10 julio 2013

...y la ley moral en mí (o: "Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! ")- y 3.

Y para terminar con estos apuntes nazi-kantianos -y pido perdón por si alguien se ha sentido ofendido- aquí tenéis esta entrevista a Michel Onfray, el autor de El sueño de Eichmann, un kantiano entre en los nazis. El problema para Onfray estriba en la subordinación de la moralidad privada a la legalidad pública. Kant es el filósofo de la obediencia, dice, y toda filosofía política que no deja lugar a la desobediencia, al hecho de distinguir entre legalidad y moralidad, es una filosofía peligrosa. De ahí que la ética kantiana no pueda tomarse aisladamente y deba ser reconsiderada a la luz de su filosofía jurídica y política. De todos modos, para descender al caso práctico y a la aterradora extrapolación a la situación de los judíos en el Tercer Reich, lo mejor es que lo oigáis:




Y ahora volvemos al Kant de Respuesta a la pregunta:¿Qué es la Ilustración?, y a su querido Federico II el Grande, déspota e ilustrado, cuya máxima de gobierno era aquel desvergonzado Razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis pero obedeced, y después podéis seguir extrapolando:

“Un príncipe que no encuentra indigno de sí declarar que sostiene como deber no prescribir nada a los hombres en cuestiones de religión, sino que los deja en plena libertad y que, por tanto, rechaza al altivo nombre de tolerancia, es un príncipe ilustrado, y merece que el mundo y la posteridad lo ensalce con agradecimiento. Al menos desde el gobierno, fue el primero en sacar al género humano de la minoría de edad, dejando a cada uno en libertad para que se sirva de la propia razón en todo lo que concierne a cuestiones de conciencia moral”. 
Y sigue:“Si se nos preguntara ¿vivimos ahora en una época ilustrada? responderíamos que no, pero sí en una época de ilustración. Todavía falta mucho para que la totalidad de los hombres, en su actual condición, sean capaces o estén en posición de servirse bien y con seguridad del propio entendimiento, sin acudir a extraña conducción”.
 
Ya vemos que aunque "todavía falte mucho" -y siga faltando siempre- para que el hombre esté en posición de servirse con seguridad del propio entendimiento, Kant se congratula de que haya sido declarado mayor de edad y libre en cuestiones de religión y conciencia moral. La conducción extraña -y en exclusiva, sin trabas-  del "todavía incapaz"  por parte del Estado no parece preocuparle. Y su plena libertad en cuestiones de conciencia moral,  pese a "su actual condición", que es a lo que vamos, tampoco.

Y a lo que vamos es a que el problema de Eichmann, íntimamente convencido de las bondades del Reich, de la necesidad de librarlo de sus adversarios y de la moralidad de sus actos cuando su trabajo consistía, primero,  en impulsar y facilitar la emigración de los judíos,  y después en organizar los sistemas de deportación y transporte masivo, no fue un problema de conflicto entre moral privada y legalidad pública, o sólo lo fue en los últimos momentos, cuando sus proyectos para darles un territorio o "poner suelo bajo sus pies"  (en Madagascar,  o en Palestina, a donde facilitó la emigración de los primeros miles de asentados e incluso llegó a viajar como invitado de honor) quedaron definitivamente cancelados . El conflicto --rápidamente resuelto por otra parte  recurriendo al criterio de autoridad: ¿quién era él para oponerse cuando todos los importantes estaban de acuerdo?--  sólo surgió cuando, en 1942, en la conferencia de Wannsee, se acordó el exterminio físico de los judíos, la Solución Final.

El problema de Eichmann no es que fuera un infeliz burócrata cumplidor de la ley, una "banal" ruedecita de un sistema criminal, aunque de hecho lo fuera. El problema del íntegro y kantiano Eichmann, y de ningún modo católico, contra lo que se deja caer en la película sobre Hannah Arendt de M.von Trotta (En Jerusalén -habla Arendt- Eichmann declaró que era un Gottgläubiger, palabra con que los nazis designaban a aquellos que se habían apartado de la doctrina cristiana, y se negó a jurar ante la Biblia), es el de la Razón Práctica, es el de la Razón convertida en instancia moral absoluta: una razón además de práctica, pura: der reinen praktischen Vernunft (y no deja de ser llamativa esa obsesión por la pureza, por la limpieza, por lo rein, que tan extraño le es al hombre, tanto en Kant como en los nazis: der reinen Vernunft, das Reich Judenrein, die Reinigung der Rasse... todo siempre rein). Su problema es el de la carencia de unas normas objetivas, no formales, no manipulables, no dadas por sí mismo: esas "banderas negras" de las que le hablaban sus juzgadores, el "yo eso no puedo hacerlo" que busca y no encuenta Arendt por ningún lado. Su problema es el de la mudez de esas normas que se encuentran inscritas en la conciencia de todos los hombres y que suenan más claras cuanto menos se dedican a la autolegislación universal, las únicas que en los momentos críticos, momentos de arrasamiento de todo lo humano y para empezar de la tan cacareada "autonomía", lo pueden sostener.

Y la cuestión aquí, la que ni Arendt ni Onfray se plantean, muy partidarios los dos de las leyes que el hombre se da a sí mismo en el libre ejercicio de su razón, sería la de si el mal puede cometerse no tanto por la falta de reflexión, no tanto por la falta de razón autónoma, que esa es la tesis que Arendt sostiene hasta el final, sino por su hipertrofia. No fueron generalmente filósofos los que resistieron (ahí está el gran Heidegger), fue gente sencilla y nada kantiana en su mayor parte, como los dos campesinos que menciona Arendt, gente con sus diez mandamientos bien aprendidos, esos de los que conviene librarse para poder obedecer mejor al Federico, al Adolfo o al Iósif de turno. La cuestión no planteada es la de la capacidad de la razón, no la pura sino la de cada uno, limitada, interesada, siempre juez y parte, para distinguir el bien y el mal, y la del amordazamiento de la conciencia, esta sí particular y a la vez universal (que ese es el gran quebradero de cabeza de Kant) y heterónoma de toda heteronomía (Kant, naturalmente, no ignora que existe la conciencia, ese "tribunal interior", das Gewissen als innerer Gerichtshof. Un tribunal que, convertido en simple policía del imperativo categórico, queda sin voz, como quedó sin voz el de Eichmann que sólo le recriminaba sus excepciones piadosas). La cuestión aquí sería la de si la moralidad, y la resistencia moral tan necesaria y difícil en situaciones críticas, dependerá menos de la razón que se da argumentos y leyes a sí misma, y más de la escucha, escucha que es siempre la de lo Otro -y esa es su fuerza, su solidez y su garantía- en uno.

¿Y cómo no recordar ahora las palabras de Donoso, tan recalcitrantes, tan contracorriente, tan "kikirikí" y, sin embargo, tan anticipadoras: "Su orgullo ha dicho al hombre de estos tiempos dos cosas, y ambas se las ha creído: que no tiene lunar y que no necesita de Dios  (...)  que no hay otro mal sino aquel que la razón entiende que es mal, ni otro pecado que aquel que la razón nos dice que es pe­cado.." o bien:  "La legitimidad de la razón son dos palabras, de las cuales la última designa el sujeto y la primera el atributo; yo niego el atributo y el sujeto..."?

Y, sobre todo, cómo no volver a leer con asombro las palabras del Génesis, ahí desde el principio, esas palabras que Spinoza entiende no como una prohibición arbitraria y  muestra de autoridad, sino como un aviso, muestra de paternal inquietud: "De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres ciertamente morirás" (Gen 2,16-17). Casi las mismas que escucha Moisés en el Sinaí cuando su pueblo, cansado de desierto, empezaba a ofuscarse: "Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance... No están en el cielo... Ni están al otro lado del mar... Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica... Pero si tu corazón se desvía y no escuchas...yo os declaro que pereceréis sin remedio... Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia..." (Deut. 30, 11-20).

Es así precisamente, como el reino de la muerte, como describe Eichmann, víctima a la vez que verdugo, aquellos tiempos oscuros. Y aquí os dejo, y terminamos, con este pasaje de Hannah Arendt, y en él los trucos, la perversidad, las manipulaciones de la inteligencia, los camuflajes -que no la banalidad- del mal, y muerte, muerte, muerte:

"Lo que se grababa en las mentes de aquellos hombres que se habían convertido en asesinos era la simple idea de estar dedicados a una tarea histórica, grandiosa, única («una gran misión que se realiza una sola vez en dos mil años»), que, en consecuencia, constituía una pesada carga. Esto último tiene gran importancia, ya que los asesinos no eran sádicos, ni tampoco homicidas por naturaleza, y los jefes hacían un esfuerzo sistemático para eliminar de las organizaciones a aquellos que experimentaban un placer físico al cumplir con su misión... De ahí que el problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico. El truco utilizado por Himmler —quien, al parecer, padecía muy fuertemente los efectos de aquellas reacciones instintivas— era muy simple y probablemente muy eficaz. Consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: «¡Qué horrible es lo que hago a los demás!», decían: «¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!». El hecho de que Eichmann recordara mal las ingeniosas frases de Himmler quizá sea un indicio de que existían otros medios más eficaces para resolver los problemas de conciencia. Entre todos ellos destacaba, como Hitler había previsto certeramente, el simple hecho de la guerra. Eichmann repitió una y otra vez la existencia de «una actitud personal diferente» con respecto a la muerte «cuando uno ve muertos en todas partes», y cuando todos esperaban con indiferencia la propia muerte: «No nos importaba morir hoy o morir mañana, y, en ocasiones, maldecíamos el amanecer que nos pillaba todavía vivos.» "

El problema de Eichmann, querida Hannah Arendt, no era de "simple irreflexión" o de "incapacidad de pensar por sí mismo". De intelecto, reflexiones y razones él y todos estaban bien servidos. Su problema no era de cabeza, sino de corazón, y de ausencia de vasos comunicantes entre uno y otra. Es decir, de estricta moral kantiana: La razón, pura, blindada y campando a sus anchas; las inclinaciones naturales y los sentimientos, impuros, proscritos; la voluntad, sometida; la conciencia, falseada. Kant definía la santidad como la concordancia perfecta entre la voluntad y las leyes de la razón práctica: Lástima que Eichmann en una ocasión se apiadó y saltándose las normas fue en socorro de sus amigos. De no haber cedido, para Kant  sería santo.

Decía Péguy que el kantismo tiene las manos limpias pero no tiene manos. Y tenía razón, el kantismo no las tiene, pero algunos kantianos sí, ése es el problema.
 
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Edit.Lumen, 2003, traducc. Carlos Ribalta. [http://fadeweb.uncoma.edu.ar/carreras/materiasenelweb/abogacia/teoria_del_derecho_II/fichas/Arendt, Hannah - Eichmann en Jerusalen.pdf ]

6 comentarios:

Hipótesis de Riemann dijo...

Otra soberbia entrada. Una serie excelente.
Lo leía y me asaltaban puntos que tiene estupendamente esbozados:
- El árbol de la ciencia y la tentación sempiterna del hombre por “conocer” –en el sentido bíblico de poseer, y por tanto definir- lo que está bien y lo que está mal.
- Una de las mejores, mayores y más emocionante bendiciones que van recorriendo la Biblia es la promesa del Padre de “inscribir” las normas morales en el corazón del justo.
- La “mayoría de edad” kantiana y su relación con el relativismo: Entonces la dinámica deviene en un ejercicio de Poder. Y en este ejercicio, siempre pierde quien no tiene fuerza negociadora o, simplemente, ni siquiera está invitado a la mesa: El judío, el niño, el anciano, el débil, el enfermo, el pobre. (Alejandro Llano, en La vida lograda)
- El milenarismo nazi y la peligrosísima capacidad de las sociedades organizadas para fabricar mentiras incontestables de acción inmediata: Confróntese la “raza aria” formada por altos, rubios, atléticos, de ojos azules, etc., que formaba parte explícita del programa con una foto cualquiera de la cúpula nazi: Bajitos, morenos, algunas barrigas prominentes, ojos oscuros.
- El enigma insondable del comportamiento personal de tantos y tantos ejecutores nazis. Al fin y al cabo, ¿no se trata de la suspensión de la conciencia? Las coartadas del deber, las normas, la sublimación de “lo instintivo”, etc., ¿no fueron coartadas perfeccionadas de ese momento de negación, de fuga, de suspensión de uno mismo, de autismo, en el que todos caemos varias veces al día en ese maldito instante antes de que el gallo acabe de cantar?
- Y ante lo insondable de todo este despropósito humano, otro abismo aún más insondable, más inexpugnable, más arrasador. La Misericordia. Divina. Reflejada maravillosamente en los impagables Diarios de S. Faustina Kowalska.
Este blog… No me gusta repetirme, pero qué nivelazo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Pues se lo agradezco en el alma, sr. Hipótesis. Nunca sé si consigo decir lo que quiero decir o si no digo nada o sólo obviedades o sólo lo embrollo.
Y la ética, y cuál es el papel de la razón en ella, hay que reconocer que es un tema embrollado y peliagudo. Tampoco se trata de caer en el irracionalismo.
Con todo, la razón, en cuestiones de moral, sigue teniendo demasiado prestigio, ahí tiene usted la conclusión de Arendt: un hombre que manda a la muerte a millares sin que le tiemble el pulso es un hombre que no piensa, y de primeras nos parece que sí, que nadie que se pare a pensar podría hacerlo. Y sin embargo...ninguno era un idiota, todos eran seres pensantes. Tambien los abortistas lo son.
-¿Ha visto usted la pelicula de M.von Trotta? Ahí, al final, en el discurso de Arendt ante los alumnos que la apoyan y las autoridades académicas que la quieren expulsar, ella vuelve a hablar de la obligación de pensar por sí mismo, pero hay un cambio de matiz muy interesante: en la última frase habla del diálogo del alma consigo misma. Eso, que parece lo mismo, ya no lo es.
La razón puede atrincherarse (me alegra que hable de "autismo". Por dos veces lo borré. Sí señor: todos, varias veces al día y hasta días enteros), el alma no. Pero entonces volvemos a empezar ¿qué pasa entonces con el alma de esta gente? ¿Es que Eichmann no tenía alma, existen de verdad los desalmados?

-Esa bendición que va recorriendo la Biblia, ese desvelo por inscribir las normas morales, el sentido de lo bueno y lo malo, en el corazón del hombre, tengo que decirle que ha sido un descubrimiento recientísimo. Verlo como el padre o la madre que intentan evitar que el niño cruce a lo loco o se encarame a las ventanas o se beba la lejía o se pierda en una aglomeración... esa angustia por que se haga daño. Y descubrir esa preocupación sostenida que empieza con el aviso en el Paraíso (como si dijera: de cualquier otra ciencia hártate, pero de la ciencia del bien y del mal, sólo de esa no comas que te harás daño), que vuelve a manifestarse en el desierto, como con angustia por estas criaturas expulsadas que andan tan perdidas, que sigue con los profetas (Natán por ejemplo iluminando la conciencia de David), y que culmina con ese "non vos relinquam orfanos". Y la gracia. Y su rechazo.
Seguramente la razón insensata no es más que una razón cerrada a la gracia. Kant es una coraza frente a la gracia.

Hipótesis de Riemann dijo...

Aún no he visto la película, pero la tengo en la lista desde que leí su primera entrada de la serie.

Cristina Brackelmanns dijo...

Está bien, aunque sólo fuera por las imágenes reales del juicio, que son impresionantes, vale la pena. El sr. Eichmann, tan correcto, con sus gafas, su chaqueta y su corbata sobre una camisa arrugada, constipado, lleno de tics y pasando papeles en esa jaula de cristal es todo un símbolo.
Tiene ese tufillo kantiano(la razón autónoma über alles) de la Hannah Arendt que asistió al juicio, que no es exactamente la misma que en sus últimos escritos en los que reflexiona sobre la capacidad de mentirse del hombre. Y el puntillazo al catolicismo, injustísimo, no hay más que leer el libro o informarse un poco, me pareció una concesión rastrera a la galería, pero con todo vale las pena.

Yo me apunto el libro de Alejandro Llano, y los diarios de Sta. Faustina Kowalska. Gracias.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Justamente estoy leyendo el libro y también di un respingo cuando lo de Kant, no en el sentido de Arendt, sino porque me dio la terrible impresión de que Eichmann era sincero. Me envía aquí Ángel Ruiz ("Compostela") y me parecen unas reflexiones muy atinadas; y oportunas, ahora que estamos con el año Arendt.

Cristina Brackelmanns dijo...

Yo también lo pegué, Jesús, pero porque fue como si de repente me encajaran las piezas del puzzle. Me enteré leyendo un artículo, buenísimo, de Fernández Buey que si andas con el libro seguro que te interesa: http://riff-raff.unizar.es/sobre_la_trivialidad.html.
También me enteré de que todo eso de "la banalidad" lo toma Arendt de Jaspers, ella al principio tendía a verlo como algo demoniaco, es Jaspers quien le dice que lo verdaderamente aterrador es que no eran seres demoniacos, sino seres "normales".
Y claro que Eichmann es sincero y, a su manera equivocada, íntegro y honesto, puede que de los que más. Eso es lo tremendo.
Podría hacerse un repaso de la Metafísica de las Costumbres en paralelo con las declaraciones de Eichmann, párrafo a párrafo. Lo alucinante es que Arendt no lo quiera ver. Por ejemplo cuando habla de su definición de Dios, más bien de la divinidad, como el portador de un más alto sentido, y Arendt no ve que está definiéndolo como el postulado kantiano (el tercero de los postulados: alma, mundo, Dios) y se enrolla con lo de los portadores de órdenes y con que lo militariza, y así continuamente.
Si fuera porque la mujer se crió en Königsberg, una especie de fidelidad infantil, lo entendería. Lo malo es que no es eso, lo malo es que la intelectualidad sigue siendo kantiana. Lo malo es que al nombre de Kant las rodillas siguen doblándose.