26 junio 2012

del estar en el mundo y no ser del mundo.

Están en el mundo, pero no son del mundo. Son las palabras con las que Cristo ruega por sus discípulos en la Oración de la Última Cena, la que comienza "Padre, ha llegado la hora",  poco antes de ser prendido:  "Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo... Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado...No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.  Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo..." (Juan 17: 11-18).

Es decir, que un cristiano tendría que distinguirse, entre otras cosas,  por ser  alguien que está en el mundo sin ser del mundo.Y, sin embargo, es complicado eso de estar y no ser. En todos los terrenos. El estar parece que tira del ser, mientras que el no ser tira del no estar.  Somos adaptativos, forma parte del instinto de supervivencia: Si no somos, acabamos marchándonos, o al menos intentándolo. Si estamos, acabamos siendo. Quizá por eso San Pablo  insiste expresamente: "Y no os adaptéis a este mundo..." (Rom. 12:2). Mantenerse en medio, estar y no ser, es mantenerse en tensión. Es cosa muy tensa, en todos los terrenos.

Pensaba estos días, más que en lo del no ser, en lo del estar. Y en que antes me parecía que, de esos dos extremos, el extremo difícil era el segundo, el de no ser del mundo. Que estabamos en él era algo indiscutible, no había ni que planteárselo: aquí estamos. Y en por qué ahora me parece que tan complicado es lo primero como lo segundo. Por qué ahora me parece, incluso, que el verdadero reto, más que el de no ser, es el de estar.

Podría decir que hay cosas, cosas del mundo mundano, que antes me importaban mucho y ahora me traen al fresco; y otras a las que no prestaba atención, que ahora, hartas de olvido, piden su turno. O podría decir que, quizá, al paso de los años, el difícil "no ser del mundo" se va volviendo fácil, mientras que el fácil "estar en el mundo" se vuelve cada vez más difícil, pero no sé...  no sé si es tan así .

Sea por lo que sea, que no tengo ni idea del porqué, hoy creo que lo verdaderamente difícil es eso que ni se plantea y que se da por hecho: estar.  Y también creo que estar, lo que se dice estar, mucho no estamos. Y es más, que por lo general somos del mundo y ni siquiera llegamos a estar en él.

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24 junio 2012

Mañanita de San Juan

Madrugaba el Conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
se oye un hermoso cantar,
las aves que iban volando
se paraban a escuchar...

Creo que del  romance del conde Olinos, con esas aves suspendidas en el aire, arranca mi descubrimiento de la poesía. Desde entonces -para mí- la poesía es eso:  quedarse en suspenso, pararse a escuchar...  y, por ejemplo, un caballo que bebe a las orillas del mar.

Había un Cancionero en casa de mis padres, un librote cuadrado y gordo editado por la "Sección Femenina",  con las canciones agrupadas por regiones (Vasconia, decía) y por temas: canciones de campo, bailables, de corro, de cuna,  romances...; cada una con su partitura  y con ilustraciones a dos tintas desperdigadas por aquí y por allá: una casa con gallinas y un pozo, una madre durmiendo a un niño, y en el apartado de los romances,  moras cautivas con un cántaro a la cadera, princesas asomadas a la torre y caballeros tocando el laud...

Mi infancia, a falta de recuerdos de un patio de Sevilla,  podría decir que es ese libro. El libro en el suelo, porque con casi seiscientas páginas no había quien lo sostuviera, desencuadernado, con los bordes arruinados de tanto trajín, y  dentro Delgadina, Gaiferos, la golondrina que se fue a su africano hogar,  la niña que segaba y ataba los haces, y los pájaros absortos parados en el aire. Cuando me gustaba mucho una letra, le llevaba a mi padre el libro; él empezaba marcando el compás -lo primero siempre coger el compás-  y me silbaba la música. Muchos años después, cuando ya vivía fuera, llevó el libro a restaurar y me lo regaló, asombrósamente con todas sus páginas, como nuevo.

 ...Y déjame a la trasera/ del carro, Pedro/  porque vaya más cerca/ del bien que dejo,  es lo primero que me encuentro al abrirlo ahora.

Que paséis una feliz noche de San Juan (porque la mañana ya quedó atrás...)



(PS. Perdón, que me soplan que la noche de san Juan es la del 23 al 24,  la que va antes de la mañanita, y que llego tarde. Vaya vida llevo que se me  ha pasado sin enterarme. Felicidades de cualquier modo para todos los Juanes y las Juanas)

19 junio 2012

La filantropía moderna

Quant à la bonté générale, tant prônée aujourd’hui, elle indique davantage la haine des riches que l’amour des pauvres. Car la philanthropie moderne exprime trop souvent une prétendue bienveillance avec les formes propres à la rage ou à l’envie.

[Por lo que se refiere a la bondad general, tan pregonada hoy en día,  es indicio más bien del odio a los ricos,  que del amor a los pobres. Por ello, la filantropía moderna expresa demasiado a menudo su presunta benevolencia mediante las formas propias de la rabia o la envidia]

Auguste Comte, Catéchisme positiviste, 1852, p. 24.

16 junio 2012

Escribir para alguien. Christian Bobin- "Geai" (2)

[Seguimos con "Geai"]

"Albain lleva una hora clavado a su escritorio. Hace una hora que se sirve de la cabeza como de un sacacacorchos, intentando abrir la botella del papel en blanco. Es inútil : el tapón de silencio se resiste a salir. - no hay nada que decir sobre ese tema, no tengo nada que decir.
- Venga, Albain. Escribe para mí. Leeré por encima de tu hombro.
- Pero el maestro nos ha dicho que inventemos una historia, y yo no sé inventar.
- Si es para mí, encontrarás el modo. Cuando quieres a alguien, siempre tienes algo que decirle o escribirle, hasta el fin de los tiempos.
- ¿Quién ha dicho que yo la quiera?
- Sin embargo me ves, Albain. Tú me ves: es imposible ver a nadie -de este lado de la vida o del otro lado, eso importa poco- si no lo quieres.
- ¿Y usted... usted me quiere?
- ¿Por qué crees que te hablo? ¿Y entonces?
- Entonces, de acuerdo.  La haré, haré esa fastidiosa redacción."


"... Has dormido tres meses, Albain. Se le puede llamar dormir. Es esa clase de sueño extenuante. Ahora debes reposar. Unos tres meses más, como poco. Y el trineo nunca más, ¿prometido?   Las palabras son cajas de cerillas, cajas como las que tiene el padre de Albain en su garage, en el rincón del bricolage. El padre es un hombre de orden. Mantiene una lucha con el desorden de la que nunca sale vencedor. Pese a todo, él lucha, lucha con los principios, los diccionarios, las agendas, las etiquetas. Se ha fabricado un armarito con cajas de cerillas de cocina. En cada una ha pinchado una chincheta. Bajo la chincheta, una etiqueta: tornillos, cola, parches, elásticos. En cada caja, su objeto. Se abren como cajones minúsculos, cajones para enanos. Con la palabra "trineo" pronunciada  el doctor, es como si se hubiera abierto ante Albain una caja de cerillas de cocina. De ella sale el recuerdo del accidente...

Me duele la cabeza, doctor. Me gustaría estar solo. El doctor se va -bostezando. Se ha dirigido a Albain con palabras tranquilizadoras.  No hay nada más inquietante. Es irritante esa manía de los adultos de dirigirse a los niños empachando de azúcar el lenguaje -en vez de hablar con sencillez, como lo hacen entre ellos. Aunque es posible que tampoco entre ellos hablen con sencillez.    Cuando quieres a alguien, tienes cosas que contarle hasta el fin de los tiempos: ¿Por qué tengo esta frase en la cabeza? Si fuera verdadera, esa frase, habría poco amor sobre esta tierra.  Albain recuerda una noche con sus padres en el restaurante. Debió de ser antes de que el pino volcara el trineo. La mayoría de las parejas se aburría, esperaba en silencio la llegada de los platos como se espera la salvación. Cuando quieres a alguien, tienes cosas que contarle hasta el fin de los tiempos. 
Para esas parejas el fin de los tiempos ya estaba ahí."

Christian Bobin, Geai, Editions Gallimard-Folio, 1998. (traducc. mía)

10 junio 2012

Christian Bobin- "Geai" (1)

Tal como os dije, aquí van algunas paginas de "Geai", el libro de Bobin que terminé hace poco.
El protagonista, Albain (Albanio, como el pastor de la égloga de Garcilaso),  es un personaje inolvidable y peculiar con una amiga también muy peculiar : Geai (como el pájaro, no sé cuál,  del tipo de la urraca, de los que imitan sonidos, puede que con plumas rojas). Geai lleva 2.342 días muerta cuando Albain la descubre sonriente en el fondo del lago helado. Desde ese momento se hacen inseparables.
Albain, un bebé demasiado tranquilo que pasaba las horas muertas mirando a las babosas en la yerba, y  un niño que sortea los pinos en trineo con los ojos cerrados hasta que consigue abrirse la cabeza, se convierte en un  adolescente del que nadie sabe cómo hacer carrera, aficionado al violín, a dar conciertos a las vacas, y  firme candidato a tonto del pueblo. Como la plaza ya está ocupada por otro, consiguen colocarlo de aprendiz con un vendedor ambulante de cacerolas, y a eso se dedica, a deambular y a hacer de todo menos vender cacerolas. Por último, acaba haciéndose cargo de una tienda de trastos viejos, entre los que parece encontrar, por fin, su sitio en el mundo o algo ligeramente por el estilo,  y donde conoce, por fin, a quien tenía que conocer, dueña de una sonrisa exactamente igual a la de su amiga Geai,  que desde ese momento se esfuma.
Albain es una mirada diferente sobre el mundo. Otra manera de entenderlo, incomprensible y desesperante para lo que se ha dado en llamar "cabezas bien amuebladas":  todo  bien clasificado, como el rincón de bricolage de su padre, cada clavo en su cajón, cada cajón con su etiqueta. Todo claro y distinto (como las famosas ideas cartesianas). Albain, sin embargo,  no sabe trazar líneas divisorias,  ni siquiera la raya que separa a los vivos de los muertos.
Albain es, en resumen, el arte de estar en el mundo sin ser del mundo - por incapacidad de serlo, por puro don-, un ejemplo perfecto de esa cosa complicada,  pese a lo mal que casan la perfección y Albain, o justamente por eso:

"Estamos en invierno. Geai está presa bajo el hielo, a dos centímetros de la superficie.  ¿Cuánto tiempo lleva su sonrisa aclarando las aguas negras de San Sixto? Imposible decirlo. No se puede empezar a decir cosa alguna sobre el poder de esa sonrisa hasta la llegada de Albain, ocho años, demasiado joven para haber sido su alumno, para haberla conocido en vida. Pues bien, ahora la conoce como un ser sonriente: Albain está solo, ha caminado hasta el centro del lago y ha visto el vestido rojo, la cara de Geai y, sobre la cara, la sonrisa... Al verlo, Geai le ha guiñado el ojo. Geai siempre se  alegra de  que aparezcan niños. A Albain le ha entrado miedo.  Da miedo  lo que no se conoce. Muertos, ya ha visto alguno; pero esa sonrisa, tanta dulzura iluminando un rostro, es la primera vez. (...)
Geai está tendida bajo una sábana de dos centímetros de hielo, pero eso no es obstáculo para verla: su sonrisa borra la opacidad del hielo, su sonrisa borra la opacidad del mundo entero. Albain está tendido encima de Geai, o más exactamente encima del hielo bajo el que Geai sonríe. Se  miran. Mucho tiempo. Cara contra cara. La sonrisa de Albain responde a la sonrisa de Geai. Las dos sonrisas parlotean. Mucho, mucho tiempo.
La tarde ha caído. Ya no se distinguen el hielo del lago y la tierra de la orilla. Albain sonríe por última vez a Geai. Mañana vengo otra vez a verte. Geai asiente con un movimiento de párpados y una sonrisa aún más intensa. Albain, a cuatro patas, vuelve a tierra firme.  Camina una media hora atravesando los campos, empuja la puerta de su casa . Ya están todos a la mesa. Le preguntan dónde estaba. Con la dama de San Sixto. ¿Qué dama de San Sixto?  La que sonríe en el fondo del lago, es muy amable, hemos hablado mucho, bueno, quiero decir, nos hemos sonreido mucho. Y zas : Albain recibe un guantazo." (...)-

"Albain fue criado por una giganta. No hay nada de extraordinario en ello: desde el comienzo del mundo, a todos los niños los crían gigantas. (...)  En el principio están las gigantas y el niño todo tibio salido de ellas. Las gigantas viven con gigantes, pero a estos sólo se les ve en segundo plano, en la sombra. Tienen reuniones de trabajo, lavan su coche o leen el periódico. Al niño lo miran de lejos, perplejos. Cuando tiene dos o tres años, dicen: "a esta edad la cosa empieza a ponerse interesante". Es bastante inquietante depender de personas para las que, durante dos o tres años, no se es en absoluto interesante. Para las gigantas todo es distinto. Desde su aparición el niño es el centro de sus pensamientos, de sus inquietudes y sus sueños. Las gigantas no aguardan pacientemente en la sombra. No cuentan los meses y los años. No esperan a que el niño chapurree sus primeras palabras para determinar que, sí, definitivamente resulta interesante. Las gigantas no conocen nada más apasionante que ese pedacito de alma rosado y babeante, arrugado, hambriento. Las gigantas están ahí desde el comienzo del mundo e incluso ligeramente antes. Que Dios las bendiga."

"En el pueblo de Albain, cerca del de San Sixto, hay una escuela. Una sola clase y una docena de niños de edades diferentes reagrupados en ella. Un solo maestro para todos. Mientras los pequeños dibujan,  los mayores aprenden la historia de Francia. Esa es la verdad oficial, la verdad para los padres. La verdad verdadera es otra: mientras los pequeños duermen o juegan a las canicas  al fondo de la clase, los mayores graban sus nombres en los pupitres, cambian cromos de cantantes y leen tebeos. ¿Y el maestro? El maestro llegó al principio del otoño. Recien nombrado en este pueblo, languidece de nostalgia por una enamorada que no ha podido seguirle. Él en Isère, ella en el Norte, cerca de la frontera belga. Entre ella y él varios centenares de kilómetros que recubre pacientemente de sellos, de sobres y de palabras de amor. El maestro ha dividido las horas de clase en dos partes desiguales, durante la primera, la más larga, los niños tienen libre cuartel. Con el zumbido de las voces, él escribe a su novia, a sus padres, a sus amigos. Les cuenta su vida en este pueblo, los paseos por los alrededores. Les habla de sus lecturas y de vez en cuando añade el retrato de alguno de sus alumnos. El último cuarto de hora, pide silencio y lee en voz alta la carta recién terminada. Los niños escuchan y hacen preguntas sobre lo que acaban de oír. El maestro responde y desliza en sus respuestas un poco de historia, una nada de literatura, una pizca de geografía. Al terminar el primer trimestre no hay quien los suspenda en economía ni en  historia de Isère. También saben muchas cosas de Isabel, la novia del maestro. Algunos están vagamente enamorados. Estar enamorado es a menudo estarlo "vagamente". La bruma es propicia a los estados sentimentales. Ellos a su vez le escriben palabras de amor a Isabel. Se las enseñan al maestro, que les corrige las faltas, les da algunas reglas gramaticales y después mete las cartas en un sobre junto con la suya. La única sombra en esta historia es que Isabel jamás responde a las cartas que recibe. Los niños han interrogado al maestro sobre ese silencio. Les ha dicho que  tenía mucho trabajo y que un día vendría en persona. Hacia finales del mes de junio, precisa. La respuesta les ha satisfecho a todos  -salvo a Albain. Albain tiene una duda que no comparte con nadie. Albain tiene algo más que una duda. Está seguro de que Isabel no existe, que no es sino una manera particularmente socarrona de hacer pedagogía. Albain conoce la palabra "pedagogía": el maestro la había escrito en una de sus cartas y había explicado lo que era, lo que eso significaba. ¿Sabéis de muchas cartas de amor  en las que aparezca la palabra "pedagogía", por no decir nada de las informaciones detalladas sobre el subsuelo del macizo alpino?
El maestro aprecia a Albain. Es su alumno más dotado. La historia que el niño le ha contado -el lago, la dama en el fondo del lago, la sonrisa- es un milagro de imaginación. No sé de dónde te sacas todo eso, chico. Está muy bien. A Isabel le encantará esa historia.
La verdad, la dices y te caen bofetadas o felicitaciones. Y lo peor es que, tanto en uno como en otro caso, no habrá quien te crea. La verdad es increíble."

Christian Bobin, Geai, Editions Gallimard-Folio, 1998. (la traducc. es mía)
Continúa

01 junio 2012

Diferencias y semejanzas

Nos pasamos la vida perdiéndonos y hallándonos. Un día te levantas, o te acuestas, y te dices: "caramba, y qué será de aquella otra, la que mejor me caía, que hace mucho que no la veo". Con los años, esa es la ventaja,  uno se echa antes de menos, cae antes en la cuenta de que está desaparecido.  Uno va sabiendo, también, cómo hallarse. Yo sé dos o tres maneras, no es que sean muchas pero no hacen falta más. Una de ellas es coger un libro de Bobin. Leer a Bobin es reencontrarse. Cuando el mundo agobia, cuando se vuelve cansino, cuando la vida se convierte en un litigio permanente,  en una maraña de opiniones y contraopiniones imposible de desenredar, hay que tomar distancia. Bobin es la distancia justa.

No necesitas alejarte ni escapar al fin del mundo, nos recuerda, sólo vuelve a mirar,  todo lo que necesitas lo tienes delante: Le bout du monde et le fond du jardin contiennent la même quantité de merveilles. A menudo, en los cuentos, el remedio salvador, el único que podría devolver la alegría y el color al que languidece, es el que crece, como la flor azul, en el lugar más inaccesible de la montaña más alta del país más remoto. Y hasta allí hay que irse, sorteando dificultades, a buscarlo.
Pero la verdad es diferente, para los males del alma, el remedio crece al lado del enfermo, a mano del que lo busca.

Así pues, he vuelto a Bobin. Volver a Bobin es ajustar el enfoque:  es enfocar lo cercano, lo que se tiene al lado; y en lo que toca a los hombres enfocar lo semejante. Primero, siempre,  lo semejante. Es una cuestión de orden. Todos tenemos semejanzas y diferencias, si empezamos por las diferencias, nos parecen tan insalvables que las semejanzas se esfuman. Si empezamos por las semejanzas, las diferencias ya no son tan graves. Mirar a lo semejante despierta la simpatía,  con ella las diferencias dejan de ser antipáticas.  Empezar por las diferencias lo que despierta es el distanciamiento; una vez despierto, las semejanzas, de seguir siendo capaces de encontrar alguna, incluso fastidian.

De seguir siendo capaces, digo, porque volverse ciego para la semejanza es fácil. Vivimos en la diferencia, somos especialistas de la diferencia. Ya desde pequeños, como en ese juego en el que se nos presentaban dos viñetas aparentemente iguales y lo divertido era encontrar los diez detalles diminutos que las distinguían, nos entrenamos en el descubrimiento de las diferencias. Yo era un lince, de una ojeada las pillaba todas, eso es lo malo. Para el juego contrario sin embargo, el de en qué se parecen un paraguas y una gallina, el de lo semejante en lo dispar, soy una nulidad. Después la vida nos sigue especializando: aprender es diferenciar, escoger es diferenciar, toda la compra y la venta del mundo se basa en el producto diferencial,  votar es elegir diferencias imaginarias, hacer política es venderlas, y luego están las diferencias de clase, las ideológicas, las de estado civil, las de género, las de número, las regionales, las confesionales, que aunque digan lo contrario son las que mejor se llevan, las de signo astral y las del modo de tomar el café. Tan es así que llega un día en el que escuchas "tu semejante" y no sabes dónde ir a buscarlo.

Que siempre son mayores, y más fundamentales, las semejanzas que las diferencias -es más, que si no partiéramos de la semejanza no existiría la diferencia- es muy fácil olvidarlo.  Y sin embargo, ahí está el precepto, de la mano del recuerdo: ama a tus semejantes. Es verdad que ahora tiende a hablarse más del "prójimo" que del "semejante", no sé por qué, quizá porque la proximidad es evidente (sobre todo la del que te pisa en el autobús, que amarlo es todo un reto), la semejanza no tanto. Pero justamente por eso...  ¿Semejante yo al corrupto de Fulano y al mal bicho de Mengano?  Hombre, en todo caso, semejante a Zutano que es de los nuestros...   Pues ya ves, semejantes todos. Y semejantes no sólo en el sometimiento común al dolor, el tiempo y la muerte, sino mucho más allá, semejantes de una semejanza tan impresionante como la de estar hechos a la misma imagen y que esa imagen sea la de Dios. "Saludo al Dios que hay en ti", como dicen los orientales, es un exactísimo saludo. Porque es fácil olvidarlo, y perderse y ponerse un piso en la diferencia.

Así que se trata de recordar, desmontar el piso y reajustar el enfoque, y encontrar la distancia justa y  no sentirse citado por el primer trapo que se menea; se trata de  no permitir que las diferencias cieguen el sentimiento más profundo de la semejanza y  de pedir la gracia necesaria, y de coger un libro de Bobin y  recobrar, alma mía, la calma.  En sus libros no hay derechas ni izquierdas, ni rojos ni fachas, ni integristas ni progres, ni banderías, ni broncas, y  no se echa nada en falta. Al revés, allí está lo único necesario:  sólo hay hombres y mujeres, y niños y niñas, y muertos y vivos en amable compañía, cada uno con su historia peculiar,  y luces y sombras y su entremezcla,  y todas las maravillas a mano en el fondo del jardín.  El libro al que me he acogido esta vez, igual que el desquiciado a la casa de reposo, se titula "Geai", como el pájaro. Cualquier día de estos os cuelgo unos extractos.

Nous ne sommes faits que de ceux que nous aimons et de rien d'autre , dice Bobin:  estamos hechos de aquellos a los que amamos y de nada más. Ese es el enfoque.
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