24 noviembre 2016

Hongos podridos (la eterna paradoja). H von H


     « Mi caso es, en resumen, el siguiente: he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar con coherencia sobre ninguna cosa.

     Poco a poco se me fue haciendo imposible, en las conversaciones sobre un tema elevado o general, utilizar ese tipo de palabras del que todos se sirven habitualmente sin pensárselo dos veces. Sentía un malestar inexplicable sólo con pronunciar "espíritu", "alma" o "'cuerpo". Me parecía imposible emitir internamente un juicio  acerca de los asuntos de la corte, los sucesos del parlamento o lo que quiera que fuese, y ello no por consideraciones de ningún tipo, pues ya conoce mi franqueza rayana en la impertinencia, sino porque las palabras abstractas de las que se sirve la lengua de modo natural para manifestar cualquier tipo de juicio se me deshacían en la boca como hongos podridos. [...]

     Esta infección se fue expandiendo paso a paso como una herrumbre que devora cuanto le rodea. Incluso en la charla familiar y trivial, todos los juicios que uno suele enunciar a la ligera, con la seguridad de los sonámbulos,  se me fueron volviendo tan discutibles que tuve que dejar de participar en charlas de esa índole. Con un enojo inexplicable, que sólo con esfuerzo conseguía disimular, tenía que oír frases como: el asunto acabó bien o mal para tal o cual; el capataz N. es un malvado, el predicador T. una buena persona; el arrendatario M. es digno de compasión, sus hijos son unos derrochadores; este otro merece ser envidiado porque sus hijas saben llevar la casa; esta familia prospera, la otra se hunde en la miseria…  Todo me parecía tan indemostrable, tan mendaz, tan inconsistente... Mi espíritu me obligaba a observar con inquietante proximidad todas las cosas de las que este tipo de charlas se nutría: me ocurría ahora, con los hombres y sus actos,  lo mismo que en cierta ocasión en la que, a través de una lente de aumento, vi un trozo de la piel de mi meñique como si fuera un campo en barbecho lleno de surcos y cavidades. Ya no lograba aprehenderlas con la mirada simplificadora de la costumbre. Todo se me deshacía en partes, las partes de nuevo en partes, y no quedaba nada que fuera capaz de sujetar con un concepto. Las palabras flotaban sueltas a mi alrededor. [...]

   No puedo esperar que me entienda sin un ejemplo y he de pedirle indulgencia por su ridiculez: una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro tumbado al sol, un mísero cementerio, un lisiado, una granja pequeña, todo esto puede llegar a ser la ocasión de una epifanía. Cada uno de esos objetos, y otros mil parecidos sobre los que de ordinario se desliza el ojo con natural indiferencia, puede  adquirir, en un momento repentino que no está en mi mano controlar de ningún modo, un carácter sublime y conmovedor que mis palabras, demasiado pobres, no sabrían expresar. [...]

 ¡¡Pero qué hago recayendo en esas mismas palabras de las que acabo de renegar!! »


["...Mein Fall ist, in Kürze, dieser: Es ist mir völlig die Fähigkeit abhanden gekommen, über irgend etwas zusammenhängend zu denken oder zu sprechen.
Zuerst wurde es mir allmählich unmöglich, ein höheres oder allgemeineres Thema zu besprechen und dabei jene Worte in den Mund zu nehmen, deren sich doch alle Menschen ohne Bedenken geläufig zu bedienen pflegen. Ich empfand ein unerklärliches Unbehagen, die Worte »Geist«, »Seele« oder »Körper« nur auszusprechen. Ich fand es innerlich unmöglich, über die Angelegenheiten des Hofes, die Vorkommnisse im Parlament oder was Sie sonst wollen, ein Urtheil herauszubringen. Und dies nicht etwa aus Rücksichten irgendwelcher Art, denn Sie kennen meinen bis zur Leichtfertigkeit gehenden Freimut: sondern die abstrakten Worte, deren sich doch die Zunge naturgemäß bedienen muß, um irgendwelches Urtheil an den Tag zu geben, zerfielen mir im Munde wie modrige Pilze.[...]
Allmählich aber breitete sich diese Anfechtung aus wie ein um sich fressender Rost. Es wurden mir auch im familiären und hausbackenen Gespräch alle die Urtheile, die leichthin und mit schlafwandelnder Sicherheit abgegeben zu werden pflegen, so bedenklich, daß ich aufhören mußte, an solchen Gesprächen irgend teilzunehmen.
Mit einem unerklärlichen Zorn, den ich nur mit Mühe notdürftig verbarg, erfüllte es mich, dergleichen zu hören wie: diese Sache ist für den oder jenen gut oder schlecht ausgegangen; Sheriff N. ist ein böser, Prediger T. ein guter Mensch; Pächter M. ist zu bedauern, seine Söhne sind Verschwender; ein anderer ist zu beneiden, weil seine Töchter haushälterisch sind; eine Familie kommt in die Höhe, eine andere ist am Hinabsinken. Dies alles erschien mir so unbeweisbar, so lügenhaft, so löcherig wie nur möglich. Mein Geist zwang mich, alle Dinge, die in einem solchen Gespräch vorkamen, in einer unheimlichen Nähe zu sehen: so wie ich einmal in einem Vergößerungsglas ein Stück von der Haut meines kleinen Fingers gesehen hatte, das einem Blachfeld mit Furchen und Höhlen glich, so ging es mir nun mit den Menschen und Handlungen.  Es gelang mir nicht mehr, sie mit dem vereinfachenden Blick der Gewohnheit zu erfassen. Es zerfiel mir alles in Teile, die Teile wieder in Teile und nichts mehr ließ sich mit einem Begriff umspannen. Die einzelnen Worte schwammen um mich.[...]
Ich kann nicht erwarten, daß Sie mich ohne Beispiel verstehen, und ich muß Sie um Nachsicht für die Kläglichkeit meiner Beispiele bitten. Eine Gießkanne, eine auf dem Feld verlassene Egge, ein Hund in der Sonne, ein ärmlicher Kirchhof, ein Krüppel, ein kleines Bauernhaus, alles dies kann das Gefäß meiner Offenbarung werden. Jeder dieser Gegenstände und die tausend anderen ähnlichen, über die sonst ein Auge mit selbstverständlicher Gleichgültigkeit hinweggleitet, kann für mich plötzlich in irgendeinem Moment, den herbeizuführen auf keine Weise in meiner Gewalt steht, ein erhabenes und rührendes Gepräge annehmen, das auszudrücken mir alle Worte zu arm scheinen. [...] Aber was versuche ich wiederum Worte, die ich verschworen habe!"]


Hugo von Hofmannstahl.  Brief des Lord Chandos an Francis Bacon/ Carta de Lord Chandos a Francis Bacon, 1902

01 noviembre 2016

El canto del cuco. Christian Bobin



"Il y a quelque chose de talmudique dans l'appel du coucou, une question plus précieuse que toutes les réponses qu'on pourrait lui apporter.
Dans le chant indéfiniment relancé du coucou, un atome de désespoir, un minuscule "je sens qu'on ne me répondra pas, je n'y crois plus, c'est fichu", qui fait de cet oiseau le chanteur le plus humain de la forêt."

[Hay algo de talmúdico en el reclamo del cuco, una pregunta más valiosa que cualquier respuesta que se le pudiera ofrecer.
En el canto indefinidamente relanzado del cuco, un átomo de desesperanza, un minúsculo "tengo la impresión de que no se me responderá, ya no creo en ello, es inútil", que hace de este pájaro el cantor más humano del bosque.]

Christian Bobin . Un assassin blanc comme neige. Gallimard, 2011.