo que se refiere a la plenitud del alma (que según Solón alcanza su esplendor entre la séptima y la octava hebdómadas: entre los 43 y los 56 años), pero curiosamente retrasa una hebdómada la edad de la plenitud física (que para Solón se producía en la cuarta: entre los 22 y los 28 años).
Puede que Aristóteles rondara ya los cuarenta y nueve años y se resistiera a contemplar la plenitud física como asunto del pasado. O quizá quiso permitir el encuentro, por un leve instante, en algún punto entre los treinta y cinco y los cuarenta y nueve, de un cuerpo y un alma plenos (o casi todavía el primero y casi ya la segunda). Es posible, sencillamente, que Aristóteles, sensible como todos al paso del tiempo sobre su persona, estuviese movido por la coquetería, o por el orgullo, cuando ajustaba en la Retórica, para acercarlos, los periodos de Solón.
Cuentas aparte, la cuestión es esta: Según el criterio de Solón, y según el de Aristóteles aunque intente corregirlo un poco, la plenitud del cuerpo y la del alma nunca se dan juntas. Cuando se alcanza la primera, el alma está en pañales. Para cuando llega la segunda, la primera se ha perdido. ¿Se trata sólo de ritmos de crecimiento distintos? ¿Se trata de alguna clase de incompatibilidad? ¿Es que no caben las dos en el hombre? ¿Está el hombre siempre a medias? ¿Tiene alguna razón la naturaleza, sabia como es, para comportarse así?
Y una cuestión al margen pero no menor ¿De qué ciclos vitales hablamos? ¿Acaso son semejantes los de hombres y mujeres? A la vista está que ninguno de los dos periodizadores se molestó en considerarlas. ¿Quizá porque, tratándose de mujeres, la plenitud del alma -suponiendo que les concedieran tenerla- no entraba en sus cálculos que la alcanzaran jamás? ¿O sería más bien porque -modestia aparte y más que nada por incordiar- de haberse parado a observarlas, habrían descubierto que ellas vienen mejor ajustadas de fábrica, que en ellas la madurez del alma y la plenitud del cuerpo no son excluyentes, que en las mujeres -seguramente porque tienen que parir y criar y la naturaleza se esmera- pueden convivir las dos, mientras que en los hombres, según parece, no?
Y esto último no lo digo yo, sino que lo dicen ellos, y Solón era uno de los siete sabios, y Aristóteles... pues nada menos que Aristóteles.]
“… el cuerpo ciertamente madura desde los treinta años hasta los treinta y cinco, pero el alma hacia los cuarenta y nueve”.Aristóteles. Retórica II
[Los cálculos de Aristóteles parten de la división de la vida humana en ciclos de siete años (hebdomadarios) propuesta por Solón, quien a su vez la tomó de los pitagóricos. Aristóteles coincide con Solón en lo que se refiere a la plenitud del alma (que según Solón alcanza su esplendor entre la séptima y la octava hebdómadas: entre los 43 y los 56 años), pero curiosamente retrasa una hebdómada la edad de la plenitud física (que para Solón se producía en la cuarta: entre los 22 y los 28 años).
Puede que Aristóteles rondara ya los cuarenta y nueve años y se resistiera a contemplar la plenitud física como asunto del pasado. O quizá quiso permitir el encuentro, por un leve instante, en algún punto entre los treinta y cinco y los cuarenta y nueve, de un cuerpo y un alma plenos (o casi todavía el primero y casi ya la segunda). Es posible, sencillamente, que Aristóteles, sensible como todos al paso del tiempo sobre su persona, estuviese movido por la coquetería, o por el orgullo, cuando ajustaba en la Retórica, para acercarlos, los periodos de Solón.
Cuentas aparte, la cuestión es esta: Según el criterio de Solón, y según el de Aristóteles aunque intente corregirlo un poco, la plenitud del cuerpo y la del alma nunca se dan juntas. Cuando se alcanza la primera, el alma está en pañales. Para cuando llega la segunda, la primera se ha perdido. ¿Se trata sólo de ritmos de crecimiento distintos? ¿Se trata de alguna clase de incompatibilidad? ¿Es que no caben las dos en el hombre? ¿Está el hombre siempre a medias? ¿Tiene alguna razón la naturaleza, sabia como es, para comportarse así?
Y una cuestión al margen pero no menor ¿De qué ciclos vitales hablamos? ¿Acaso son semejantes los de hombres y mujeres? A la vista está que ninguno de los dos periodizadores se molestó en considerarlas. ¿Quizá porque, tratándose de mujeres, la plenitud del alma -suponiendo que les concedieran tenerla- no entraba en sus cálculos que la alcanzaran jamás? ¿O sería más bien porque -modestia aparte y más que nada por incordiar- de haberse parado a observarlas, habrían descubierto que ellas vienen mejor ajustadas de fábrica, que en ellas la madurez del alma y la plenitud del cuerpo no son excluyentes, que en las mujeres -seguramente porque tienen que parir y criar y la naturaleza se esmera- pueden convivir las dos, mientras que en los hombres, según parece, no?
Y esto último no lo digo yo, sino que lo dicen ellos, y Solón era uno de los siete sabios, y Aristóteles... pues nada menos que Aristóteles.]
2 comentarios:
Yo creo que habría que precisar qué entendemos concretamente por "plenitud". Es fácil pensar que, en el caso de lo físico, un buen instrumento de medida sea la práctica deportiva de primer nivel, que como se sabe suele declinar hasta su acabamiento en la tercera década. (También podríamos pensar en lo sexual). Pero yo creo que ambos termómetros son relativos, y que depende de lo que estimemos como más importante dentro de ese "físico". La plenitud de facultades de un cantante de ópera puede ser breve (la de María Callas lo fue) o prolongarse incluso durante décadas; y tener carácter temprano o más tardío. Nada digamos de lo intelectual; basta pensar en tantos escritores que hicieron su mejor obra en la juventud, para luego sobrevivirse lastimosamente durante muchos años, y contrastarlos con casos como el de Cervantes, cuyo segundo Quijote, sin duda su obra cumbre, se publica en 1615, año en que su autor cumple los sesenta y ocho (entonces vejez bien avanzada). No creo que se pueda generalizar, ni en uno ni en otro terreno. Beethoven, muerto a los 31 años en que murió Schubert (y casi también a los 35 de Mozart), sería una figura secundaria. Pero estos dos no tenían nada de inmaduros, creativamente, a su muerte. Y digo lo mismo con respecto a las mujeres. Todo depende del punto de vista que uno quiera adoptar. Mi idea al respecto es que cada edad de la vida -todas, sin exclusiones- tiene sus posibilidades y sus insuficiencias. Y que las "plenitudes" posibles son muchas. También hay quien tira la toalla antes de tiempo: mala cosa. Ya se encargará la vida de hacernos ir renunciando. Y casi nunca sin traer algo a cambio.
Un comentario magnífico, señor Marinero. Efectivamente la división del ciclo vital en esos periodos estrictos (además de ignorar a las mujeres olímpicamente como era habitual) peca de naturalista.
Se supone que la plenitud física se refiere a las habilidades gimnásticas y al vigor para el combate, pero claro que es relativa. Seguramente Aristóteles se sentía en plenitud de facultades físicas para pasear a los sesenta mientras enseñaba en el Liceo, puede que por eso se resistiera a aceptar los 28 años en los que la fijaba Solón. Y en cuanto a la madurez de las facultades intelectuales, que de eso hablan cuando hablan del alma, como bien ha visto usted (por eso el alegato femenino era un poco tramposo. Estaríamos aviados si los hombres no tuvieran alma plena hasta los 49), imagino que la retrasaban hasta esa edad por el valor que entonces se concedía a la experiencia.
Pero no deja de desazonar ese desfase entre el cuerpo y el alma en el parrafito copiado, como si fuera un reconocimiento de la imposibilidad de la plenitud integral del hombre.
Su idea al respecto, la de que todas las edades, sin excepción, tienen sus posibilidades y sus insuficiencias, sin embargo, suena mucho mejor. Y el final es espléndido, lleno de sabiduría y "casi" absolutamente consolador.
Y nunca terminaremos de dar gracias por esos 68 años que se le dieron a Cervantes (¿se imagina que no le hubiera dado tiempo y que no existiera El Quijote? Parece imposible), ni por los 57 que aguantó Beethoven.
Muchas gracias también a usted, señor Marinero
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