09 julio 2010

Desesperación femenina y masculina... y un sorprendente final (y 4)

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(...Continuación)

[Kierkegaard, filósofo de la esperanza cristiana y profundísimo psicólogo de los muchos grados y formas que reviste la desesperanza, esa enfermedad mortal que consiste en vivir de espaldas al yo eterno, al yo que se es (única enfermedad verdaderamente "mortal", ya que las que "se terminan con la muerte" no son propiamente "de muerte" -y aquí trae las palabras de Jesús ante la tumba de Lázaro: "Esta enfermedad no es de muerte" Jn XI,4), considera que en la desesperación puede reconocerse una forma típicamente femenina y otra típicamente masculina. La primera, o desesperación-debilidad, sería la de no querer ser quien se es; la segunda, o desesperación-desafío, consistiría en querer ser quien no se es (en el texto que circula en Internet dice "querer ser quien se es", aunque a renglón seguido se habla del deseo "encarnizado" de "construir un yo imaginario". A ver si consigo el librito de Trotta con la traducción de Demetrio González Rivero -impagables traducciones que habrían librado a Unamuno del engorro de aprender danés- porque no lo veo muy claro).
Las dos formas, femenina y masculina, aun con puntos en común, son radicalmente diferentes: ella es otro; él se inventa.
Y pienso en tantos personajes literarios femeninos que parecen darle la razón. En el "Yo soy Heathcliff", por ejemplo, de Cathy, la protagonista de Cumbres Borrascosas (es difícil sin embargo imaginar a Dante diciendo "yo soy Beatriz"). Desde el lado masculino, llevado a su extremo el yo imaginario, quizá Don Quijote... Aunque precisamente en don Quijote el personaje ficticio es el que permite a D. Alonso ser quien es. El quijotismo es algo muy masculino, no cabe duda.
El texto que sigue, una nota aclaratoria a pie de página con un curioso -y pelín vanidoso- remate, me ha parecido muy interesante. Como todo Kierkegaard, otro descubrimiento tardío, qué alegría ]

"...Lejos de mí, sin embargo, el pensamiento de que no se puede encontrar en la mujer formas de desesperación masculinas e, inversamente, en el hombre formas de desesperación femeninas; pero esta es la excepción. Claro está que la forma ideal no se halla en ninguno y sólo idealmente es enteramente verdadera esta distinción de la desesperación masculina y de la desesperación femenina. En la mujer no existe esa profundización subjetiva del yo, ni una intelectualidad absolutamente dominante, aunque ella posee mucho más a menudo que el hombre una sensibilidad delicada. En cambio su ser es adhesión, abandono, pues si no, no es mujer. Cosa extraña: nadie tiene su mojigatería (palabra bien formada para ella por el lenguaje) ni ese mohín casi de crueldad, y sin embargo su ser es adhesión y (esto es lo admirable) todas esas reservas no expresan en el fondo más que tal condición. En efecto, a causa de todo ese abandono femenino de su ser, la Naturaleza la ha armado tiernamente con un instinto cuya finura sobrepasa a la más lúcida reflexión masculina y la reduce a nada. Esta afección de la mujer y, como decían los griegos, ese don de los dioses, esa magnificencia, es un tesoro demasiado grande para que se lo arroje al azar; ¿pero qué inteligencia humana lúcida tendrá jamás bastante clarividencia para adjudicarlo a quien se lo merezca? Por esto la Naturaleza se ha encargado de ello: por instinto, su ceguera ve más claramente que la más clarividente inteligencia; por instinto ve adónde dirigir su admiración, dónde llevar su abandono. Siendo todo su ser adherirse, la Naturaleza asume su defensa... Pero esta adhesión profunda de su ser reaparece en la desesperación, es su modo mismo. En el abandono ella ha perdido su yo y sólo así encuentra la felicidad, vuelve a encontrar su yo; una mujer feliz, sin adherirse, es decir sin el abandono de su yo, fuere a quien fuese por lo demás, carece de toda femineidad. También el hombre se da y es un defecto en él no hacerlo; pero su yo no es abandono (fórmula de lo femenino, sustancia de su yo), y tampoco necesita perderlo, como hace la mujer, para volver a encontrarlo, puesto que ya lo tiene; él se abandona, pero su yo permanece allí como una conciencia sobre el abandono, mientras que la mujer, con una verdadera femineidad, se precipita y precipita su yo en el objeto de su abandono. Perdiendo ese objeto, ella pierde su yo y entonces cae en esa forma de la desesperación en la cual no se quiere ser uno mismo. El hombre no se abandona de esa manera; por ello la otra forma de la desesperación lleva el signo masculino: en ella el desesperado quiere ser él mismo.
Esto para caracterizar la relación entre la desesperación del hombre y de la mujer. Sin embargo, recordemos que aquí no se trata de abandono en Dios ni de la relación del creyente con Dios, en la cual desaparece esa diferencia del hombre y de la mujer. Aquí es indiferentemente cierto que el abandono es el yo y que se llega al yo por el abandono. Esto vale tanto para el uno como para la otra, incluso si muy a menudo en la vida la mujer no tiene relación con Dios sino a través del hombre."
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S. Kierkegaard, La enfermedad mortal (Tratado de la desesperación. Libro I. Capítulo II) . Texto tomado y corregido de http://www.librodot.com/.

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