11 abril 2013

El "correctivo" y el edificio. Kierkegaard (2.)


[Las críticas de Kierkegaard al luteranismo oficial, y a la iglesia de Copenhague en particular, siempre van dirigidas a lo que él consideraba sus arreglos con el mundo -o, mejor dicho, con la mundanidad-, tanto en su vertiente social como intelectual. Es decir, tanto a las pretensiones de identificar el cristianismo con el modus vivendi de la buena sociedad danesa, como a los intentos, personificados para Kierkegaard en el  teólogo y obispo Martensen, de compatibilizar la fe con "los vientos" hegelianos (*).
Kierkegaard, aunque nunca dejó de ser luterano, sostenía que el catolicismo, por su defensa del ascetismo, por su conocimiento del hombre más profundo y realista  (el hombre por lo general, más que un ser atormentado, es un tramposo) y por haberse librado de la práctica desaforada de la introspección y la interpretación subjetiva propias del luteranismo, es menos propenso a la contemporización con el mundo.]

(*) Los daneses tenemos un defecto que en la lengua danesa tiene una palabra que le corresponde: «windsluger» (tragavientos). Se emplea generalmente para los caballos, pero puede aplicarse también al hombre. Los alemanes producen el viento y los daneses se lo tragan; he aquí la relación en que se hallan desde hace mucho tiempo daneses y alemanes (Diario, 1854). 

Y a continuación proseguimos con el texto de la anterior entrada:

 ...  "Cuando el catolicismo degenera, ¿qué forma toma la corrupción? La respuesta es sencilla: gazmoñería hipócrita. Cuando el protestantismo degenera, ¿con qué clase de corrupción nos encontramos? La respuesta no es difícil: mundanalidad superficial. Sin embargo, ésta se mostrará con un refinamiento que no puede darse en el catolicismo. Pongámoslos uno frente a otro: la gazmoñería hipócrita y la mundanalidad superficial. Pero mantengo que, por añadidura, hay cierto refinamiento que no aparece en el catolicismo y que se debe a que el protestantismo se construye sobre una presunción. Ése es el refinamiento que quiero mostrar.

    Cojamos un ejemplo muy sencillo. Imaginemos a un prelado católico que es completamente mundano; naturalmente no hasta el extremo de que la ley pueda castigarlo o que la naturaleza misma se tome su venganza. No, pues es demasiado mundano para ser tan estúpido, no, todo está sagazmente calculado (y esto es precisamente lo más mundano de todo) para un disfrute sagaz y, a su vez, para el disfrute de esa sagacidad y, así, toda su vida consiste en el disfrute de todo placer posible de un modo insuperable para ningún epicúreo mundano. ¿Cómo lo juzgaria entonces un católico? Pues bien, supongo que diría (muy acertadamente): No me compete a mí juzgar al alto clero. Y, sin embargo, el católico se daría cuenta inmediatamente de que se trata de mundanidad. ¿Y por qué se daría cuenta enseguida?  Porque, simultáneamente, el católico ve expresado un lado completamente distinto del cristianismo, un hecho que el prelado tendrá que aceptar, pues a su lado camina un hombre que vive en la pobreza y, de este modo, el católico tiene la profunda sensación de que esto es más verdad que la manera de vivir del prelado que, desgraciadamente, no es más que pura mundanidad.

    Ahora imaginémonos, por otro lado, un país protestante, donde no hay ni rastro de catolicismo; donde la gente, hace mucho tiempo, ha aceptado la idea luterana, pero sin su premisa original; donde hace mucho tiempo que se han librado del ascetismo y el ayuno, de los monjes y los que predican el cristianismo en pobreza; y no sólo eso, sino que se han librado de todo ello a conciencia, como si fuera algo ridículo y estúpido, hasta el punto de que si apareciera una figura así, la gente se echaría a reír como si se tratara de una extraña bestia. Se han librado de ello como de una concepción inferior e imperfecta del cristianismo. Imaginémonos ahora en este país protestante a un prelado protestante que es el exacto homólogo del prelado católico. Entonces ¿qué? Pues que en este caso, el prelado protestante disfruta de un refinamiento en el placer, un refinamiento por el que al prelado católico se le haría la boca agua en vano, puesto que en todo el ambiente protestante no hay ni una sola alma viviente que tenga un sentido profundo de lo que significa renunciar al mundo (la suerte de devoción que tenía su parte de verdad aunque fue exagerada en la Edad Media), porque la religión del país está construida sobre el resultado del protestantismo (sin su premisa original), a saber, que la devoción no es más que el honesto disfrute de la vida (que sin duda es maravilloso cuando uno ha sido testigo del miedo, el temblor y la tribulación de Lutero). Así, el prelado protestante posee un refinamiento en el placer, a saber, el refinamiento que supone que sus contemporáneos consideren su disfrute mundano devoción. Mirad, se dicen sus contemporáneos entre ellos (y recordemos que en el catolicismo la situación era que uno le decía al otro: No lo consideremos ni nos mortifiquemos por ello, no es más que simple mundanidad), contemplemos al luterano franco, miradle con su sopa de tortuga, no hay nadie tan entendido como él, miradle en el banquete de ostras, mirad como sabe disfrutar de cada situación que se le presenta y cómo sabe velar astutamente por sus asuntos, así pues ¡admiremos al luterano franco! ¡Vuela alto, muy por encima del inferior e imperfecto ideal de ingresar en un monasterio, de ayunar, de predicar el cristianismo en pobreza, vuela alto por encima de todo ello, en libertad de espíritu y luteranismo franco! Lo noble no es abandonar el mundo, escapar de él, no, el luteranismo genuino es como el prelado, pues esto es devoción. Sus contemporáneos no lo soportan a regañadientes, ni se esfuerzan por ignorarlo, no, lo contemplan con admiración...

    Lutero estableció el más elevado principio espiritual: la introspección pura. Puede llegar a ser tan peligrosa que podemos hundirnos hasta el más bajo de los paganismos bajos (no obstante el más elevado y el más bajo son iguales)... Y así se se puede alcanzar un punto en el protestantismo en que la mundanidad sea venerada y altamente valorada como piedad. Y eso, tal como sostengo, no puede darse en el catolicismo.

   Pero ¿por qué no puede darse en el catolicismo? Porque el catolicismo sostiene la premisa universal según la cual nosotros, los hombres, somos unos granujas. ¿Y por qué se puede dar en el protestantismo? Porque el principio protestante está relacionado con una premisa en particular: un hombre que está angustiado por la muerte, temeroso, tembloroso y atribulado. Y de éstos no hay muchos en una misma generación."

El pensamiento vivo de Kierkegaard. Edición y Prólogo de W.H.Auden. Ediciones Duomo, 2012, traducc. Sofía Pascual,  pp.186-189.

No hay comentarios: