« Mi
caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de
pensar o hablar con coherencia sobre ninguna cosa.
Poco a poco se me fue haciendo imposible, en las conversaciones sobre un tema elevado o general, utilizar ese tipo de palabras del que todos se sirven habitualmente sin pensárselo dos veces. Sentía un malestar inexplicable sólo con
pronunciar "espíritu", "alma" o "'cuerpo". Me parecía imposible emitir internamente un juicio acerca de los asuntos de la corte, los sucesos del
parlamento o lo que quiera que fuese, y ello no por consideraciones de ningún tipo, pues ya conoce mi franqueza rayana en la impertinencia, sino porque las palabras abstractas de las que
se sirve la lengua de modo natural para manifestar cualquier tipo de juicio se
me deshacían en la boca como hongos podridos. [...]
Esta
infección se fue expandiendo paso a paso como una herrumbre que devora cuanto
le rodea. Incluso en la charla familiar y trivial, todos los juicios que uno
suele enunciar a la ligera, con la seguridad de los sonámbulos, se me fueron volviendo tan discutibles que
tuve que dejar de participar en charlas de esa índole. Con
un enojo inexplicable, que sólo con esfuerzo conseguía disimular, tenía que oír frases como: el asunto acabó bien o mal para tal o cual; el capataz N. es un malvado, el predicador T. una buena persona; el arrendatario M. es
digno de compasión, sus hijos son unos derrochadores; este otro merece ser envidiado
porque sus hijas saben llevar la casa; esta familia prospera, la otra se hunde en la miseria… Todo me parecía
tan indemostrable, tan mendaz, tan inconsistente... Mi espíritu me obligaba a observar con inquietante proximidad todas las cosas de las que este tipo de charlas se nutría: me ocurría ahora, con los hombres y sus actos, lo mismo que en cierta ocasión en la que, a través de una lente de aumento, vi un trozo de la piel de mi meñique como si fuera un campo en barbecho lleno de surcos y cavidades. Ya no lograba aprehenderlas con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me deshacía en
partes, las partes de nuevo en partes, y no quedaba nada que fuera capaz
de sujetar con un concepto. Las palabras flotaban sueltas a mi alrededor.
[...]
No
puedo esperar que me entienda sin un ejemplo y he de pedirle indulgencia por su ridiculez: una regadera, un rastrillo
abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un mísero cementerio, un
lisiado, una granja pequeña, todo esto puede llegar a ser la ocasión de una epifanía. Cada uno de esos objetos, y otros mil parecidos sobre los que de
ordinario se desliza el ojo con natural indiferencia, puede adquirir, en un momento repentino que no está en mi mano controlar de ningún modo, un
carácter sublime y conmovedor que mis palabras, demasiado pobres, no sabrían expresar. [...]
¡¡Pero qué hago recayendo en esas mismas palabras de las que acabo de renegar!! »
¡¡Pero qué hago recayendo en esas mismas palabras de las que acabo de renegar!! »
["...Mein Fall ist, in Kürze, dieser: Es ist mir völlig die Fähigkeit abhanden gekommen, über irgend etwas zusammenhängend zu denken oder zu sprechen.
Zuerst
wurde es mir allmählich unmöglich, ein höheres oder allgemeineres Thema zu
besprechen und dabei jene Worte in den Mund zu nehmen, deren sich doch alle
Menschen ohne Bedenken geläufig zu bedienen pflegen. Ich empfand ein
unerklärliches Unbehagen, die Worte »Geist«, »Seele« oder »Körper« nur
auszusprechen. Ich fand es innerlich unmöglich, über die Angelegenheiten des Hofes,
die Vorkommnisse im Parlament oder was Sie sonst wollen, ein Urtheil
herauszubringen. Und dies nicht etwa aus Rücksichten irgendwelcher Art, denn
Sie kennen meinen bis zur Leichtfertigkeit gehenden Freimut: sondern die
abstrakten Worte, deren sich doch die Zunge naturgemäß bedienen muß, um
irgendwelches Urtheil an den Tag zu geben, zerfielen mir im Munde wie modrige
Pilze.[...]
Allmählich
aber breitete sich diese Anfechtung aus wie ein um sich fressender Rost. Es
wurden mir auch im familiären und hausbackenen Gespräch alle die Urtheile, die
leichthin und mit schlafwandelnder Sicherheit abgegeben zu werden pflegen, so
bedenklich, daß ich aufhören mußte, an solchen Gesprächen irgend teilzunehmen.
Mit
einem unerklärlichen Zorn, den ich nur mit Mühe notdürftig verbarg, erfüllte es
mich, dergleichen zu hören wie: diese Sache ist für den oder jenen gut oder
schlecht ausgegangen; Sheriff N. ist ein böser, Prediger T. ein guter Mensch;
Pächter M. ist zu bedauern, seine Söhne sind Verschwender; ein anderer ist zu
beneiden, weil seine Töchter haushälterisch sind; eine Familie kommt in die
Höhe, eine andere ist am Hinabsinken. Dies alles erschien mir so unbeweisbar,
so lügenhaft, so löcherig wie nur möglich. Mein Geist zwang mich, alle Dinge,
die in einem solchen Gespräch vorkamen, in einer unheimlichen Nähe zu sehen: so
wie ich einmal in einem Vergößerungsglas ein Stück von der Haut meines kleinen
Fingers gesehen hatte, das einem Blachfeld mit Furchen und Höhlen glich, so
ging es mir nun mit den Menschen und Handlungen. Es gelang mir nicht mehr, sie mit dem
vereinfachenden Blick der Gewohnheit zu erfassen. Es zerfiel mir alles in
Teile, die Teile wieder in Teile und nichts mehr ließ sich mit einem Begriff
umspannen. Die einzelnen Worte schwammen um mich.[...]
Ich
kann nicht erwarten, daß Sie mich ohne Beispiel verstehen, und ich muß Sie um
Nachsicht für die Kläglichkeit meiner Beispiele bitten. Eine Gießkanne, eine
auf dem Feld verlassene Egge, ein Hund in der Sonne, ein ärmlicher Kirchhof,
ein Krüppel, ein kleines Bauernhaus, alles dies kann das Gefäß meiner
Offenbarung werden. Jeder dieser Gegenstände und die tausend anderen ähnlichen,
über die sonst ein Auge mit selbstverständlicher Gleichgültigkeit
hinweggleitet, kann für mich plötzlich in irgendeinem Moment, den
herbeizuführen auf keine Weise in meiner Gewalt steht, ein erhabenes und
rührendes Gepräge annehmen, das auszudrücken mir alle Worte zu arm scheinen.
[...] Aber was versuche ich wiederum Worte, die ich verschworen habe!"]
Hugo von Hofmannstahl.
Brief des Lord Chandos an Francis Bacon/
Carta de Lord Chandos a Francis Bacon, 1902