30 marzo 2013

Mother, still your tears

No es Pergolessi, ni Palestrina, ni Rossini...
Es Bruce Springsteen: Jesus was an only son.

20 marzo 2013

l’arte e la morte non va bene insieme?

Como no están las cosas para andar tirando nada, recupero la entrada con la Rima de Miguel Ángel  que acababa de colgar y borré cuando anunciaron la elección del nuevo Papa.

     La pregunta del título no tiene nada de retórica: es que lo pregunto; porque a mí me parecía, y me lo sigue pareciendo (aunque de sólo repetirme el verso, que es de los que se te quedan, empiezo a tener dudas), que el arte y la muerte tienen una relación muy estrecha.
     Sólo hay que mirar la primera Piedad de Miguel Ángel, tan idealizada y tan fríamente hermosa, en la que ni la muerte ni el dolor ni la piedad tienen presencia alguna -seguramente porque tampoco habían hecho su aparición en los escasos veintinco años de vida del autor,  y compararla con las dos siguientes: la Piedad florentina, medio siglo posterior, en la que bajo la capa de Nicodemo se introduce el propio Miguel Ángel -porque ya sabía de muerte, dolor y piedad-  para sujetar con sus manos el cuerpo de Cristo,  y la Piedad Rondanini, esculpida con un pie en el taller y el otro casi en la tumba: esas dos figuras fundidas, la muerta y la apenas viva, no se sabe quién sostiene a quién... esa Madre y ese Hijo inacabados que se clavan en el corazón.
    Y sin embargo ese mismo Miguel Ángel que se cuela en una Piedad y pasa sus últimos días martilleando en otra, es el que dice "l’arte e la morte non va bene insieme",  y por más vueltas que le doy no lo entiendo:  ¿Está la explicación en el mondo perduto del verso anterior? ¿Qué pasa, entonces, con l'alma acquista? ¿Pensaba que el arte tiene más de mundo que de alma? ¿Consideraba, quizá, que  la última de sus Piedades, Piedad de senectud y alma toda ella,  era inferior o menos hija del "arte" que la primera?
     No lo sé, pero diciéndolo Miguel Ángel  no puede ser una equivocación. No cabe la menor duda de que de arte siempre supo, y de muerte fue sabiendo:

283. Non può, Signor mie car, la fresca e verde
.
Non può, Signor mie car, la fresca e verde
età sentir, quant’a l’ultimo passo
si cangia gusto, amor, voglie e pensieri.
Più l’alma acquista ove più ’l mondo perde;
l’arte e la morte non va bene insieme:
che convien più che di me dunche speri?

Michelangelo Buonarroti- Rime.
Aquí las tenéis todas: http://www.letteraturaitaliana.net/pdf/Volume_4/t83.pdf

17 marzo 2013

Un icono vivo de Cristo

Aquí os dejo estas palabras sobre san Francisco, pronunciadas en la catequesis de la audiencia general del 27.1.2010  por nuestro orante y  retirado -nunca del recuerdo ni  de la lectura-  Benedicto XVI:

 [...] «Nacióle un sol al mundo». Con estas palabras, el sumo poeta italiano Dante Alighieri alude en la Divina Comedia (Paraíso, Canto XI) al nacimiento de Francisco, que tuvo lugar a finales de 1181 o a principios de 1182, en Asís. Francisco pertenecía a una familia rica -su padre era comerciante de telas- y vivió una adolescencia y una juventud despreocupadas, cultivando los ideales caballerescos de su tiempo. A los veinte años tomó parte en una campaña militar y lo hicieron prisionero. Enfermó y fue liberado. A su regreso a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual que lo llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había practicado hasta entonces.
Se remontan a este período los célebres episodios del encuentro con el leproso, al cual Francisco, bajando de su caballo, dio el beso de la paz, y del mensaje del Crucifijo en la iglesita de San Damián. Cristo en la cruz tomó vida en tres ocasiones y le dijo: «Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas».

Este simple acontecimiento de escuchar la Palabra del Señor en la iglesia de San Damián esconde un simbolismo profundo. En su sentido inmediato san Francisco es llamado a reparar esta iglesita, pero el estado ruinoso de este edificio es símbolo de la situación dramática e inquietante de la Iglesia en aquel tiempo, con una fe superficial que no conforma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que conlleva también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos heréticos. Sin embargo, en el centro de esta Iglesia en ruinas está el Crucifijo y habla: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la iglesita de San Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar la Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor a Cristo. [...]

Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado «el hermano de Jesús». De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña -Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3)- encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales.

En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: «¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!» [...]
   
Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. [...] Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios. [...]

(El texto íntegro aquí. Y en él, otra cita de Bloy: No hay más tristeza que la de no ser santo)



13 marzo 2013

Francisco


«Iba una vez San Francisco con el hermano León, en tiempo de invierno, de Perusa a Santa María de los Angeles. Sintiéndose atormentado por la intensidad del frío, llamó al hermano León, que caminaba un poco delante, y le habló así:
-- ¡Oh hermano León!, aun cuando los hermanos menores dieran en todo el mundo grandes ejemplos de santidad y de edificación, escribe y toma nota diligentemente: no está en eso la perfecta alegría.
Siguiendo más adelante, le llamó San Francisco por segunda vez:
-- ¡Oh hermano León!, aunque el hermano menor devuelva la vista a los ciegos, enderece a los tullidos, expulse a los demonios, haga oír a los sordos, andar a los cojos, hablar a los mudos, y, lo que es más, resucite a un muerto de cuatro días, escribe que no está en eso la perfecta alegría.
Caminando luego un poco más, San Francisco gritó con fuerza:
-- ¡Oh hermano León!, aunque el hermano menor llegase a saber todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las Escrituras, hasta poder profetizar y revelar no sólo las cosas futuras, sino hasta los secretos de las conciencias y de las almas, escribe que no está en eso la perfecta alegría.
Yendo un poco más adelante, San Francisco volvió a llamarle fuerte:
 -- ¡Oh hermano León, ovejuela de Dios!, aunque el hermano menor hablara la lengua de los ángeles, y conociera el curso de las estrellas y las virtudes de todas las hierbas, y le fueran descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conociera todas las propiedades de las aves y de los peces y de todos los animales, y de los hombres, y de los árboles, y de las piedras, y de las raíces, y de las aguas, escribe que no está en eso la perfecta alegría.
Y, caminando todavía otro poco, San Francisco gritó con vigor:
-- ¡Oh hermano León!, aunque el hermano menor supiera predicar tan bien que llegara a convertir a todos los infieles a la fe de Jesucristo, escribe que no está en eso la perfecta alegría.
Así fue continuando por espacio de dos millas. Por fin, el hermano León, lleno de asombro, le preguntó:
-- Padre, en el nombre de Dios te pido que me digas en qué está la perfecta alegría.
Y San Francisco le respondió:
-- Si, cuando lleguemos a Santa María de los Angeles, mojados como estamos por la lluvia y pasmados de frío, cubiertos de lodo y desfallecidos de hambre, llamamos a la puerta del convento, y llega malhumorado el portero y grita: "¿Quiénes sois vosotros?" Y nosotros le decimos: "Somos dos de vuestros hermanos". Y él vocifera: "¡Mentira! Sois dos bribones que vais engañando al mundo y robando las limosnas de los pobres. ¡Fuera de aquí!" Y no nos abre, y nos tiene allí fuera aguantando la nieve y la lluvia, el frío y el hambre hasta la noche. Si sabemos soportar con paciencia, sin alterarnos y sin murmurar contra él, todas esas injurias, esa crueldad y ese rechazo, y si, más bien, pensamos, con humildad y caridad, que el portero nos conoce bien, y que es Dios quien le hace hablar así contra nosotros, escribe, ¡oh hermano León!, que aquí está la perfecta alegría. Y si nosotros seguimos llamando, y él sale fuera furioso y nos echa, entre insultos y golpes, como indeseables e inoportunos, gritando: "¡Fuera de aquí, ladronzuelos miserables! ¡Id al hospital de los leprosos, porque aquí no hay para vosotros comida ni hospedaje!" Si lo sobrellevamos con paciencia y alegría y en buena caridad, ¡oh hermano León, escribe que aquí sí está la perfecta alegría! Y si nosotros, obligados por el hambre y el frío de la noche, volvemos todavía a llamar, clamando y suplicando entre llantos, por el amor de Dios, que nos abra y nos permita entrar, y él, más enfurecido, dice: "¡Vaya con estos pesados indeseables! Yo les voy a dar su merecido". Y sale fuera con un palo nudoso, y nos coge por el capucho, y nos tira por tierra, y nos zarandea en la nieve, y nos apalea con aquel palo nudoso; si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándonos de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de llevar por su amor, ¡oh hermano León!, escribe que aquí sí está la perfecta alegría.
-- Y ahora escucha la conclusión, hermano León: por encima de todas las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo, que Dios concede a sus amigos, está el de vencerse el hombre a sí mismo y el de sobrellevar gustosamente, por amor a Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades. Porque en todos los demás dones de Dios no podemos gloriarnos, ya que no son nuestros, sino de Dios. Por eso dice el Apóstol: ¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y, si lo has recibido de El, ¿por qué te glorias como si lo tuvieras de ti mismo? (1 Cor 4,7). Pero en la cruz de la tribulación y de la aflicción podemos gloriarnos, ya que esto es nuestro. Por eso dice el Apóstol: No me quiero gloriar sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gál 6,14).
A El sea siempre loor y gloria por los siglos de los siglos. Amén»
FRANCISCO DE ASIS. Las florecillas (Flor 8).

Annuntio vobis gaudium magnum;
habemus Papam
...qui sibi nomen imposuit Franciscum. 
[Acabo de oír con verdadera emoción el nombre escogido por nuestro nuevo Papa.  Sea  Dios por siempre bendito y alabado. Amén] 
 

07 marzo 2013

Un pruno florecido veo


En el minúsculo jardín a la entrada de mi casa, arrimado a la verja, hay un ciruelo. Un pruno, como dijeron en la junta de vecinos cuando discutían si podarlo o talarlo, hartos de que pusiera perdida la acera ("creí que era un almendro", le comenté a mi vecina. "Pero niña, ¿tú has visto alguna vez almendras rojas y despachurrás?" Temblé por él, se libró de la tala por dos votos).

Y sin embargo el primer año, el año en el que llegué a esta casa, ni me fijé en aquel árbol. Tenía asuntos más importantes,  no estaba para mirar árboles. Tampoco estaba, por lo que se ve, para mirar al suelo cuando por el mes de abril, como tiene por costumbre, el pruno lo alfombra de flores. Seguramente las pisé sin darme cuenta. Ni siquiera las ciruelas rojas, aplastadas sobre la acera al llegar el verano, me llamaron la atención. Estaba ocupada con otras historias.

Terminó el año y un verdadero asunto,  de esos que ocurren -no de los que se nos ocurren, sino de los que van en serio-, puso todos los demás en su sitio. Simplemente desaparecieron. Fue entonces, al salir una mañana,  cuando lo vi. Casi diría que se me plantó delante, como el que tropieza con otro adrede. Reventaba de flores diminutas y rosadas, aún recuerdo la impresión.

Cuenta el profeta Jeremías que, cuando Yahveh se le dirigió por vez primera, le preguntó: "Jeremías, ¿qué es lo que ves?" Jeremías,  asustado y falto de autoestima como todos los profetas, respondió: "Una vara de almendro veo". Entonces Yahveh le dijo: "Bien has visto", que es lo mismo que decir:  "pues ya me has entendido, deja de buscar excusas". Y es que la vara del almendro florece para los elegidos. Como floreció la de Aarón en el desierto, como la de san José entre las de los pretendientes. También el Buen Pastor lleva una vara con la que tranquiliza al rebaño en las cañadas oscuras.

 Para los profetas y los elegidos, Dios hace que florezcan  las varas desgajadas, las resecas. Para el resto hace florecer al almendro entero. Florecen los almendros y  a la vez los prunos, sus hermanos pobres, los que ensucian la acera. Para avisarnos de que la primavera se acerca y  crece la luz de nuevo,  para que año tras año nos vayan diciendo cosas,  cosas normales, nada extraordinario, cosas a veces olvidadas, como que no hay cañada oscura que eternamente dure.

Mi pruno por ejemplo,  aquella mañana en la que al fin lo vi, solamente dijo: "Ya era hora". Acto seguido me llenó de flores y me alegró la vida. Unos días antes, si Dios me hubiera preguntado: "C. ¿qué es lo que ves?", habría tenido que responder: "nada de nada veo". Incluso en ese momento, en el que entusiasmada con el descubrimiento lo tomé por un almendro, habría respondido mal. "Mal has visto", habría dicho Dios dejándome por imposible.  Sólo a la tercera, gracias a los propósitos salvajes  de mis vecinos, habría conseguido acertar: "un pruno florecido veo".

Al año siguiente floreció en plena nevada. Estuve en un cursillo todo el fin de semana y a la vuelta me lo encontré, blanquísimo y deslumbrante,  con las flores como ojitos bien abiertos asomando entre la nieve sin pestañear. "Obediencia" decía, aquí estamos aunque nieve, y era tanta su hermosura que asentí de corazón.

Un año más tarde, todo fragilidad bajo unas heladas de espanto, no dejaba de repetir: "resiste, resiste". Y otro después, una tarde de viento en la que las flores caían y giraban en remolinos a ras de suelo, más que decir, suspiraba: "desprendimiento". Hubo un año en el que no quise oírle: "déjame, que no quiero saber nada". Se calló, pero al llegar el verano, las ciruelas  pisoteadas, más abundantes que nunca, dejaban en la acera regueros de sangre.

Este año, cosa rara, parecía retrasarse. Cada día lo miraba buscando el primer brote. Entramos en marzo y nada. La semana pasada nevó y él seguía mudo. Empezaba a preocuparme cuando le oí susurrar: "Parezco muerto, pero no lo estoy. Trabajo en la sombra, no tengas miedo".  Hace un par de días, por fin,  ha estallado en flor.