22 julio 2016

Releyendo a Bloy


"L'homme a dans son pauvre coeur des endroits qui n'existent pas encore, mais où la douleur entre afin qu'ils soient" (El hombre tiene en su mísero corazón lugares que todavía no existen, en los que el dolor entra para que existan).

Eso dice Léon Bloy (1846-1917), a su manera categórica y sin vuelta de hoja, en una de las cartas publicadas bajo el título de Cartas de juventud (Lettres de jeunesse 1870-1893); en concreto en la carta que dirige en abril de 1873 a su amigo Georges Landry, destinado en el frente. Parece que Landry lo mandó a paseo. Puede que la carta, con sus grandes alabanzas al dolor -de auxiliar de la Creación lo califica-, le sonara demasiado estupenda, o demasiado frívola cuando lo que está a punto de entrarte en el muy existente corazón es una bala. O puede que, simplemente, no le emocionara ser el destinatario de una carta dirigida a la posteridad. Bloy siempre escribía para la posteridad (y es un tema curioso este de los escritores y sus destinatarios, porque están los que, como Bloy, aun en misiva privada al cher ami, al tercer renglón elevan la voz para dirigirse al auditorio,  y están los que simulan dirigirse al público en general, pero sólo para encubrir a un destinatario muy particular, como sucede con Kierkegaard, de quien todos los escritos podrían comenzar con un "querida Regina", salvo dos, o como mucho tres, que habrían de hacerlo con "aborrecido fulano de tal"). 

Bloy, que, como decía, enviaba a Landry un magnífico tratado sobre el dolor, nunca entendió la falta de entusiasmo del amigo, tan poquísima gratitud.

Bloy tenía por entonces 27 años, y desde luego la frase, una de las habituales entre las citas de Bloy, es de las que se recuerdan, tan sugerente y tan gráfica, con su profético y temible "ne pas encore" (no todavía...), con esos lugares del corazón, pozos, galerías, recovecos que no existían y al paso del dolor existen. Brillante y de lo más categórica, y sin embargo escandalosa:

"Lugares del corazón que todavía no existen", dice, y eso es cierto, nada que objetar. Salvo que hay lugares de todo tipo. Los hay que no necesitan existir para nada y los hay que mejor que no existan nunca. "En los que entra el dolor", añade. Eso también es cierto, sí, aunque el modo de decirlo parezca absurdo porque ¿cómo  entrar en lo que no existe? Da lo mismo, las patadas a la lógica del discurso son parte del encanto de Bloy. 

Ahora bien, ese "para que existan", la mera posibilidad de imaginar una finalidad, un propósito, un "para" en el dolor (idea que ya sé que tiene su cartera de clientes), me parece aberrante, insultante, escandalosa. Ese "para" debería ser inaceptable para cualquiera que se considere católico, tan inaceptable como la idea de que el fin puede justificar los medios, tan inaceptable como concebir a Dios castigando al hombre con desdichas o, aplicando el criterio inverso, repartiendo dolores en beneficio de sus criaturas. Inaceptable incluso para Bloy, que por muy estupendo que le gustara ponerse no era ningún mentecato

Hablamos demasiado, decimos demasiadas tonterías, hablamos más que nada por no callar.  


(Léon Bloy, Lettres de jeunesse 1870-1893. Lettre IX à Georges Landry, 25 avril 1873) 

4 comentarios:

Jesús dijo...

¡Por fin criticas en toda regla a Leon Bloy y su feroz entusiasmo por el dolor! Cuando en su momento yo lo critiqué tú te ponías de su parte.

Un abrazo daliniano, Cristina(s).

Cristina Brackelmanns dijo...

Ya ves, Suso. Así son las cosas.

Bloy ve la mano de Dios detrás de todo lo que pasa. Así que si sufrimos, es Dios quien nos hace sufrir. Lo que tu llamas su "entusiasmo" es su defensa de Dios. Dios está detrás de todo, luego todo, así sea la muerte de sus dos niños, uno detrás de otro el mismo año, es adorable.

Yo no puedo creer que la mano de Dios esté detrás de todo lo que pasa.

Besos y gracias de Cristina (s)

enrique baltanás dijo...

Yo no estoy seguro de ver las cosas como tú las ves, Cristina, ni creo que Bloy diga exactamente lo que tú dices que dice. Veamos: el problema del dolor es una faceta del problema del mal. ¿Por qué existe el mal? ¿Lo ha creado Dios? ¿Lo permite, cuando menos? No, lo que ocurre es que la naturaleza humana y la naturaleza-naturaleza están de algún modo corrompidas a causa del pecado original. Porque Dios ha creado al hombre libre, libre para la rectitud y libre para la maldad.
Pero, como se suele decir, Dios saca el bien del mal. ¿Es inútil el dolor, es simplemente un absurdo cruel? Tal vez un ateo pueda creer eso, pero un cristiano, jamás. La "utilidad" del dolor es acercarnos más a Dios, pues es compartir la cruz con Jesucristo. Pero no sólo eso, el dolor al hacernos más frágiles y vulnerables, nos acerca más a los otros, al prójimo, nos obliga a reconocer que sin su ayuda no podríamos salir adelante o siquiera soportarlo, que no somos individuos autosuficientes. El dolor, además, nos depura y nos purga... y puede llevarnos a vivir una felicidad desconocida. (De esto iba un poco mi poema "Sobre el dolor" de "Las propiedades del aire": perdón por la autocita).
En fin, yo sí creo que Bloy, como hombre que conoció bien el dolor (¿y qué ser humano lo desconoce?) lleva razón cuando llega a atribuírle al dolor un papel "creativo". Porque, sí, la experiencia del dolor (si sabemos asumirla cristianamente, que es lo mismo que decir sensatamente)nos hace hombres nuevos, distintos: vemos aquello para lo que antes estábamos ciegos, sentimos lo que antes no sentíamos... se ha creado "ex nihilo", casi.
Esta es, grosso modo (pues la materia es vasta y profundísima)mi opinión, pero admito que puedo estar equivocado. Muchos besos, querida Cristina.


Cristina Brackelmanns dijo...


Querido Enrique, la verdad es que, desde ayer que te quería contestar y agradecer el cariñoso comentario, estoy dándole vueltas y cada vez sé menos qué decirte. Es todo demasiado complicado.

Y tampoco sé lo que Bloy quería decir exactamente, sólo que me sublevó leer, en una tremenda entrada de su diario de noviembre-1895, con el primero de sus niños enterrado hacía pocos meses y su mujer al borde de la muerte: "...muero de pena, de agotamiento, de espanto, llevo más de sesenta horas cuidando de dos niños pequeños y de su madre, sin comer sin dormir, acribillado de dolores y sin dinero! Soy el yunque al fondo del abismo, el yunque de Dios, que me hace sufrir porque me ama, eso lo sé muy bien... Sea, es un buen sitio para rebotar hacia Él".

¿En qué cabeza entra que nadie, y menos un padre, te haga sufrir porque te ama? (y sí, ya sé que los padres tienen que educar a sus hijos, pero hablamos de hacer sufrir, de enviar desgracias).

Es la misma teoría de la retribución, esa tan antigua como Job de que las desgracias las envía Dios como castigo por nuestras maldades (con lo que a la desgracia, por si fuera poco, se añade la condena ajena), pero ahora al revés: las desgracias son enviadas o consentidas "para" pedagogía de las almas o incluso como señales de predilección.

Después de aquella anotación de Bloy al principio de noviembre, las entradas se interrumpen, y ese silencio (tras la muerte del segundo niño) sí que lo entiendo. El año se cierra con una nota añadida mucho después: "Mi esposa bienamada no morirá, la copa de los tormentos esta aún demasiado llena... en cierto sitio hay otra pequeña tumba, y es necesario que oigamos el desgarrador canturreo de nuestra inocente Veronique, la última criatura que nos queda: "Mi hermanito André se ha muerto, mi hermanito Pierre se ha muerto..."

No puedo con eso, Enrique, un Padre no hace eso, es lo único que digo. Yo creo que Dios sufre el sufrimiento de sus hijos, no que se lo envía. Como creo que no somos nosotros los que compartimos la cruz de Cristo, sino que más bien Cristo quiso compartir la nuestra. Que parece lo mismo pero no lo es del todo. ¿Y por qué las cruces nuestras? No creo que nadie lo sepa. ¿Por qué, por poner un ejemplo, cada mañana a las 8 hay una niña Down, que además es ciega, aprendiendo a bajar las escaleras del metro con una cuidadora? Y después de las escaleras le esperan las líneas, y los andenes y la vida entera... Por qué. No tengo ni idea, no sé quién puede tenerla.

En fin, muchas gracias, de verdad, y otro beso para ti.