01 julio 2013

...y la ley moral en mí (o el escándalo de Hannah Arendt) -1.

Bueno, vamos con doña Hannah Arendt y su admirado Kant, su intocable Kant, el del giro copernicano, el del  sapere aude (atrévete a saber) que nos sacará de la minoría de edad culpable, el que cierra la Crítica de la razón -pura- práctica con aquel sublime der bestirnte Himmel über mir und das moralische Gesetz in mir (el cielo estrellado sobre mí y la Ley moral en mí).

Muy bonito, desde luego, el cielo estrellado sobre todo, pero ¿de qué ley hablamos? ¿y de qué "en mí"?

Pues resulta que hablamos de la ley moral que el hombre se da a sí mismo, es decir, de una moral  autónoma (la autonomía es, pues, el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional). Y hablamos de una moral que se funda en el mandato incondicional y absoluto de la razón,  que ése es  el "en mí" puro,  libre de las bajezas del "en mí" sospechoso, bajezas como el interés, las inclinaciones naturales, el deseo de felicidad, el sentimiento de placer, o la experiencia (Nada se hallará más pernicioso e indigno de un filósofo que la plebeya apelación a una supuesta experiencia en contra. Eso dice Kant: qué experiencia ni qué niño muerto, pedazo de plebeyos). Hablamos  de una moral que descansa en el obrar por el deber, para la que la conducta sólo es moral cuando la mueve el deber, y hablamos finalmente de una moral formal, sin contenidos o valores determinados,  pero que ofrece al hombre la regla infalible para discernir lo bueno y lo malo: "obra de modo que la máxima de tu voluntad pueda siempre valer como principio de una legislación universal". Resumiendo, hablamos de una moral que es imperativa y de un imperativo que es categórico, que no admite ni condiciones (ni "si...") ni objeciones (ni "pero...") y que blinda a la razón, garante absoluto de la moralidad, frente a la inclinación, subjetiva, relativa y, en suma, despreciable. Y todo esto es muy importante, porque la piedad, por ejemplo, o la compasión, o el malestar ante el dolor causado, quedan de ese lado de la inclinación y la arbitrariedad  que se tacha de un plumazo: "Nada hay que esperar de la inclinación del hombre, sino todo de la suprema fuerza de la ley y del debido respeto a ella".

La ética kantiana ha sido largamente criticada desde el propio campo filosófico y desde el mero y bendito sentido común: B.Constant la acusa de hacer imposible la vida social, Hegel de apriorismo, Schopenhauer de logicismo y de ser más ineficaz que una jeringa para apagar un incendio, Nietzsche de crueldad, Scheler y Hartmann de falta del elemento esencial de la moral que es su contenido material, Péguy de tener las manos limpias pero no tener manos... De todas ellas, quizá la crítica más conocida, en este caso al rigorismo, es la del epigrama de Schiller: "Gustoso vine en ayuda de mis amigos, lástima que lo hice por inclinación y me recome el escrúpulo de que no fui virtuoso. No me queda más remedio que despreciarlos y hacer con asco lo que manda el deber".  Un epigrama que parecería menos simpático y más terrible si, diciendo lo mismo en el fondo, comenzara de esta otra forma: "con disgusto ignoré  las súplicas de mis amigos, suerte que vencí la inclinación y fui virtuoso. No me queda más remedio que etc."
Precisamente a ese "con disgusto ignoré las súplicas de mis amigos..." volveremos un poco más adelante.

Con todo, a Kant se le sigue considerando la más alta cumbre del pensamiento moral occidental, el esfuerzo más loable por fundamentar racionalmente la conducta moral, por entregar a los hombres "el claro y sencillo compás" con el que discernir el bien y el mal. No hay Departamento de Filosofía, ni filósofo diría, que no tenga un altarcito para Kant. Hasta los más renuentes luchan con él como Jacob con su ángel. No se sale de Kant indemne. Aunque se le abandone por la fenomenología como Hannah Arendt, o por el raciovitalismo como Ortega, la fascinación y las secuelas perduran: ahí está, por ejemplo, el "pensar esencialmente es transformar" de Ortega, o el escándalo de Hannah Arendt cuando, enviada por el New Yorker en 1961 para cubrir el proceso de Eichmann, detenido en Argentina y conducido a Jerusalén para ser juzgado -más bien para ser ejecutado, como se desprende del informe de Arendt-, le escucha decir que toda su vida, que todos sus actos,  se han regido por los principios de la moral kantiana (*)

¿Cómo es posible? ¿Kant en boca de un asesino de masas? Y doña Hannah, que durante todo el proceso hace gala de una objetividad, de una falta de prejuicios, de un deseo de comprender y una capacidad de reconstruir el escenario social y moral que hizo posible todo aquel horror, que resultan dignos de la mayor admiración, ante esa declaración frena en seco y simplemente se escandaliza, se indigna,  por ahí sí que no paso, parece decirse, y concluye que Eichmann, de quien poco antes había comentado que no era nada tonto, es una pobre mente limitada incapaz de entender a Kant.

(Continuará, que ya va muy largo)

* Hannah Arendt, Eichmann y el Holocausto, Edit.Taurus-Great Ideas, sept.2012, traducc. Carlos Ribalta (el librito, hecho a base de extractos, no respeta la estructura en capítulos y al final resulta más tocho que la obra completa. Tampoco recoge los pasajes kantianos)
* El libro completo, editado por Lumen  en traducción asimismo de Carlos Ribalta,  podéis leerlo aquí:
http://fadeweb.uncoma.edu.ar/carreras/materiasenelweb/abogacia/teoria_del_derecho_II/fichas/Arendt, Hannah - Eichmann en Jerusalen.pdf

4 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Esperaré atento -y en tensión- la continuación.
Cuando estuve en Alemania al acabar la carrera estaba por allí un español que hacía la tesis sobre la "moral autónoma kantiana". Yo ni me atrevía a preguntarle de qué iba aquello. Ahora sí que me parece un tema interesantísimo de preguntar.

Cristina Brackelmanns dijo...

Yo tuve que chuparme un año entero, dos tardes por semana, un seminario sobre la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Tampoco me atrevía a preguntar, habría sido como preguntar en catequesis avanzada ¿pero Dios existe?.

H.Arendt comenta varias veces que Eichmann ni siquiera entendía las preguntas que se le hacían, sobre la posibilidad de haberse negado a colaborar o el reconocimiento de su culpabilidad (sólo piensa en un etarra bien cargado de razones, tampoco entendería). Con los kantianos de universidad, pasa lo mismo, no les puedes preguntar si realmente consideran que la razón es la sede de la moral, si de verdad se creen que la justificadora, la tramposa, la manipuladora y la manipulable, la especialista en autoengaño... es más fiable que la inclinación o el simple deseo natural de evitar el sufrimiento y de vivir en paz. No lo entenderían. Que esa no es la razón pura ni la legisladora universal, dirían, pero claro, tenemos el compás kantiano para distinguir el bien y el mal ¿y el compás para distinguir la razón pura de la impostora dónde está? Eso es lo que decía Donoso Cortés cuando hablaba de la legitimidad y de la razón: tú niegas la mía, yo niego la tuya.

No esperes muy atento, me machacan estas cosas, a ver si consigo acabar.

Jesús dijo...

La razón vital de Ortega, "el tema de nuestro tiempo", creo yo que pone las cosas en su sitio: le devuelve a la razón seca de Kant su humedad, su humanidad.

Cristina Brackelmanns dijo...

Si te digo la verdad nunca he entendido muy bien como funciona eso del raciovitalismo, pero que la razón solita, en cuestiones de moral -que son todas menos la ingeniería, la física, la química y no sé si la geografía-, no se basta y necesita riego, como muy bien dices, eso creo que está claro.
Gracias, Suso.