27 enero 2010

La cinta transportadora

-
Gombrowicz captó en Ferdydurke el giro fundamental que se produjo durante el siglo XX: hasta entonces, la humanidad se dividía en dos, los que defendían el statu quo y los que querían cambiarlo; ahora bien, la aceleración de la Historia tuvo consecuencias: mientras que, antaño, el hombre vivía en el mismo escenario de una sociedad que se transformaba lentamente, llegó el momento en que, de repente, empezó a sentir que la Historia se movía bajo sus pies, como una cinta transportadora: ¡el statu quo se ponía en movimiento! ¡De golpe, estar de acuerdo con el statu quo fue lo mismo que estar de acuerdo con la Historia que se mueve! ¡Al fin se pudo ser a la vez progresista y conformista, bienpensante y rebelde! Acusado de reaccionario por Sartre y los suyos, Camus dio la célebre réplica a los que han "colocado su sillón en el sentido de la Historia".
Milan Kundera, El Telón. Ensayo en siete partes, Tusquets Editores, Barcelona, 2005. Traducc. Beatriz de Moura.


[A raíz de la publicación de L’homme révolté de Camus en 1951, y de la durísima reseña -que Camus atribuyó siempre a Sartre- publicada en la revista Les Temps Modernes, se desencadenó una sonada polémica entre ambos por sus ideas enfrentadas acerca de la historia y la acción revolucionaria, salpicada de bonitos insultos y descalificaciones personales, especialmente por parte del filósofo (como cuando, lleno de jactancia, acusaba a Camus de incompetencia filosófica, de haber cursado estudios de segunda fila en Argel, o de mirar la historia con desconfianza, "como nena que roza el agua con la punta del pie y pregunta ¿está muy caliente?”).
En L'homme révolté Camus responsabilizaba, por una parte al antihistoricismo, representado por Saint-Just, discípulo de Rousseau, y por otra parte al historicismo que bebe en la idea hegeliana de la historia, de haber ensangrentado la historia moderna desde 1789 hasta nuestros tiempos, al justificar el terror y el crimen en aras de la idea.
Con esa tendencia tan propia de las izquierdas a responder a los argumentos caricaturizando al argumentador, la reseña de la obra de Camus, firmada por un colaborador de Sartre, sostenía que, para Camus -"que equiparaba la entrada en el reino de la Historia con la adquisición de un pasaje al terror y al nihilismo"- la única sabiduría posible sería la de instalarse en el statu quo. Camus respondió agradeciendo las “lecciones de eficacia… por parte de censores que no han puesto nunca en el sentido de la historia más que su conocido sillón”.]

10 comentarios:

Santiago dijo...

¿Ves? Es mucho más interesante la nota a pie de página (en letra diminuta y entre corchetes) que la cita de Kundera, a quien siempre he admirado mucho... como novelista.
No voy a dejar de darte la vara hasta que no hagas de tus citas un pre-texto para leer tus comentarios...

Cristina Brackelmanns dijo...

Santiago, no me hagas sufrir, que cada vez que me leo me espanto y me paso el rato entrando a corregir y moviendo comas.
A mí, sin embago, "La insoportable levedad del ser", que la hojeé en la librería y volví a depositarla con amor, no me pareció nada leve y sí bastante insoportable. Aunque si a ti te parece buena estoy dispuesta a reconsiderarlo.
Kundera me interesa porque es alguien que se conoce el percal, porque cuando habla de "Sartre y los suyos", sabe de lo que habla.
Muchísimas gracias, hasta con vara.

julio martínez mesanza dijo...

Yo estoy con Santiago. No dejes de poner esas notas.

E. G-Máiquez dijo...

Yo estoy con Santiago y con JMM, por supuesto, pero también reconozcámosles a Gombrowicz y a Kundera que la imagen de la cinta transformadora es extraordinaria. Y el comentario de CB al insulto de la niña y al agua muy caliente, gozoso.

Cristina Brackelmanns dijo...

Muchas gracias, Julio, pero que no, que no os confabuléis, que cada uno vale para lo que vale.
¿No te parece de lo más gráfica la burla sobre la "nena" que comprueba la temperatura del agua? ¿Será más de machote escaldarse?

Cristina Brackelmanns dijo...

Muchas gracias, Enrique ¿A que sí, a que lo lo de la cinta transportadora es buenísimo, como esas en los pasillos de los aeropuertos, con su barandilla a cada lado para que no te salgas, que una vez que te montas ya sólo puedes dejarte llevar?
He hecho una chapuza, corregí la respuesta a Julio (esto es un sinvivir) antes de bajar tu comentario y, no sé por qué, ahora veo que se ha cambiado el orden. Pareces adivino, pero ya lo dejo así, no sea que te me pierdas.

Santiago dijo...

Bien, pues por alusiones y por dar cuerpo a esta hermosa página que todavía (y por poco tiempo, espero) está dedicada a la inmensa minoría, entraré en materia y diré que no me convencen Kundera ni Gombrowicz, porque, ¿no será que es un fenómeno inevitable que todos vivamos nuestro momento histórico como una cinta transportadora? Siempre ha sido así; y me pregunto si también distinguían entre statu quo y cambio los perplejos habitantes de Cartago cuando llegaron los vándalos, o los marqueses decapitados por Robespierre, o los alucinados cartógrafos que se dieron cuenta de que América no estaba delante de Catay. El siglo XX sólo tiene de vertiginoso la magnitud de sus logros y sus horrores; es un siglo cuantitativo, pero nada más. Dicho lo cual, sartrianos y gente acomodada en el sillón del tíovivo que se mueve solo, siempre ha habido y siempre habrá: son los que hacen de la ideología una provechosa manera de vivir cargados de razón.
Vaya, Crista, perdona el rollo, pero hoy no habías escrito nada...

Cristina Brackelmanns dijo...

No, Santiago, mucho mejor que yo lo sabes: una cosa es vivir como dueños y responsables del momento histórico, o en todo caso de nuestra pequeña y particular vida (por limitada y constreñida que sea, que ya sé que ha habido esclavos y gente que se ha pudrido en la cárcel: aun así se puede conservar la conciencia y la certeza de la propia dignidad, uno sabe quién es y quien no es, qué es lo justo y lo injusto, quien la víctima y el verdugo), y otra sentirse el engranaje de una Historia con vida propia que es la única que sabe a dónde va, sin más función que la de mantener encendidas las calderas -o echarse a ellas si los guardianes del proceso lo consideran conveniente- para no retrasar su inexorable marcha. Y siempre por el bien del hombre futuro, por supuesto, que es el que cuenta.
No es sólo una cuestión cuantitativa, que también lo es, pero primero es cualitativa: la desmesura viene después.
Es cualitativamente nuevo el poder sobre las conciencias, la culpabilización de las víctimas, la perversión del lenguaje, la sustitucion de los valores por categorías temporales (ser bueno o malo ya no tiene sentido, los hombres ya sólo se definen por ser hombres de su tiempo o despreciables reaccionarios merecedores de pena capital).
Antes se trataba de hombres contra hombres, aunque fuera David contra Goliat, pero esta mezcla del Estado ommnipotente, la coartada ideológica y la revolución a su cargo, es un invento cualitativamente nuevo y demoníaco. "Religiones horizontales" que sacrifican al hombre que existe por el hombre que no existe, en palabras del "reaccionario" de Camus.
Puede que precisamente esa sea la diferencia más cualitativa, la del hombre ocupando el lugar de Dios. Lo dice también Camus, que no era precisamente un beato: "Es así como el mundo a nuestra imagen puede tomar un rostro desesperante, porque los hombres también esconden lo inhumano".
Y luego, a partir de ahí, la cantidad, es decir: a la fosa todo el que se salga de la cinta.

Yo sí que te he soltado un rollo tremendo, pero hay un detalle que te dice que se trata de algo completamente distinto: los niños han jugado siempre a las guerras, se disfrazan de vikingos, se entusiasman con la Ilíada, con Astérix y las legiones romanas, con el Cid y hasta con Napoleón. En todos los casos hubo mucha sangre, cambio y vuelco de status, ¿pero tú crees que algún día alguien podrá jugar o entusiasmarse con estos otros espantos, con ese mundo de sombras productivas, delaciones, complicidades,autoinculpaciones, asesinatos...? ¿O los miraremos siempre con horror y vergüenza?

La que no tienen los que siguen levantando el puño en el mitin con los amiguitos, bien aferrados al cuento de la Historia y a esa cinta de maletas y cómodos sillones.

Gracias, Santiago, y un abrazo si has tenido la santa paciencia de llegar hasta aquí (eso por jugar a abogado del diablo, que se ha notado).

Santiago dijo...

Gracias a ti, Crista, por tu explicación, y perdona que haya dejado pasar los días; estoy de acuerdo con lo que dices, aunque sigo pensando que el fenómeno no es totalmente nuevo, aunque sí sea escalofriante el desarrollo que ha alcanzado en el siglo XX. Pensamientos únicos (y, por tanto prestigiosos y excluyentes) los ha habido siempre. Pero tus nuevas entradas son muy sugerentes para seguir enredando aquí. Nos lleva la cinta tranportadora, y yo, en mi sillón, te sigo leyendo...

Cristina Brackelmanns dijo...

Uf, Santiago, qué alivio, pensé que te había echado para siempre. Quizá es que el tema me toca en un punto sensible, pero me puse muy plasta. Es el problema también de no tener al interlocutor enfrente.
En cuanto a lo del sillón, siempre que no sea un sillón sartriano ni un sillón por prescripción facultativa, no hay sitio mejor: una ventana lluviosa, un buen cangilón de café, un peazolibro... y que el mundo gire y nos olvide un rato.
Muchas gracias, Santiago, y da besos.