¿A qué alma, qué mirada y qué clase de conocimiento se refería Platón en AlcibíadesI,133: "Cuando un alma desea conocerse, es en otra alma donde debe mirarse"?
Platón se refiere, nos dice más abajo, a "aquel lugar del alma en que se engendra la sabiduría" y "en que residen saber y verdad". Y lo que nos dice, simplemente, es algo tan poco lírico como que el hombre conoce su alma en el diálogo racional que se establece con otra alma racional. Platón, podríamos resumir, nos habla del diálogo entre auriga y auriga. Nada más lejos del "la he visto y me ha mirado, hoy sé quién soy".
Pero ¿de verdad se descubre el hombre en el discurso intelectual?
Todo ese proceso de preguntas y respuestas por el que se destruyen las opiniones infundadas y se alcanza el conocimiento verdadero, entendido como la correcta definición de conceptos, ¿se traduce realmente en un mayor conocimiento de sí? Todos esos interlocutores enredados, confusos y sin argumentos, que terminan suplicando a Sócrates que suelte su discurso y deje de ponerlos en apuros, ¿ven acaso su alma en otra alma?
Tengo que confesar que la lectura de los Diálogos, en aquellas clases lejanas y más aún después, siempre me dejó una especie de mal sabor, una mezcla de solidaridad y simpatía por todos esos interlocutores arrinconados, por todos esos zoquetes derrotados y no mejorados, y algo parecido a la sensación de haber asistido a un alarde de inteligencia brillante y, en el fondo, estéril. Porque del concepto de justicia al ser justos hay un salto insalvable. Porque el auriga concluye, pero no mueve: auriga, carro y caballos, van cada uno a su aire. Porque todo ese ejercicio no tiene nada que ver ni con el alma ni con el sí mismo.
-
Hasta que llega San Agustín... y qué gozo escucharle: "no aprendemos nada mediante las palabras... con las palabras no aprendemos sino palabras, o mejor dicho, el sónido y el estrépito de ellas". Y el maestro de retórica se apea de la retórica y señala al maestro interior, al que enseña por medio de una inspiración interior, por medio de una palabra que mueve.
-
Otro gozo es la lectura de F. Rosenzweig, el autor del "Libro del sentido común sano y enfermo", "El nuevo pensamiento" y "Estrella de la Redención". Rosenzweig distingue entre el pensador pensante (denkende Denker) y el pensador hablante (Sprachdenker). Al primer grupo pertenecen los filósofos idealistas o esencialistas (las cosas son porque se piensan y somos porque pensamos), desde Platón a Hegel pasando por Descartes y Kant. Al segundo, el sano sentido común y el pensamiento realista y existencialista (pensamos porque somos y porque las cosas son). Este es el pensamiento nuevo. Aquél, metafísica enferma, es pensamiento viejo.
Así, compara los diálogos platónicos con los evangélicos y encuentra que los primeros son pensamiento viejo, lógico, que no precisa del otro, que anticipa las contradicciones (¡aquellos pobres acogotados!) y las resuelve de antemano. Sólo los segundos son realmente dialógicos. El pensamiento dialógico "no puede anticipar nada, no sabe de antemano lo que el otro va a decir; ni siquiera sabe, pues puede que sea el otro quien comience, lo que él va a decir". La existencia dialógica, sigue, se constituye por la primacía del tú sobre el yo, y el diálogo se entiende como acto de amor, ordenado a la verdad.
-
Que es lo mismo que decía San Agustín: "Pues no se entra en la Verdad sino por el amor". Como también por el amor se llega al conocimiento de sí. En la mirada del amor nos conocemos. La mirada del amor nos constituye:
...el que no aprende a amar de sí se olvida,
y a si propio se ignora hasta la entraña.
No se conoce bien quien no se baña
dentro de otra mirada: en ella hundida
el alma, como carcel desleída,
como luz asomada de montaña. [COMO NINGUNA COSA. Leopoldo Panero]