13 mayo 2013

Es cosa de corazón (y si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente). Unamuno.


"Y bien, se me dirá, "¿Cuál es tu religión?" Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible —o Incognoscible, como escriben los pedantes— ni con aquello otro de "de aquí no pasarás". Rechazo el eterno ignorabimus. Y en todo caso, quiero trepar a lo inaccesible.

Ésos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu en su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mi: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy una especie única. "No hay enfermedades, sino enfermos", suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes.

En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo, no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional. [...]   Confieso sinceramente que las supuestas pruebas racionales —la ontológica, la cosmológica, la ética, etcétera— de la existencia de Dios no me demuestran nada; que cuantas razones se quieren dar de que existe un Dios me parecen razones basadas en paralogismos y peticiones de principio. [...]  Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o, por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la Historia. Es cosa de corazón.  Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como lo estoy de que dos y dos hacen cuatro.

Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero "quiero" saber. Lo quiero, y basta. [...] No concibo a un hombre culto sin esta preocupación, y espero muy poca cosa en el orden de la cultura —y cultura no es lo mismo que civilización— de aquellos que viven desinteresados del problema religioso en su aspecto metafísico y sólo lo estudian en su aspecto social o político. Espero muy poco de aquellos hombres o de aquellos pueblos que por pereza mental, por superficialidad, por cientificismo, o por lo que sea, se apartan de las grandes y eternas inquietudes del corazón. No espero nada de los que dicen: "¡No se debe pensar en eso!"; espero menos aún de los que creen en un cielo y un infierno como aquel en que creíamos de niños, y espero todavía menos de los que afirman con la gravedad del necio: "Todo eso no son sino fábulas y mitos; al que se muere lo entierran, y se acabó". Sólo espero de los que ignoran, pero no se resignan a ignorar; de los que luchan sin descanso por la verdad y ponen su vida en la lucha misma más que en la victoria...  por lo menos, esa lucha nos hará más hombres, hombres de más espíritu. [...]

 En nuestra menguada literatura apenas se le oía a nadie gritar desde el fondo del corazón, descomponerse, clamar. El grito era casi desconocido. Los escritores temían ponerse en ridículo.... Yo, no; cuando he sentido ganas de gritar, he gritado. Jamás me ha detenido el decoro. Y ésta es una de las cosas que menos me perdonan estos mis compañeros de pluma, tan comedidos, tan correctos, tan disciplinados hasta cuando predican la incorrección y la indisciplina. Los anarquistas literarios se cuidan, más que de otra cosa, de la estilística y de la sintaxis. Y cuando desentonan lo hacen entonadamente; sus desacordes tiran a ser armónicos... También se puede estudiar acústicamente el grito que lanza un hombre cuando ve caer muerto de repente a su hijo, y el que no tenga ni corazón ni hijos, se queda en eso. [...]

De lo que huyo, repito, como de la peste, es de que me clasifiquen, y quiero morirme oyendo preguntar de mí a los holgazanes de espíritu que se paren alguna vez a oírme: "Y este señor, ¿qué es?" Los liberales o progresistas tontos me tendrán por reaccionario y acaso por místico, sin saber, por supuesto, lo que esto quiere decir, y los conservadores y reaccionarios tontos me tendrán por una especie de anarquista espiritual, y unos y otros, por un pobre señor afanoso de singularizarse y de pasar por original y cuya cabeza es una olla de grillos.

Y como el hombre es terco y no suele querer enterarse y acostumbra después que se le ha sermoneado cuatro horas a volver a las andadas, los preguntones, si leen esto, volverán a preguntarme: "Bueno; pero ¿qué soluciones traes?" Y yo, para concluir, les diré que si quieren soluciones, acudan a la tienda de enfrente, porque en la mía no se vende semejante artículo. [...]"

Miguel de Unamuno, "Mi Religión", Salamanca, 6.11.1907. 
En Mi religión y otros ensayos breves, Espasa-Calpe, Madrid 1968

11 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Qué bueno. Qué bien escribe el tío y qué a gusto se debió de quedar al escribirlo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Imagínate, con el gusto que da sólo leerlo. Muy kirkegaardiano ¿verdad?

BV dijo...

Y mientras se publicaba esta gracieta, en otro planeta más afortunado, Chesterton había escrito Herejes (1906) y estaba escribiendo Ortodoxia (1908).
Lo de nuestros intelectuales ha sido una pura tomadura de pelo. Perdonad.

Cristina Brackelmanns dijo...

Hombre, Chesterton también ecribió bastantes gracietas, incluso puede que más. Y Unamuno escribió otras muchas cosas, esto no son más que ensayitos breves, ya lo dice el título.
El tema de nuestros intelectuales da para largo, BV. Para empezar porque ni son todos los que están -ahí te doy la razón- ni están todos los que son. No somos muy de reconocer a nuestros intelectuales. No sé si te refieres al 98 o a nuestros intelectuales en general, pero tú lees por ejemplo a Balmes y alucinas. O a Donoso Cortés, que hemos necesitado que lo reconocieran fuera para apreciarlo, y ni aun así. De Maistre a su lado se queda enano, pero cuántos de los deMaistreanos han leído a Donoso? ¿No es eso otra tomadura de pelo?
En cuanto a la comparación entre Unamuno y Chesterton, yo creo que los tiros van por otro lado. Creo que van por el lado de que es muy distinto descubrir el catolicismo y la Iglesia a haber nacido envuelto en catolicismo e Iglesia. Y sobre todo es muy distinto ser un converso, a ser alguien como Unamuno, desgarrado por la duda y por el deseo de la fe. No se puede ni escribir del mismo modo ni construir el mismo tipo de obra.
Y perdóname tú a mí, BV, pero entre los dos yo me quedo con Unamuno.

Enrique Baltanás dijo...

Creo recordar que Unamuno prologó la traducción de uno de los libros de Chesterton. Ahora no sé qué título era, tampoco he llegado a leerlo nunca, por desgracia.

Ángel Ruiz dijo...

Venga, BV, no te subas al monte.
Chesterton es único (cuando es a la vez profundo, alegre, intelectual y conmovedor; y no lo es siempre; de hecho a veces a mí se me hace bastante cansino), así que no está bien ponerse a comparar porque nadie saldría ganado de esa comparación.
Unamuno a mí me empezó a gustar con sus libros de viajes (Por tierra de Portugal y España, para empezar) y cada vez le tengo más simpatía. Me impacienta a veces un poco su problemática religiosa (que, por lo demás, en este texto me parece bien verdadera) y esas cuestiones tan de filósofos sobre la inmortalidad personal, pero también es mucho mejor que la inmensa mayoría de los intelectuales españoles (y no digo nombres).
Hace un año un filósofo que admiro y que no veía yo en esa tecla me habló con pasión de Donoso Cortés. Me lo apunté en la lista, pero sigue todavía a la cola.

BV dijo...

No me tiro al monte, amigos, no os preocupéis. Y me ha encantado tu respuesta, CB. Tampoco lo mío era una comparación personal entre GKC y Unamuno, sino más bien la amarga constatación de un paralelismo histórico. No hay nación exenta del riesgo de ponerse a construir Machu Pichu cuando la Divina Comedia lleva escrita 100 años, claro está. Pero aquí, con los genios del mal del 98 (y Balmes y Donoso, anteriores y superiores, lo vienen a demostrar) hubo involución.

Cristina Brackelmanns dijo...

Las comparaciones, ya se sabe, son odiosas, sobre todo las que van en términos de más y menos.
Balmes y Donoso, anteriores sí, y distintos desde luego, pero superiores yo no me atrevería a decir. Cada cual tiene su aquel.
Yo tampoco quería hacer de menos a Chesterton quedándome con Unamuno, BV, una vez más es cosa del corazón (aunque me ha encantado en el comentario de Ángel, tan ecuánime y tan sabio, leer lo de "cansino". Sí que a veces "cansina" un poco).
En la cuestión histórica tienes toda la razón, no es lo mismo Inglaterra que este pobre país siempre a tortas. Lo de la involución, da lo menos para una merienda. Sí, pero en plena involución se escribió El Quijote, por ejemplo.

Y muchas gracias por la pista, Enrique, lo acabo de encontrar. Es un prólogo de 1915 a "Sobre el concepto de barbarie", que además acabo de ver que lo ha reeditado E.Quintana en Espuela de Plata, conservando el prólogo. Los dos juntos, interesantísimo y curiosísimo. Como el comentario de Quintana de que no hay dos libros más distintos que Ortodoxia y El sentimiento trágico de la vida. Completamente distintos, es cierto (ahí está contigo, BV, y conmigo, que por ahí precisamente van las preferencias).

BV dijo...

Bueno, yo hago el propósito de leer a Unamuno sin estos prejuicios míos, a ver qué pasa.

Ignacio Trujillo dijo...

EL otro día no pude escribir en esta entrada, no sé porque y ya se me pasó. Pero me asombra un poco esa tirria que asoma en BV y que va en línea con lo que leí hace un més en una novela del M. de Tamarón, que me sorprendió muchísimo. A mi Unamuno me parece un tipo estupendo, inteligente y bastante honesto. Ciertamente con una preocupación extrema y angustiosa por los temas religiosos, lo cual le honra. Debió de tener multiples enemigos por su forma de ser y no tener pelos en la lengua, lo cual me parece formidable. Leer sus cartas, o el libro de sus memorias de infancia y juventud es muy aleccionador. Nos muestra un hombre bondadoso, familiar, cariñoso y sensato. Supongo que además tendría sus salidas de tono, ya que era todo un caracter que superaba con creces, él lo sabía claro, a la medianía circundante.

Cristina Brackelmanns dijo...

Un tipo tan formidable como tu comentario, muchas gracias.
Inclasificable, polemista nato, contra los unos, contra los otros y sobre todo contra sí mismo (porque no existe "contrasigo mismo" ¿no? Y mira que lo definiría de miedo), escandalizador vocacional y una contradicción andante. Es comprensible que le resulte irritante a un admirador de Chesterton, tan sólido, tan de una pieza. Con los tonos también hay una especie de química, es lo mismo que pasa con Bloy, que hay quien no lo soporta.
Lo que no puede ponerse en duda es que tenía una talla intelectual y humana muy por encima de las habituales. Yo estoy completamente de acuerdo contigo, Ignacio.