19 mayo 2012

El mal del siglo

El paciente:
—Doctor, un desaliento de la vida
que en lo íntimo de mí se arraiga y nace,
el mal del siglo... el mismo mal de Werther,
de Rolla, de Manfredo y de Leopardi.
Un cansancio de todo, un absoluto
desprecio por lo humano... un incesante
renegar de lo vil de la existencia
digno de mi maestro Schopenhauer;
un malestar profundo que se aumenta
con todas las torturas del análisis...
El médico:
—Eso es cuestión de régimen: camine
de mañanita; duerma largo, báñese;
beba bien; coma bien; cuídese mucho,
¡Lo que usted tiene es hambre!...
[EL MAL DEL SIGLO. José Asunción Silva]

 Qué perfecto cuadro médico: la descripción de los síntomas, los remedios absurdos, el diagnóstico disparatado, y la enfermedad envolviéndolo todo, sin salida, sin solución.  El mismo mal del siglo: el desengaño, la desesperanza, el sinsentido, en el paciente y en el médico,  en el que plantea el problema y en el que busca el remedio, en el desalentado y en el higienista, en el intelectual y en el hombre práctico. Y ese sigue siendo nuestro panorama. El mal del siglo, que ya lo era en el XIX, campa a sus anchas dos siglos después.
 Y qué gran poeta J. Asunción Silva,  qué  jocoso y a la vez qué grave  verso final, con ese 'hambre' que, tras quitarse la vida de un tiro a los 31 años,  se queda sonando en el oído como una confesión. El diagnóstico del médico, tan aparentemente despistado, es la clave del poema: lo que se tiene es hambre. Hambre, de algo más que de lentejas, es el mal del siglo:  hambre de un alimento que el mismo siglo ha proscrito y convertido en alimento vergonzante.
El consuelo de los débiles, dijo el siglo, el autoengaño del simple, el opio del pueblo... y el pueblo cayó en la trampa, la de siempre, la de suponer la inocencia del acusador.  Basta decir "no necesito vuestras mentiras, propias de esclavos y de la minoría de edad; los mayores de edad  no creemos en nada salvo en nuestras ocurrencias" para quedar revestido de un halo de inteligente superioridad. Oh, y luego está el prestigio del desengaño,  el del desencanto, la desconfianza, la desesperanza y la larga lista de des..., de manera que la verdad tachada de engaño por cualquier desengañado inmediatamente pierde brillo y fuerza de convicción.  ¿Y cómo preferir la verdad sin prestigio al disparate prestigioso? ¿Quién quiere ser un idiota (no en vano tituló así su novela Dostoievski), un pobre infeliz agarrado a una verdad que el siglo ha declarado sospechosa,  cuando de una patada puede reconvertirse en un superhombre,  sin "frívola esperanza", sin "infame resignación"? .
Llamaron opio al alimento verdadero, al maná para atravesar los desiertos, y llamaron  fantasía a la verdad que consuela, por consolar: ese fue el desenlace del giro copernicano, la ocurrencia genial, la madre del mal del siglo. El consuelo y el maná son la causa de vuestros males, dijeron las lumbreras del siglo. Armados con sus luces de corto alcance, sus acusaciones y sus sospechas, dejaron a los débiles -¿y dónde está el que no lo sea?-  sin consuelo y sin alimento. Desde entonces la famélica legión, cada vez más famélica y más innumerable, se muere de todas las hambres.
Sólo un detalle desencaja en el poema, y es que ellos,  los prestigiosos descreídos, los muy ostentosamente desencantados, los aficionados a "filosofeggiare" sobre la nada  -contaminata  dal progresso e dall'eccessivo filosofeggiare, consideraba su época el torturado y  filosofeggiante Leopardi-  no buscan cura, nunca se confesarían hambrientos como el poeta. Militantes del desengaño, satisfechos en su  insatisfacción,  no parecen sentir la menor necesidad de un médico. Tampoco son capaces de preguntarse si podría ser, si al menos hipotéticamente podría ser,  que el engaño no fuera tal engaño, que el engaño y la debilidad, la misma del anoréxico que se revuelve contra el alimento, estuvieran de su lado. Y tengo que recordarme, cuando  los veo así,  hambrientos orgullosos de su triste estampa y venga y dale y siempre con el mismo cuento, que siguen siendo famélica legión, engreída y famélica legión, tan víctimas del mal del siglo como yo lo fui, como a ratos lo sigo siendo.

7 comentarios:

Mora Fandos dijo...

Pues es muy así, Cristina. Te ha "faltado" poner a Nietzsche, para mí es el gran canonizador de estos asuntos, el estilista de la desesperación.

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Incluso en ellos, en Nietzsche y en Marx, hijos al fin y al cabo del Romanticismo, había una evidente nostalgia de lo sagrado. Ya expresaba este sentimiento de vacío Hölderlin, tan estudiado por Heidegger en sus pensamientos sobre la desacralización del mundo.Y hay una línea desde ahí que, no casualmente, enlaza con Ratzinger.

Es curioso, una vez más aquí están los alemanes y sus lejanías.


Mis saludos.

Cristina Brackelmanns dijo...

En él entre otros pensaba, José Manuel, el el trío de maestros de la sospecha, que dice Ricoeur. O de la metasospecha más bien, porque la sospecha venía de atrás. Ellos (el del opio y la superestructura, el de la moral del esclavo que ahoga la vida y el que dice que el dueño de la casa es el desconocido del sótano)sólo la llevan un pasito más allá. Lo chocante es la aplicación selectiva de la sospecha, nunca contra sus propias construcciones, ese arte para demoler a conveniencia y parar el bulldozer delante de sus montajes.
El mal del siglo es que estamos cada vez más locos, José Manuel.

Mora Fandos dijo...

Menudo trío: y abundo en lo que ya críticas: los que han puesto a todo el mundo a sospechar, nunca se les ocurrió sospechar de sí mismos. Sospechoso. Pero nadie sospecha.

Cristina Brackelmanns dijo...

Los franceses tampoco se quedan mancos, sr. del Retablo, y hasta los ingleses con toda su flema y su sensatez tuvieron su Hobbes, pero sí, los alemanes y sus lejanías (o las torturas del análisis, que dice Asunción Silva, mucho menos hermosa y amablemente).
Menos mal que, después de todo y nada casualmente, la línea enlaza con Ratzinger. Cercanía y aire fresco, y un análisis gratificante y sanador.

Cristina Brackelmanns dijo...

Somos muy incongruentes, José Manuel. Por cierto, me encantó tu reseña de La Aventura sin fin.

Mora Fandos dijo...

Muchas gracias, Cristina. El ensayo "Religión y literatura" es especialmente bueno literaria e intelectualmente.