04 julio 2013

...y la ley moral en mí (o entre Kant y Eichmann) -2.

Estábamos en que Hannah Arendt,  la pensadora preocupada por comprender las causas de aquel "colapso moral generalizado", la  que a lo largo del proceso en el que Eichmann fue condenado a muerte, se esfuerza admirablemente por entender su mundo interior rechazando la fácil etiqueta de "monstruo", la que se pregunta por la conciencia del hombre sentado en el banquillo y, de paso,  por la de todos los que por activa o por pasiva o por voz media tuvieron parte en aquellos actos aberrantes, la  independiente y crítica Arendt , llegada al punto del interrogatorio en el que el acusado se declara obediente a los principios de la moral kantiana,  da un respingo y se dice: por ahí no paso.  A renglón seguido,  aun admitiendo con displicencia que la definición del imperativo categórico que da el acusado no está del todo mal, Hannah Arendt decide rápidamente que Eichmann es  incapaz de reflexionar y pensar por sí mismo (cuando "atrévete a servirte de tu propio entendimiento" es la obligación elemental de cualquier kantiano) y que, por lo tanto, no pasa de ser una boutade que no merece consideración:

"Esta afirmación resultaba simplemente indignante, y también incomprensible, ya que la filosofía moral de Kant está tan estrechamente unidad a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la obediencia ciega. El policía que interrogó a Eichmann no le pidió explicaciones, pero el juez Raveh, impulsado por la curiosidad o bien por la indignación ante el hecho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interrogar al acusado sobre este punto. Ante la general sorpresa, Eichmann dio una definición aproximadamente correcta del imperativo categórico: "Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales".

Y  sigue insistiendo en demostrar las limitaciones intelectuales y la  falta de categoría kantiana del acusado:  "Tanto al escribir sus memorias en Argentina o en Jerusalén, como al hablar con el policía que le interrogó o con el tribunal, siempre dijo lo mismo, expresado con las mismas palabras. Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente, para pensar desde el punto de vista de otra persona. No era posible establecer comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y por ende contra la realidad como tal." [¿contra la realidad como tal, esa masa caótica e inaccesible previamente abolida por su admirado Kant? ¿rodeado por la más segura de las protecciones, como debe estarlo la Razón Práctica, absolutamente estanca, frente a las inclinaciones, la experiencia, las costumbres o la sensibilidad?]

La cuestión, sin embargo, es que Eichmann, no es sólo que hubiera leído La Crítica de la Razón Práctica como le dijo al juez,  es  que era kantianio hasta el tuétano. Lo inquietante es que, efectivamente,  era un hombre  de estricta moralidad kantiana que saltaba a la vista en cada gesto, como cuando, de modo incomprensible para Arendt,  parecía tirar piedras contra su propio tejado renunciando a ganarse el favor del jurado o a servirse de hechos probados que habrían podido beneficiarle. Un ejemplar íntegramente kantiano que, contra las pretensiones de su abogado de presentarlo como un mero ejecutor de órdenes, insistía en que él cumplía con su deber,  un kantiano ejemplar  pasmosamente veraz en todas sus manifestaciones, sobre todo en las que, curiosamente, Arendt tiende a ridiculizar y descalificar como frases hechas, estupideces absurdas,  o simples mentiras:

"Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en las órdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, al menos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley. Tal como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no solo obedecía órdenes, sino que también obedecía la ley."
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"Eichmann no quiso ser uno de aquellos que, luego, pretendieron que «siempre habían sido contrarios a aquel estado de cosas», pero que, en realidad, cumplieron con toda diligencia las órdenes recibidas. (...) Lo hecho, hecho estaba. Eso ni siquiera intentó negarlo. (...) Eichmann no quiso expresar arrepentimiento, porque «el arrepentimiento es cosa de niños» (¡sic!). Pese a los insistentes consejos de su abogado, Eichmann no alteró su tesitura. Durante el debate sobre la oferta, formulada por Himmler en 1944, de trocar un millón de judíos por diez mil camiones, y sobre la intervención que en ello tuvo el acusado, se formuló a este la siguiente pregunta: «¿En las negociaciones que el acusado sostuvo con sus superiores, expresó sentimientos de piedad hacia los judíos, y señaló la posibilidad de prestarles cierta ayuda?». Eichmann contestó: «He jurado decir la verdad, y la diré. No fue la piedad lo que me indujo a iniciar estas negociaciones ». No, no dijo Eichmann la verdad en esta contestación, por cuanto no fue él quien «inició» las negociaciones" ( ¡Sic!, habría que decir también de Hannah Arendt, porque ¿se trata acaso de quién inició o dejó de iniciar, o es de piedad de lo que se habla? )
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"Durante el juicio, Eichmann intentó aclarar, sin resultados positivos, el segundo punto base de su defensa: «Inocente, en el sentido en que se formula la acusación». Según la acusación, Eichmann no solo había actuado consciente y voluntariamente, lo cual él no negó, sino impulsado por motivos innobles, y con pleno conocimiento de la naturaleza criminal de sus actos. En cuanto a los motivos innobles, Eichmann tenía la plena certeza de que él no era lo que se llama un innerer Schweinehund, es decir, un canalla en lo más profundo de su corazón; y en cuanto al problema de conciencia, Eichmann recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso en ella en el caso de que no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños, con la mayor diligencia y meticulosidad. Evidentemente, resulta difícil creerlo. Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». «Más normal que yo, tras pasar por el trance de examinarle», se dijo que había exclamado uno de ellos. Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas y amigos, era «no solo normal, sino ejemplar»
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Aunque lo verdaderamente sorprendente, mucho más que la correcta definición por parte de Eichmann del imperativo categórico,  es que la reflexiva Hannah Arendt, que tenía delante de los ojos el  problema y posiblemente la respuesta a muchas de sus preguntas, es más: que se lo estaban diciendo, pasara de puntillas sobre el asunto y decidiera, en este caso, no escuchar. ¿Quizá porque, de haber escuchado, desde el momento en el que Kant saltó al estrado, el proceso a Eichmann habría tenido que convertirse en un proceso conjunto al kantismo? ¿Quizá porque eso era algo a lo que no estaba dispuesta?  Lo sorprendente -¿o no tanto?- es que se negara a plantearse la posibilidad siquiera de que en esas maravillosas leyes universales enunciadas por una Razón Pura Práctica a la que nadie ha visto, quepa finalmente cualquier cosa, incluso las universalísimas  leyes dictadas por la Razón Práctica asentada en el señor Eichmann,  perfectamente consonantes con las del Tercer Reich:
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"Pero nadie le creyó. El fiscal no le creyó por razones profesionales, es decir, porque su deber era no creerle. La defensa hizo caso omiso de estas declaraciones porque, a diferencia de su cliente, no estaba interesada en problemas de conciencia. Y los jueces tampoco le creyeron, porque eran demasiado honestos, o quizá estaban demasiado convencidos de los conceptos que forman la base de su ministerio [afortunadamente nada kantianos: por ejemplo le recordaban el precepto sagrado de no matar], para admitir que una persona «normal», que no era un débil mental, ni un cínico, ni un doctrinario, fuese totalmente incapaz de distinguir el bien del mal. Los jueces prefirieron concluir, basándose en ocasionales falsedades del acusado, que se encontraban ante un embustero, y con ello no abordaron la mayor dificultad moral, e incluso jurídica, del caso. [y Hannah Arendt, que cuando no lo llama estúpido lo llama payaso, por lo que se ve,  tampoco]

"En consecuencia, siempre que los jueces, en el curso del interrogatorio, intentaban apelar a su conciencia, se encontraban con su «satisfacción» y se sentían indignados y desconcertados al darse cuenta de que el acusado tenía a su disposición un cliché de «satisfacción» para cada período de su vida y para cada una de sus actividades."
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Y aqui os dejo, para terminar, un par de párrafos espeluznantes, como éste tan tremendo en el que Arendt se dedica simplemente a ironizar sobre ese concepto de "idealismo" en el que no cabe el hombre de negocios, obviando el tema. Un tema , el del idealismo, que ella, estudiosa de los totalitarismos de toda especie, sabe que es fundamental, pero que aquí, con el nombre de Kant flotando por la sala, da la impresión de eludir:
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" Sus primeros contactos personales con agentes judíos, todos ellos conocidos sionistas desde antiguo, fueron plenamente satisfactorios. Eichmann explicó que la razón en cuya virtud quedó fascinado por «el problema judío» fue, precisamente , su propio «idealismo». Estos judíos, a diferencia de los «asimilacionistas», a quienes siempre despreció, y a diferencia también de los judíos ortodoxos, que le aburrían, eran «idealistas », igual que él. Según Eichmann, un «idealista» no era simplemente un hombre que creyera en una idea, o alguien que no aceptara el soborno, o no se alzara con los fondos públicos, aun cuando estas cualidades debían forzosamente concurrir en los «idealistas». Para Eichmann, el «idealista» era el hombre que vivía para su idea —en consecuencia, un hombre de negocios no podía ser un «idealista»— y que estaba pronto a sacrificar cualquier cosa en aras de su idea, es decir, un hombre dispuesto a sacrificarlo todo, y a sacrificar a todos, por su idea. Cuando, en el curso del interrogatorio policial, dijo que habría enviado a la muerte a su propio padre, caso de que se lo hubieran ordenado, no pretendía solamente resaltar hasta qué punto estaba obligado a obedecer las órdenes que se le daban, y hasta qué punto las cumplía a gusto, sino que también quiso indicar el gran «idealista» que él era. Igual que el resto de los humanos, el perfecto idealista tenía también sus sentimientos personales y experimentaba sus propias emociones, pero, a diferencia de aquellos, jamás permitía que obstaculizaran su actuación, en el caso de que contradijeran la «idea». El más grande idealista que Eichmann tuvo ocasión de tratar entre los judíos fue el doctor Rudolf Kastner (...) con quien acordó que él -Eichmann- permitiría la «ilegal» partida de unos cuantos miles de judíos a Palestina (los trenes en que se fueron iban protegidos por policías alemanes), todos ellos personas destacadas y miembros de las organizaciones sionistas juveniles, a cambio de que hubiera «paz y orden» en los campos de concentración desde los cuales cientos de miles de judíos fueron enviados a Auschwitz. (...) A juicio de Eichmann, el doctor Kastner había sacrificado a sus hermanos de raza en aras a su «idea», tal como debía ser."
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O este, no menos espeluznante y perfecto ejemplo de rigorismo moral kantiano, en el que Hannah Arendt, por una vez, concede en parte:
"Sea cual sea la importancia que haya tenido Kant en la formación de la mentalidad del «hombre sin importancia» alemán, no cabe la menor duda de que, en un aspecto, Eichmann siguió verdaderamente los preceptos kantianos: una ley era una ley, y no cabían excepciones. En Jerusalén, Eichmann reconoció haber hecho dos excepciones. Durante aquel período en que cada alemán, de los ochenta millones que formaban la población, tenía su «judío decente», Eichmann prestó ayuda a un primo suyo medio judío y a un matrimonio judío de Viena, en cuyo favor había intercedido su tío. Incluso en Jerusalén, estas desviaciones le hacían sentirse un tanto descontento de sí mismo, y cuando en el curso de las repreguntas le interrogaron al respecto, Eichmann adoptó una actitud de franco arrepentimiento y dijo que había «confesado sus pecados» a sus superiores. Esta impersonal actitud en el cumplimiento de sus asesinos deberes condenó a Eichmann ante sus jueces, mucho más que cualquier otra cosa, lo cual es muy comprensible, pero según él esto era precisamente lo que le justificaba, tal como anteriormente había sido lo que acalló el último eco de la voz de su conciencia. No, no hacía excepciones. Y esto demostraba que «siempre había actuado contra sus inclinaciones», fuesen sentimentales, fuesen interesadas. En todo caso, él siempre cumplió con su deber."
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Y a la próxima termino con Michel Onfray. De verdad, porque  esto -el libro de Arendt ( imprescindible con todo  y tremendamente revelador) más la sombra alargada de Kant- es un descenso a todos los infiernos terrenales que me tiene alterado el equilibrio mental. M. Onfray, autor de El sueño de Eichmann. Un kantiano entre los nazis, es uno de los pocos filósofos, o contrafilósofo como se autodenomina, que le pone los puntos sobre las íes al intocable.  No del todo, porque Onfray, libertario, hedonista y ateo militante, se centra exclusivamente en la distinción entre moral privada y moral pública en Kant, pero algo es:  Kant necesita ser releído, dice,  Kant es peligroso.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Edit.Lumen, 2003, traducc. Carlos Ribalta.
[O aquí completo: http://fadeweb.uncoma.edu.ar/carreras/materiasenelweb/abogacia/teoria_del_derecho_II/fichas/Arendt, Hannah - Eichmann en Jerusalen.pdf  ]

5 comentarios:

Hipotesis de Riemann dijo...

Soberbio el post.
Y una serie de derivaciones / ángulos inagotables desde el punto de vista de un lego en la materia:
- La aparente analogía y la insalvable distancia entre el imperativo categórico y la regla de oro evangélica
- El valor infinito del prójimo – que no el valor absoluto
- El valor absoluto del hombre que salta cuánticamente al valor absoluto de la idea y vuelta a la rueda monstruosa.
- Esta rueda “racional” que recuerda al efecto nube: El hombre adentrándose en la “nube-nada” buscando más y más a la nube (por supuesto, nunca da con ella, siempre está en medio de un claro) y… terminando por atravesarla.
- Los campos de concentración como… algo aún más monstruoso de lo que parece. Si fuese el hecho de que se hicieron con el fin de exterminar a los judíos, esto, de alguna manera, otorgaría cierta dignidad e importancia de los judíos a ojos de sus asesinos. Pero siempre se trata de algo más terrible: Una idea abstracta, unas necesidades productivas/industriales… Una visita al “industrial” Auschwitz te puede sorber la esperanza.
- El paralelismo de todo esto con el caso del aborto.
- Un ensayo: Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, de Rosa Sara Rose, con algunos hallazgos interesantísimos.

Cristina Brackelmanns dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cristina Brackelmanns dijo...

¿Quién hay lego en esa materia: la conciencia, el sentido del bien y el mal, las cosas de las que somos capaces, los disfraces del mal? O lo somos todos o no lo es nadie, sr. Hipótesis.
Aparente analogía, dice muy bien. Por eso las fórmulas y las reglas son peligrosísimas, todas tienen doble, o triple o infinitas vidas. Hasta la regla de oro tiene sus vueltas, conocerá usted lo que decía el simpático de Bernard Shaw: No hagas a otro lo que quieres que se te haga a ti, pues podría ser que tuviera gustos distintos al tuyo. Y bien mirado, también es verdad.
La diferencia entre el valor absoluto y el valor infinito, sagrado, del hombre. Eso es, exactamente. Y siempre la misma historia, por hacerlo más lo convierten en menos. Cuanto más absoluto, cuanto más liberado, más indefenso.
O Kant hablando de la minoría de edad culpable, y de la liberación de "extraña conducción", principalmente la religiosa, claro, qué deshonra, y entregándo al hombre, muy mayor de edad pero atado de pies a manos, a la conducción de cualquier ideólogo o a la conducción estatal.
Y la razón insensata, la razón sin raíces, sin afectos, sin experiencia, sin contacto con la realidad, la que la inventa, no la que la descubre. La razón encerrada en sí misma, convertida en una máquina de fabricar argumentos, coartadas, justificaciones, disparates. La inteligencia entontecida de la que habla San Pablo.
Y las cifras, sr.Hipótesis, como en el caso del aborto, las vidas convertidas en números. En el libro de Arendt, ese constante desfile de cifras: 200.000 judios polacos, los primeros deportados, abandonados con una maleta en tierra de nadie porque en Polonia no los dejaban entrar, 500.000 de Hungría llevados a no sé donde, 900.000 de los territorios ocupados recluídos acá en espera de ser deportados allá, millones con los que no sabían ni qué hacer, todos privados de su única vida y de su dignidad, sagradas, y convertidos en número y en problema que "solucionar". Y la solución del gas, eso lo cuenta Arendt, cómo se les ocurrió, sencillamente porque la tenían a mano, porque ya la habían usado, era una medida "sanitaria", "limpia" (los nazis eran muy limpios, sus propósitos con los judíos también se resumían en dejar el Reich "judenrein", "limpio de judios"), con la que ya habían eliminado a miles de enfermos mentales, minusválidos, asociales o improductivos, incluso a los soldados que caían heridos en el frente ruso. Era más sencillo que trasladarlos. Era una medida práctica, "limpia" y "piadosa" porque proporcionaba una muerte indolora. Los judíos podían estar contentos.

Buscaré ese ensayo, cuando me reponga, se lo agradezco mucho.

Federico Donner dijo...

Excelente. Salí corriendo a comprarme el libro de Onfray. En una línea muy similar, Agamben trabaja el ingreso del deber a la ética occidental y vincula a Kant con Eichmann (Opus Dei. Arqueología del oficio, cap. 4). Me extrañó que Agamben no citara este bello libro de Onfray. Saludos.

Cristina Brackelmanns dijo...

Hola, Federico. Cuánto me alegra tu comentario. La que se marcha corriendo a comprar ese libro de Agamben soy yo.
A Onfray creo que le pasa lo mismo que a Arendt, que no le gustan las nueces, pero sí el nogal. Y no se pueden cuestionar las nueces sin cuestionar el nogal. El nogal entero, con su troco y sus raíces, no unas cuantas ramas.
Pero la referencia a Agamben te la agradezco infinito. Probablemente el libro que me citas, del 2011, sea anterior o coincidente con el de Onfray. Lo que sí que es anterior, desde el primer "Homo sacer", es el concepto de Agamben de la "nuda vida", el problema de la vida humana desprotegida por el sistema jurídico-político.
Muchas, muchas gracias por la pista y un cordial saludo.