25 diciembre 2016
24 noviembre 2016
Hongos podridos (la eterna paradoja). H von H
« Mi
caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de
pensar o hablar con coherencia sobre ninguna cosa.
Poco a poco se me fue haciendo imposible, en las conversaciones sobre un tema elevado o general, utilizar ese tipo de palabras del que todos se sirven habitualmente sin pensárselo dos veces. Sentía un malestar inexplicable sólo con
pronunciar "espíritu", "alma" o "'cuerpo". Me parecía imposible emitir internamente un juicio acerca de los asuntos de la corte, los sucesos del
parlamento o lo que quiera que fuese, y ello no por consideraciones de ningún tipo, pues ya conoce mi franqueza rayana en la impertinencia, sino porque las palabras abstractas de las que
se sirve la lengua de modo natural para manifestar cualquier tipo de juicio se
me deshacían en la boca como hongos podridos. [...]
Esta
infección se fue expandiendo paso a paso como una herrumbre que devora cuanto
le rodea. Incluso en la charla familiar y trivial, todos los juicios que uno
suele enunciar a la ligera, con la seguridad de los sonámbulos, se me fueron volviendo tan discutibles que
tuve que dejar de participar en charlas de esa índole. Con
un enojo inexplicable, que sólo con esfuerzo conseguía disimular, tenía que oír frases como: el asunto acabó bien o mal para tal o cual; el capataz N. es un malvado, el predicador T. una buena persona; el arrendatario M. es
digno de compasión, sus hijos son unos derrochadores; este otro merece ser envidiado
porque sus hijas saben llevar la casa; esta familia prospera, la otra se hunde en la miseria… Todo me parecía
tan indemostrable, tan mendaz, tan inconsistente... Mi espíritu me obligaba a observar con inquietante proximidad todas las cosas de las que este tipo de charlas se nutría: me ocurría ahora, con los hombres y sus actos, lo mismo que en cierta ocasión en la que, a través de una lente de aumento, vi un trozo de la piel de mi meñique como si fuera un campo en barbecho lleno de surcos y cavidades. Ya no lograba aprehenderlas con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me deshacía en
partes, las partes de nuevo en partes, y no quedaba nada que fuera capaz
de sujetar con un concepto. Las palabras flotaban sueltas a mi alrededor.
[...]
No
puedo esperar que me entienda sin un ejemplo y he de pedirle indulgencia por su ridiculez: una regadera, un rastrillo
abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un mísero cementerio, un
lisiado, una granja pequeña, todo esto puede llegar a ser la ocasión de una epifanía. Cada uno de esos objetos, y otros mil parecidos sobre los que de
ordinario se desliza el ojo con natural indiferencia, puede adquirir, en un momento repentino que no está en mi mano controlar de ningún modo, un
carácter sublime y conmovedor que mis palabras, demasiado pobres, no sabrían expresar. [...]
¡¡Pero qué hago recayendo en esas mismas palabras de las que acabo de renegar!! »
¡¡Pero qué hago recayendo en esas mismas palabras de las que acabo de renegar!! »
["...Mein Fall ist, in Kürze, dieser: Es ist mir völlig die Fähigkeit abhanden gekommen, über irgend etwas zusammenhängend zu denken oder zu sprechen.
Zuerst
wurde es mir allmählich unmöglich, ein höheres oder allgemeineres Thema zu
besprechen und dabei jene Worte in den Mund zu nehmen, deren sich doch alle
Menschen ohne Bedenken geläufig zu bedienen pflegen. Ich empfand ein
unerklärliches Unbehagen, die Worte »Geist«, »Seele« oder »Körper« nur
auszusprechen. Ich fand es innerlich unmöglich, über die Angelegenheiten des Hofes,
die Vorkommnisse im Parlament oder was Sie sonst wollen, ein Urtheil
herauszubringen. Und dies nicht etwa aus Rücksichten irgendwelcher Art, denn
Sie kennen meinen bis zur Leichtfertigkeit gehenden Freimut: sondern die
abstrakten Worte, deren sich doch die Zunge naturgemäß bedienen muß, um
irgendwelches Urtheil an den Tag zu geben, zerfielen mir im Munde wie modrige
Pilze.[...]
Allmählich
aber breitete sich diese Anfechtung aus wie ein um sich fressender Rost. Es
wurden mir auch im familiären und hausbackenen Gespräch alle die Urtheile, die
leichthin und mit schlafwandelnder Sicherheit abgegeben zu werden pflegen, so
bedenklich, daß ich aufhören mußte, an solchen Gesprächen irgend teilzunehmen.
Mit
einem unerklärlichen Zorn, den ich nur mit Mühe notdürftig verbarg, erfüllte es
mich, dergleichen zu hören wie: diese Sache ist für den oder jenen gut oder
schlecht ausgegangen; Sheriff N. ist ein böser, Prediger T. ein guter Mensch;
Pächter M. ist zu bedauern, seine Söhne sind Verschwender; ein anderer ist zu
beneiden, weil seine Töchter haushälterisch sind; eine Familie kommt in die
Höhe, eine andere ist am Hinabsinken. Dies alles erschien mir so unbeweisbar,
so lügenhaft, so löcherig wie nur möglich. Mein Geist zwang mich, alle Dinge,
die in einem solchen Gespräch vorkamen, in einer unheimlichen Nähe zu sehen: so
wie ich einmal in einem Vergößerungsglas ein Stück von der Haut meines kleinen
Fingers gesehen hatte, das einem Blachfeld mit Furchen und Höhlen glich, so
ging es mir nun mit den Menschen und Handlungen. Es gelang mir nicht mehr, sie mit dem
vereinfachenden Blick der Gewohnheit zu erfassen. Es zerfiel mir alles in
Teile, die Teile wieder in Teile und nichts mehr ließ sich mit einem Begriff
umspannen. Die einzelnen Worte schwammen um mich.[...]
Ich
kann nicht erwarten, daß Sie mich ohne Beispiel verstehen, und ich muß Sie um
Nachsicht für die Kläglichkeit meiner Beispiele bitten. Eine Gießkanne, eine
auf dem Feld verlassene Egge, ein Hund in der Sonne, ein ärmlicher Kirchhof,
ein Krüppel, ein kleines Bauernhaus, alles dies kann das Gefäß meiner
Offenbarung werden. Jeder dieser Gegenstände und die tausend anderen ähnlichen,
über die sonst ein Auge mit selbstverständlicher Gleichgültigkeit
hinweggleitet, kann für mich plötzlich in irgendeinem Moment, den
herbeizuführen auf keine Weise in meiner Gewalt steht, ein erhabenes und
rührendes Gepräge annehmen, das auszudrücken mir alle Worte zu arm scheinen.
[...] Aber was versuche ich wiederum Worte, die ich verschworen habe!"]
Hugo von Hofmannstahl.
Brief des Lord Chandos an Francis Bacon/
Carta de Lord Chandos a Francis Bacon, 1902
01 noviembre 2016
El canto del cuco. Christian Bobin
"Il y a quelque chose de talmudique dans l'appel du coucou, une question plus précieuse que toutes les réponses qu'on pourrait lui apporter.
Dans le chant indéfiniment relancé du coucou, un atome de désespoir, un minuscule "je sens qu'on ne me répondra pas, je n'y crois plus, c'est fichu", qui fait de cet oiseau le chanteur le plus humain de la forêt."
[Hay algo de talmúdico en el reclamo del cuco, una pregunta más valiosa que cualquier respuesta que se le pudiera ofrecer.
En el canto indefinidamente relanzado del cuco, un átomo de desesperanza, un minúsculo "tengo la impresión de que no se me responderá, ya no creo en ello, es inútil", que hace de este pájaro el cantor más humano del bosque.]
Christian Bobin . Un assassin blanc comme neige. Gallimard, 2011.
22 julio 2016
Releyendo a Bloy
"L'homme a dans son pauvre coeur des endroits qui n'existent pas encore, mais où la douleur entre afin qu'ils soient" (El hombre tiene en su mísero corazón lugares que todavía no existen, en los que el dolor entra para que existan).
Eso dice Léon Bloy (1846-1917), a su manera categórica y sin vuelta de hoja, en una de las cartas publicadas bajo el título de Cartas de juventud (Lettres de jeunesse 1870-1893); en concreto en la carta que dirige en abril de 1873 a su amigo Georges Landry, destinado en el frente. Parece que Landry lo mandó a paseo. Puede que la carta, con sus grandes alabanzas al dolor -de auxiliar de la Creación lo califica-, le sonara demasiado estupenda, o demasiado frívola cuando lo que está a punto de entrarte en el muy existente corazón es una bala. O puede que, simplemente, no le emocionara ser el destinatario de una carta dirigida a la posteridad. Bloy siempre escribía para la posteridad (y es un tema curioso este de los escritores y sus destinatarios, porque están los que, como Bloy, aun en misiva privada al cher ami, al tercer renglón elevan la voz para dirigirse al auditorio, y están los que simulan dirigirse al público en general, pero sólo para encubrir a un destinatario muy particular, como sucede con Kierkegaard, de quien todos los escritos podrían comenzar con un "querida Regina", salvo dos, o como mucho tres, que habrían de hacerlo con "aborrecido fulano de tal").
Bloy, que, como decía, enviaba a Landry un magnífico tratado sobre el dolor, nunca entendió la falta de entusiasmo del amigo, tan poquísima gratitud.
Bloy tenía por entonces 27 años, y desde luego la frase, una de las habituales entre las citas de Bloy, es de las que se recuerdan, tan sugerente y tan gráfica, con su profético y temible "ne pas encore" (no todavía...), con esos lugares del corazón, pozos, galerías, recovecos que no existían y al paso del dolor existen. Brillante y de lo más categórica, y sin embargo escandalosa:
"Lugares del corazón que todavía no existen", dice, y eso es cierto, nada que objetar. Salvo que hay lugares de todo tipo. Los hay que no necesitan existir para nada y los hay que mejor que no existan nunca. "En los que entra el dolor", añade. Eso también es cierto, sí, aunque el modo de decirlo parezca absurdo porque ¿cómo entrar en lo que no existe? Da lo mismo, las patadas a la lógica del discurso son parte del encanto de Bloy.
Ahora bien, ese "para que existan", la mera posibilidad de imaginar una finalidad, un propósito, un "para" en el dolor (idea que ya sé que tiene su cartera de clientes), me parece aberrante, insultante, escandalosa. Ese "para" debería ser inaceptable para cualquiera que se considere católico, tan inaceptable como la idea de que el fin puede justificar los medios, tan inaceptable como concebir a Dios castigando al hombre con desdichas o, aplicando el criterio inverso, repartiendo dolores en beneficio de sus criaturas. Inaceptable incluso para Bloy, que por muy estupendo que le gustara ponerse no era ningún mentecato.
Hablamos demasiado, decimos demasiadas tonterías, hablamos más que nada por no callar.
Hablamos demasiado, decimos demasiadas tonterías, hablamos más que nada por no callar.
(Léon Bloy, Lettres de jeunesse 1870-1893. Lettre IX à Georges Landry, 25 avril 1873)
22 abril 2016
Paganini - O mamma cara
Un joven pianista oyó interpretar la pieza al violín en Varsovia y, al terminar el concierto, conmovido por su encanto y por la portentosa ejecución, compuso unas Variaciones para piano. El portentoso violinista, a su vez, quizá la escuchó entonar en casa cuando chico, o puede que una tarde cualquiera, al entrar en la taberna ya un poco más crecido, un borracho se arrancara a cantarla en un brote de melancolía. Los borrachos son de cantar fácil y al joven violinista le gustaban las tabernas. El caso es que, inspirado por aquella canción, compuso las Variaciones para violín que años más tarde interpretaría en un concierto en Varsovia.
Hoy os traigo la pieza en cuestión bajo sus dos vestiduras (la del borracho, digamos la originaria, no la encuentro). En primer lugar os dejo la compuesta por Chopin al salir de aquel concierto en Varsovia, titulada muy sencillamente "Souvenir de Paganini". En segundo lugar la compuesta por Paganini, titulada, con algo más de misterio, "El carnaval de Venecia". Variaciones sobre variaciones y, en el origen de todo, una cancioncilla napolitana de autor desconocido: "O mamma, mamma cara".
Y una se pregunta qué tendrá que ver la mamma cara con un carnaval en Venecia, y a qué podría deberse la elección del título. ¿Querría sugerir algo el aclamadísimo Paganini, el pobre bicho raro, perseguido hasta la tumba por los chismes? Y a una le da por pensar, más que nada por dejar de preguntarse, si acaso fue la cara mamma de Paganini la que, mirando al pequeñín, sus largos brazos de simio, sus deditos de tarántula, tuvo la feliz idea de convertirlo en violinista: "mira Niccolò, tú viniste al mundo con unos cuantos dones y unos cuantos defectos, todos ellos absolutamente extraordinarios, así que o acabas reventando los estrados a aplausos o los revientas a risas. Haz de tus males virtud, toca el violín como nadie lo hará nunca y cállalos a todos". Támbien es posible, una cosa no quita la otra, que mientras la singular criatura corría de teatro en teatro, con la bolsa cada vez más llena y el corazón más vacío, la madre, allá en Génova, temblara pensando en la inquietante vida del chico. Incluso podría suceder, es bastante probable, aunque no haya modo de probarlo, que el paradójico título, pues de eso seguimos hablando, fuera sólo una dedicatoria en clave, un pudoroso envío, algo de este tenor: "En medio de este carnaval, madre querida, entre máscaras, falsía y postureo, tu triste hijo se acuerda de ti ".
Todo es sólo un suponer, eso está claro. Pero tan claro como que te pones a rascar, se trate de lo que se trate, y al final siempre te encuentras con algo así de simple: una madre, una pena, una nostalgia, algo que se siente y no se cuenta, algo muy sencillo y elemental :
Frederic Chopin. Souvenir de Paganini (1829)
-Variations on "Il Carnevale di Venezia" -
-Variations on "Il Carnevale di Venezia" -
Niccolò Paganini. Il Carnevale di Venezia- Op.10 in A major (1816),
-Variations on the neapolitan song 'O mamma, mamma cara'-
David Garrett. Carnival of Venice, from "The Devil's Violinist", 2013.
[based on the life story of the 19th-century italian violinist and composer N.Paganini]
Etiquetas:
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01 enero 2016
Nuestros proyectos. Christian Bobin
La main de l'ange a des ongles noirs à force de nous déterrer des gravats de nos projets.
[La mano del ángel tiene las uñas negras a fuerza de desenterrarnos de los escombros de nuestros proyectos]
Os deseo un feliz 2016. Salud, trabajo y amor.
Christian Bobin, Un assassin blanc comme neige. Éditions Gallimard, 2011
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"María Wiegenlied” - Canción de cuna de María, Max Reger (1873-1916), texto de Martin Boelitz.
und wiegt ihr Jesuskind,
[María sentada junto al rosal/ mece a su Niño Jesús,/ entre las hojas, suave,/ sopla el cálido viento del verano.// A sus pies canta/ un pájaro de colores:/ ¡duerme, Niñito, dulzura,/ duérmete ya!// Encantadora es tu sonrisa,/ y más encantadoras tus ganas de dormir;/ apoya tu cansada cabecita/ firme en el pecho de tu Madre!// ¡Duerme, Niñito, dulzura,/ duérmete ya!]