07 diciembre 2011

ANTOLOGIA PERSONAL, de José Cereijo. Presentación por Jaime García-Máiquez

El pasado viernes 25 de noviembre se presentó en el Ateneo de Madrid el último libro de José Cereijo: Antología personal (Editorial Polibea), una selección de autor, como el título indica, en la que se reunen poemas y algún relato breve, espigados entre los que componen su obra publicada hasta el momento: Límites (1994- Talavera de la Reina, Colecc.Melibea); Las trampas del tiempo (1999- Edic.Hiperión); La amistad silenciosa de la luna (2003-Edit. Pre-Textos); Música para sueños (2007 -Edit.Pre-Textos); y Apariencias (2005-Edit.Renacimiento). Todos ellos poemarios, a excepción del último, que es un libro de relatos.
La Antología incluye unas Palabras preliminares de Enrique García-Máiquez, buen conocedor del poeta y de su poesía, y una pequeña introducción del propio autor.
Ofició como presentador del acto el hermano del prologuista, y también poeta, Jaime García-Máiquez, de recién estrenada paternidad. Vaya para todos mi más cordial enhorabuena.
Aunque sentí muchísimo no poder asistir y celebrar con ellos los felices acontecimientos, José Cereijo ha tenido la amabilidad de enviarme el texto de la magnífica presentación . Aquí os lo dejo:

ANTOLOGIA PERSONAL de José Cereijo. Presentación por Jaime García-Máiquez

"Hoy he venido para presentar a José Cereijo, lo que es un placer por partida doble: es amigo mío y es un poeta que admiro desde hace ya muchos años. Lo que quiero decir de él, con motivo de esta antología son tres cosas, que voy a dividir en grupos compactos de ideas con un título cada uno:

En primer lugar LA FORMA

Mi hermano Enrique ya ha dicho en el prólogo de esta Antología, que Cereijo escribe como se habla (vieja propuesta de Juan Valdés: El estilo que tengo me es natural y sin afectación ninguna. Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afectación., y ha matizado, además, algo que es importante: Cereijo escribe como habla; como habla él. Porque si escribiera como se habla ahora, mal andaríamos. Su voz grave, honda, hermosa, lo ajustado de sus afirmaciones, lo exacto de sus comentarios… parecen la encarnación misma de algunos de sus poemas.

La aspiración de escribir cómo se hablaba en el siglo XX venía con razón de la necesidad de dotar de naturalidad un lenguaje literario decimonónico, rancio … Algo que, a través de Laforgue, vino a hacer en España con gracia Manuel Machado, y luego con ironía Jaime Gil de Biedma, y luego con dos o tres copitas encima la mayor parte de la poesía de la experiencia. Los poetas del realismo sucio de los últimos años han venido a demostrar que esa vertiente de la poesía, si no agotada, venía a ser un poco agotadora para el lector que buscaba en la poesía algo más que expresividad; para el lector que buscara la antigua emoción de unas cuantas palabras verdaderas.

La anti-retórica de escribir como se habla, hoy se ha vuelto –paradójicamente- un recurso artificioso del que el lector avisado desconfía. De ahí que la forma en la poesía de José Cereijo –versos claros, sencillos, clásicos, trabajados con arte, con… artesanía, solidificado con el adobe de las palabras comunes- nos resulte (me resulte a mí, al menos) sorprendentemente idóneas y actuales para la creación de un nuevo vínculo entre el poeta y el lector actual, de confianza y de respeto, de solemnidad y emoción.

Lo que quiero decir, es que el clasicismo en la forma de escribir de Cereijo es hoy (aunque pueda parecer todo lo contrario) una novedad casi desafiante, que crece hacia el futuro hundiendo sus raíces en lo más claro que la tradición nos puede ofrecer en cuanto a la retórica.

En segundo lugar EL TONO

El tono de la poesía de José Cereijo tiene la musicalidad de un himno. El himno según el diccionario (y según Wikipedia) viene a ser un canto celebrativo, y uno se pregunta qué es lo que viene a celebrar nuestro poeta en estos versos.

Yo creo que celebra la elegía, que no es sólo una forma literaria para él, sino más bien una manera de entender el mundo, una manera de celebrar –y le cito a él textualmente: la gloria incomparable de estar vivo. Pero esa celebración la hace siempre Cereijo “con trampa”: la hace desde la muerte, como en Pájaro muerto, como en El último verso de Virgilio, o como en Armónico murmullo… donde acaba asegurando en uno quizá de sus versos más esenciales: todo esto tiene que morir, y canta. El tiempo puede ser el veneno que nos mata, pero el canto puede ser el antídoto; o más que el antídoto, que quizá para él no lo hay, el canto es la dignificación ante la derrota. Y quizá en parte su pequeña venganza. [anécdota]

Es un tono poético, pero también es un tono moral, de estoicismo. No desdeñaría para él mismo frases como la platónica, que escribió Marco Aurelio: “Eres una pequeña alma que sustenta un cadáver”; o la de Séneca: “Doloroso es que comencemos a vivir cuando morimos; la vida es una leyenda: no que sea larga, sino que esté bien narrada es lo que de verdad importa”.

Y es este tono, en carne y alma, y esa forma de la que hablamos antes, lo que hace de él un poeta clásico; no en el sentido métrico como decimos, sino cultural. Un poeta al que sus amigos tendrían –como el mismo dice- por un hombre frío, por lo que tiene de templado en cuanto a las emociones, y reflexivo en cuanto a su inteligencia.

Lo mismo se dijo de Borges, con el que José tiene tantas afinidades. Y resulta enternecedor que el único defecto (desde mi punto de vista, un poco miope) de este libro –haber introducido algunos cuentos- sea un defecto típicamente borgiano: en ambos la realidad y el sueño se confunden, en ambos la emoción y la fantasía se entremezclan. Un defecto que, como los innumerables defectos borgianos, uno agradece y disfruta.

Y en tercer lugar EL FONDO

Mi hermano ya ha explicado –ha vuelto a explicar- que la escasez de temas en la poesía de Cereijo obedece por una parte a ceñirse a lo esencial, y por otra a su sensibilidad clásica, que se encuentra especialmente cómoda al tratar los temas comunes de la tradición. Es decir, que estamos ante un poeta que no ha venido a revolucionar la literatura con su manera de escribir, y que se dedica a escribirle poemas a la luna, la rosa, el otoño, la melancolía, la alondra… Es evidente que su importancia viene de otro lado; concretamente del otro lado: no de las palabras ni de los temas, sino de un talento especial para trascender la cáscara de esos materiales comunes.

Y lo más importante que trasciende Cereijo en su literatura es su nihilismo (que él considera acaso propio de la vida misma, y que es uno de los síntomas del mundo moderno), dotándole de una dignidad estoica que nos conmueve por lo que tiene de verdadera. En un poema titulado Los brazos, dice algo que podría ser significativo en este aspecto: Si alguna vez sintieras que la carga/ te pesa demasiado/ y ya no puedes más: piensa en estos brazos/ y un momento, si puedes,/ abandónate en ellos, por favor, y descansa. Su dignidad frente a la desesperanza, su resignación ante el dolor, su canto frente al inevitable silencio final… quizá no pueda ayudarle a él (como quieren hacer creer sus propios versos) pero consiguen hacernos descansar a todos nosotros.

Quería hacer notar, por último, algo que desentona en la perfecta estructura que acabamos de esbozar sobre la poesía de José Cereijo: todo esta medido, todo está en su sitio, todo está calculado, pero en el laberinto estoico-borgiano que ha venido levantando hay algo que brilla levemente, que lo cruza sigiloso, que serpentea de una esquina a otra: es el hilo de Ariadna. El amor, como se sabe, siempre anda trastocándolo todo; hace que el hombre frío, acaso sin esperanza, no pueda disimular un atisbo de felicidad… aunque sea con retraso, con trampa (como dijimos antes), a través de la ilusión, los sueños o la nostalgia.

Es, en fin, su poesía un referente para poetas más jóvenes que él, que hemos querido ver en su “escribir como se habla”, una propuesta –de verdad- responsable para el escritor y respetuosa con el lector; que hemos querido ver en su elegante estoicismo un referente moral; y en su talento literario –que al fin y al cabo es el que viene a sustentarlo todo- una suerte de referente que podríamos denominar -si quisiéramos llamar a las cosas por su nombre- de maestría."

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