21 enero 2010

Pobre barquilla mía

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“Yo he descubierto una gran verdad –dice el patriarca de Citadelle(1)-: que los hombres habitan…”

El hombre, aunque razone, no vive en lo universal, sino que habita en lo concreto, y sólo a partir de lo concreto razona. Precisamente porque él mismo es individual y personal, crea lo concreto determinado y en ello se alberga y protege. (…)

Nadie más abandonado en un mundo sin límites, de temibles elementos, que el navegante en alta mar. Se enfrenta, sin embargo, con el océano infinito en la pequeña construcción de su navío, que es para él albergue y orden de sus días. Una vez dentro de él, apenas ve ya el mar, o, si lo ve, le parece sólo el fondo o decoración de su nave, algo hecho para sostenerlo o transportarlo. La inmensidad del mar es entonces campo de su tarea, o camino que recorrer para el navío, es decir, para el pequeño mundo de sentido que el hombre se ha construido a fin de albergarse y realizar su obra. Es la misma verdad que expresó la Gestalt-Psichologie sobre la incapacidad perceptiva del hombre si no es a partir de una previa captación de formas dotadas de unidad y sentido. (…)

El rito alberga al hombre en el tiempo, como la casa lo alberga en el espacio, y le otorga su bien más preciado: el sentido temporal de las cosas, en cuya virtud no se pierde la vida en la incoherencia y el hastío. “Porque es bueno que el tiempo que corre no nos produzca la impresión de algo que nos gasta y que nos pierde, sino de algo que nos realiza y nos madura. Es bueno que el tiempo sea una construcción. Así puedo yo marchar de fiesta en fiesta, de santo en santo, de vendimia en vendimia, como marchaba de niño de la sala de consejos a la sala de reposo en el palacio de mi padre, donde cada paso tenía su sentido”.

La solemnidad es compañera natural del rito, y lo preserva, y subraya su santificación en el correr del tiempo. Así la oración al comenzar la comida en común hace de ésta un rito familiar, respetable por sí mismo, distinto por completo de una función fisiológica regida sólo por normas de economía o de higiene. Así la oración del mediodía o de la puesta del sol, o el día dedicado al Señor… Así la solemnidad en el acto de administrar justicia o de enseñar en cátedra o de otorgar culto a Dios, por la que quienes lo ejercen se sienten ministros de algo más alto que ellos mismos. (…)

Por esto, aplicar al rito el método racional-finalista es esencialmente destructor. Pensar que, por motivos de utilidad o economía, se pueda trasladar al sábado el culto que a Dios se tributó siempre en domingo, creer que la voluntad organizadora de una autoridad humana puede sustituir por sí sola a la costumbre ritualizada, es ignorar la raíz sagrada, de aceptación y fidelidad, que constituye la esencia de todo orden humano concreto. Aplicado el escalpelo racional a la concreción de los ritos, ceden uno tras otro en su raíz fáctico-sagrada y, al cabo el mes que iba para el hombre de la Asunción a la Sanmiguelada, o de la Navidad a la Candelaria, se convierte en el mes “del quinto día”, mes sin domingos ni fisonomía de la Unión soviética, en el que cada cinco días descansa un grupo distinto de trabajadores para así, en la uniformidad del tiempo, “no interrumpir jamás la construcción del Socialismo”.

(1) Antoine de Saint-Exupéry, Citadelle.

Rafael Gambra, El Silencio de Dios, Editorial Prensa Española, Madrid, 1968

[Rafael Gambra, entre otras muchas cosas, era catedrático de Filosofía en el Instituto Lope de Vega de Madrid. En la década de los 70, durante tres años, los cursos de 5º, 6º y COU de aquel entonces, lo tuve como profesor. Mi padre, que lo conocía y lo admiraba, nos llevó a sus tres hijas al Lope de Vega para que no tuviéramos más remedio que sentarnos a escucharle dos horas por semana.
Vivíamos en la otra punta de la ciudad y tardaba cerca de una hora en llegar al Instituto, después de coger un autobús y el Metro. No me daba tiempo a ir a casa a mediodía y, cuando empezaban las clases de la tarde y mis compañeras volvían de la suya, repeinadas y oliendo a Azur, yo estaba descangallada y con el uniforme apestando a los fritos del bar del patio. Pero llegaba Gambra, subía a la tarima, abría el libro y se me olvidaba todo.
Una tarde al mes, le dejabamos papelitos cerrados en la mesa con los temas de los que nos gustaría hablar. Cogía uno al azar y empezaba la charla. Por más disparates que dijéramos, no se inmutaba. Al final, incomprensiblemente, estábamos de acuerdo. Nos enseñaba a pensar. Nos enseñaba a dialogar: a dialogar, sobre todo, con nosotros mismos, que es por donde conviene empezar los diálogos. Y nos vacunaba.
Entusiasmada con aquellas clases, decidí estudiar Filosofía. En la Facultad descubrí, tras una inmersión bautismal en formalismo kantiano, que la luz verdadera comenzaba en Hegel y que todo lo anterior era sólo edad oscura. Al primer pero te miraban malamente, la disidencia no estaba permitida: ya no se trataba de pensar, sino de aprenderse al dedillo el catecismo de la Nueva Era. Vacunada como iba, salí de allí maltrecha, pero viva.
El libro del que he extractado la entrada tiene una dedicatoria que dice: “A mi atenta y querida alumna C.B., en la esperanza de que guarde para sí algo de lo que este libro expresa”. Eso espero yo también.
Rafael Gambra murió en el año 2004. Por estas fechas de enero se celebró su funeral. Me quedé en la última fila, que era la mía. Dios lo tenga en su gloria.]

5 comentarios:

Unknown dijo...

Qué bonita semblanza de Gambra. Y ahora mi hijo mayor tiene que estudiar su manual en 1 de Bachillerato...

Cristina Brackelmanns dijo...

Bienvenido, Javier.
Tener a Gambra de profesor fue un lujo, y el manual es muy bueno, tiene la cortesía de la claridad y la sencillez. Estas Navidades había una pila en la Casa del Libro y me alegré un montón de ver que seguía utilizándose. En algunas cosas vamos recuperado la cordura.
Muchas gracias por tu visita.

Fernando dijo...

Cara C.B.,

Parabéns pelo blog!
Gostei muito do texto e de seu depoimento pessoal.
Também sou um grande admirador da obra do Prof. Rafael Gambra. Que grande privilégio seu ter sido aluna dele!
Pelos seus gostos literários, tenho certeza que você também irá apreciar as obras de Gustave Thibon.
Um grande abraço,

Fernando (São Paulo-Brasil)

Cristina Brackelmanns dijo...

¡Qué grata sorpresa encontrar su comentario esta mañana, querido amigo de Sâo Paulo!

Me alegra ver que compartimos admiraciones. Tiene usted razón, cada clase del profesor Gambra ha sido un privilegio.
En cuanto a G.Thibon, me encuentra usted precisamente con "Retour au Réel" y "Notre regard qui manque à la lumière" sobre la mesa. Pensaba publicar un texto suyo en las próximas entradas. Lo he ido retrasando porque quería hacer una serie de entradas compartidas Thibon-Weil, mostrando los temas comunes y la influencia recíproca. Me gusta imaginarlos conversando (después de la jornada de trabajo en las viñas, sentados al caer la tarde: recio y tranquilo Thibon, con las manos destrozadas y la cara llena de arañazos la desastrada Simone...)
Estoy tomando notas, pero no tengo mucho tiempo libre y voy lenta.

Bienvenido, Fernando. Le agradezco muchísimo su visita. Su Blog, al que volveré muchas veces para leer despacio, ha sido un hallazgo, un verdadero regalo.
¡Y que preciosidad de lengua la suya, qué bien suena Thibon!
(Cuando aprenda cómo se hacen estas cosas, si me lo permite, lo enlazaré para que los que pasen por aquí puedan disfrutarlo)

Un abrazo y gracias de nuevo.

Fernando dijo...

Cara C.B.,

Gostei muito da sua idéia de fazer uma série Thibon-Weil mostrando os temas comuns e a influência recíproca. Os livros "Simone Weil as we knew her" e "A Gravidade e a Graça" poderão ajudá-la bastante nessa tarefa.

Fiquei feliz que tenha apreciado o meu blog. Seja sempre bem vinda! Se quiser divulgá-lo, esteja à vontade.

Continue com o excelente trabalho, e sabia que a partir de agora sou um visitante assíduo do "sol y escudo".

Um grande abraço.