22 abril 2012

Brazadas de lilas

Las flores preferidas de mi madre eran las lilas. Por su cumpleaños, a primeros de mayo, siempre se juntaba con varios ramos, lilas blancas, lilas lilas, todos sabían de su pasión por las lilas. Se acercaba el ramo al pecho, las aspiraba y decía: mmm... lilas; después las colocaba por los jarrones: las lilas blancas en el jarro azul y blanco, ese jarro parecido al de la tabla de Memling, las lilas lilas en el florero largo de cristal verde oscuro. El olor de las lilas se mezclaba con el de la tarta y el del café, y con el del aire de mayo cuando hace la calor.
Me gustaban las lilas, podrían haber sido también mis flores preferidas, me chiflaba verlas en el jarro azul y blanco, tan favorecido con ellas toda la primavera. Ahora está en mi casa, vacío, sobre el mueble de la entrada. Ayer pensé comprar un buen ramo de lilas blancas para volver a llenarlo en su honor. No pude, no sé cuándo podré. Las últimas que le llevé, una ramita de las primeras lilas, las que asoman en abril (abril es el mes más cruel, haciendo brotar las lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo...), se las puse entre las manos, no sé si quise figurarme una sonrisa. Un par de días después, la tarde que murió, mi primo Luismiguel se presentó con un ramo de lilas, lo dejó a sus pies.
Hay tanta vida y tanta muerte, tanta vida en suma, en sus racimos, en sus flores menuditas, en sus hojas acorazonadas de un verde intenso.... Anoche busqué el libro de W.Withman y le dediqué estas lilas. Estas puedo resistirlas, son menos invasivas, se repliegan al cerrar el libro, apenas huelen:

Primavera que eternamente retornas, trinidad segura me traes:
Las lilas siempre en flor, la estrella que declina en el oeste
y el pensamiento de aquel amor.
...
En el huerto, delante de una vieja alquería, junto al vallado enjalbegado,
se yergue un alto arbusto de lilas...
cada hoja es un milagro, y de este arbusto del huerto,
de capullos de tenue color y hojas acorazonadas de un verde intenso,
arranco una rama con su flor.
...
pero ante todo de la lila que florece primero,
copiosamente arranco, arranco las ramitas de los arbustos,
las traigo a brazadas y las vierto en ti.
...
La lila y la estrella y el pájaro entrelazados con el canto de mi alma,
allá entre los pinos y los cedros fragantes, umbríos, nebulosos.

(De "La última vez que florecieron las lilas en el huerto", Hojas de Hierba.)

18 abril 2012

Melancolías ocultas

"Desde niño estuve bajo el hechizo de una inmensa melancolía, cuya profundidad encuentra su expresión verdadera en la habilidad que se me ha concedido, en el mismo grado inmensa, de ocultarla bajo una aparente lozanía y alegría de vivir. Desde siempre, o desde donde alcanza mi memoria, mi única alegría se cifraba en que nadie podía descubrir lo desdichado que me sentía...
...Todo esto estaba ligado a la relación que mantenía con mi padre, el hombre al que más he amado. ¿Y qué quiere decir esto? Significa que fue precisamente este hombre quien me hizo desgraciado, a causa de su amor. Su defecto no era que careciera de amor sino que confundía a un niño con un anciano."

Es Kierkegaard quien habla, pero inmediatamente nos hace pensar en Mozart, en la melancolía oculta bajo la, seguramente más aparente que cierta, alegría de vivir.
Kierkegaard y Mozart, dos infancias estragadas, por el exceso de talento, por el exceso de responsabilidad, o porque ser un genio no debe de resultar fácil.
El pequeño Wolfgang, paseado por su padre de corte en corte con la casaca roja de botones dorados, y el pequeño Søren, confidente abrumado de los escrúpulos y los temores paternos: dos niños geniales dispuestos a inmolarse para no defraudar las grandes expectativas depositadas sobre sus hombros, dos cabezas con peinado inverosímil y mirada triste, dos genios emparentados: nunca niños del todo y, sin embargo, siempre niños.
Hay una relación misteriosa entre la genialidad y la capacidad de mantenerse niño. Por eso hay genios histriónicos -como lo son ellos dos- pero nunca cínicos; y genios caprichosos, vanidosos y vulnerables -como lo son ellos dos- pero nunca astutos, calculadores o fríos... Eso me parece al menos.
Kierkegaard y Mozart, dos almas afines. Lo que nos confía el primero en Mi punto de vista, es lo mismo que, volcado en un pentagrama, nos revela el segundo, muy especialmente en las Sonatas para piano, las más íntimas: talento desbordado, alegría, ligereza... y en los movimientos intermedios, encajonado entre prestissimos y vivaces, este río subterráneo de melancolía:

(Mozart. Sonata en do menor nº14, K.457/ 2. Adagio- F.Gulda)

Tú lo sabes

-Sobrevino sobre mí la mano de Yahveh. Me hizo salir por el espíritu de Yahveh. Me puso en medio del valle. Y éste estaba lleno de huesos.
Me hizo caminar entre ellos, alrededor, alrededor. Y he aquí que eran muchísimos y numerosos sobre la planicie del valle. Y, he aquí que estaban completamente secos.
Y me dijo: “Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos huesos?” Dije: “Mi Señor Yahveh, ¡tú lo sabes!”

Ezequiel 37, 1-3

08 abril 2012

Lo que dicen las campanas: ¡Rabboni !


Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.»
Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabboní» —que quiere decir: «Maestro»—. [Juan 20: 15-16]
Lo que sonó en el corazón de María Magdalena al oírle pronunciar su nombre y reconocerlo; lo que resonó en ese "Maestro del alma", "Maestrito", es lo mismo que resuena en el primer tañido de campana cada Domingo de Pascua.

Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. [Juan 20:6-7]
En ese sudario cuidadosamente enrollado y puesto aparte (sed separatim involutum in unum locum) del que nos habla Juan, en ese gesto de Cristo recién resucitado, cotidiano y esmerado, tan de diario como el del que dobla el pijama o el camisón al levantarse, pasada la noche, después de haber dormido; en ese gesto tranquilo y casi sonriente, se plasma toda la fuerza y la serenidad de su victoria sobre la muerte: ¿dónde está, muerte, eh, dónde está tu aguijón?

En ese sudario bien enrollado y en el "Rabboni" de María Magdalena, la primera que le vió (aquella de la que había expulsado siete demonios, como recuerda el Evangelio de Marcos: apparuit primo Mariae Magdalene, de qua eiecerat septem daemonia), la primera que le oyó: " María", su manera inconfundible de pronunciarlo... En ese gesto de Cristo y en esa exclamación de reconocimiento y amor se encierra toda la belleza, la victoria y la serenidad, toda la alegría de la Resurrección.

Que doblemos la mortaja, que el Maestro, nuestro Rabboni, está vivo; eso dicen, en todos los idiomas, las campanas al vuelo del Domingo de Pascua.

05 abril 2012

Getsemaní


"Hasta el fin de los tiempos continuaremos meditando los gestos de Cristo en Getsemaní que nos han transmitido los evangelistas", afirma Ernesto Juliá en La agonía de Cristo (Edic. Cristiandad, 2008).
Comienza el autor dando cuenta en este libro -todo un hallazgo- de las diferentes líneas de interpretación del sufrimiento de Cristo en el Huerto de los Olivos, del significado de sus palabras o de su sentimiento de soledad (y trae a san Efrén, Lutero, Bossuet, Mauriac, Guardini, Benedicto XVI...). A continuación, E. Juliá pasa a rebatir algunas afirmaciones que le parecen insostenibles, como las que nos presentan a un Hijo demasiado humano, asustado y temeroso de la muerte, o a un Padre vengativo y airado que necesita de los padecimientos del Hijo para saldar las cuentas del hombre (es decir, las psicologistas, las jurídicas, las reduccionistas, las que olvidan la doble naturaleza de Cristo o la pretenden enfrentada y en conflicto...). Por último, nos presenta unas reflexiones personales sobre "el misterio encerrado en el corazón de Cristo en Getsemaní, que en su aparente miedo guarda sin duda misterios más profundamente ocultos", que me alegró enormemente encontrar. Porque esas reflexiones, centradas en la unión del Padre con el Hijo, aun haciendo más hondo el misterio de lo sucedido esa noche, apuntan a un modo de considerar el misterio como algo siempre más allá de nuestra capacidad de entender, pero nunca contrario a  ella. Y contrario a ella y a esa chispa del amor de Dios inscrita en la naturaleza que brilla, por ejemplo, en el amor de los padres por los hijos, parece el admitir que el Padre pudo abandonar al Hijo en ese trance o exigir su sufrimiento.
 
[y me gustaría haber puesto como ilustración la foto de una columna románica con una Piedad trinitaria: el Hijo muerto sobre las rodillas del Padre y el Espíritu Santo en forma de paloma sobre los dos, que vi hace tiempo en el Blog En Compostela, pero no doy con ella. (P.S.: Al final me la ha enviado amablemente Ángel Ruiz. Me aclara que es un relieve del cruceiro de la iglesia de San Jorge en Coruña)]. Aquí os dejo con E.Juliá  :

Pienso que no resulta demasiado osado afirmar que el misterio más profundo de la vida de Cristo, de su Encarnación, está oculto en esos dos momentos de su estancia en la tierra: Getsemaní y la Resurrección.
¿Ha concedido Dios al pecado, a la acción de una criatura, tanto poder como para infundir temor tal en la Humanidad de Cristo, para hacerle temblar a Él mismo, Dios? ¿Es comprensible, creíble, un Dios que manifiesta miedo ante la muerte? ¿No sabía acaso Cristo que ese momento tenía que llegar? ¿No había llegado al mundo para cumplir la voluntad del Padre?
Cristo no sufre por ser rechazado, sufre por el mal que se hacen los pecadores, los obstinados contra el Espíritu Santo; y porque quienes se apartan de Él no gozan de la Redención. Cristo sufre por el dolor de Dios Padre al no poder dar a todas las criaturas la plenitud de la salvación: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón de nadie lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1Cor 2,9).
Una persona que ama no sufre por algo que le afecta sola y personalmente a ella; sufre más bien por algún mal, algún dolor, que padece la persona amada. el sufrimiento que se centra en el propio dolor es egoísta e impropio de un verdadero amante. Una madre sufre por sus hijos, no por ella. el padre del hijo pródigo padece la miseria y las penas de su hijo, no el haber sido abandonado. Cristo en Getsemaní es el amador del mundo que sufre. No sufre ni por la muerte que se le avecina, ni por los dolores de la pasión ya anunciada. Ni siquiera sufre por los pecados de los hombres, por la ofensa a Dios que los pecados comportan.
La humanidad de Cristo en Getsemaní vive el infinito abismo de la misericordia divina. Vive el dolor de Dios Padre por el mal que los hombres se hacen con el pecado. Dios no se preocupa de las ofensas recibidas. Se las recuerda a los hombres para que no olviden nunca dónde está el bien y dónde está el mal, y se arrepientan: su corazón misericordioso siempre los acogerá. Es por la compasión -padecer con- de Dios Padre en el padecer de Dios Hijo, por lo que la humanidad de Cristo sufre hasta "el sudor de sangre". El hombre Cristo está ante el dolor y la pena en la Santísima Trinidad.
Cristo vive en la perspectiva eterna de su vida, la desesperación de los condenados, y el "fracaso" de Dios en cada condenado...Cristo no "se angustia" por el rechazo del hombre, ni por la muerte, ni por la tiniebla; "se angustia" por el vacío del hombre que Él ha creado y que le rechaza. Cristo hombre vive, y sufre, la soledad del hombre que rechaza el amor de Dios Padre, y la soledad de Dios Padre al no poder abrir sus entrañas misericordiosas sobre el corazón de cada criatura: "Yo quise y ellos no quisieron". Después de Getsemaní, Cristo cargará su cruz, llegará con ella al Calvario; y repetirá una y otra vez: "Perdónales, porque no saben lo que hacen".
Lejos de ver la Pasión de Cristo como una "exigencia" de Dios Padre para "cancelar" las deudas del pecado y "restablecer toda justicia" es posible pensar de esta otra manera: En la unidad de la Trinidad, el Padre quiere vivir con el Hijo todo el dolor de la Redención, y no dejar, por tanto, solo al Hijo en su sufrimiento... Si esto es así ¿Cómo se entiende la queja de "Por qué me has abandonado"? Quizá la respuesta está en las palabras de abandono de Cristo al Padre "en tus manos encomiendo mi espíritu". Sólo Cristo puede hacerse pecado, ya que como hombre vive el pecado de toda la humanidad. Y en este hacerse pecado, Dios Padre no puede con-vivir con Cristo su sufrimiento... Dios Padre vivió con su Hijo la "redención de la muerte" y lo dejó solo en la "redención del pecado"... El abandono, la soledad, le acercan si cabe más a Dios Padre; y surgen entonces de sus labios las palabras "en tus manos encomiendo mi espíritu"; señal de confianza plena en Dios Padre misericordioso que Cristo en la Cruz enseña a vivir a todos los hombres. Jamás está el hombre más cerca del amor de Dios que después de sufrir la "noche oscura del espíritu" que vence al pecado, vence también todo temor al castigo y a la muerte, y entrega su alma serena y confiadamente a Dios.

03 abril 2012

Ortega y Gasset: Teología y mística

"Cualquier teología me parece transmitirnos mucha más cantidad de Dios, más atisbos y nociones sobre la divinidad, que todos los éxtasis juntos de todos los místicos juntos."
[José Ortega y Gasset: “Defensa del teólogo frente al místico” (1929). En: Obras completas, Revista de Occidente, 1964, t. V, p. 456]
La palabra "nociones" de Ortega ya lo dice todo. Y la ligereza al referirse a la mística, ese tonillo de desprecio, ese saco de éxtasis y místicos que, puesto en la balanza, pesa menos que "cualquier teología".

 "Cualquier teología", lo mismo me da que me da lo mismo, también es muy expresivo. Nos dice que, una vez más, el Dios de Ortega es el "dios de los filósofos", un "dios de los filósofos" bastante menos inocente a estas alturas que aquel motor inmóvil del principio. Nos habla de una búsqueda que no es tal búsqueda, sino un mero ejercicio intelectual.

-El que busca, busca con todo su ser, y no le satisfacen unas "nociones sobre la divinidad". El que busca pregunta por Alguien, pregunta: "¿existes o no existes?", pregunta: "¿me escuchas o no me escuchas?" Y todo lo que ello significa: "¿Te importo?", "¿Me quieres?". Esas preguntas, las dos últimas, las que no hacen los filósofos porque el orden del discurso les exige haber resuelto previamente la primera, las que sí haría un niño, las que hace el niño que sobrevive en el corazón del cuadriculado y sabelotodo adulto cuando éste se lo permite, son las que nunca quedan sin respuesta. La respuesta a la primera siempre viene tras la respuesta a la última: me importas, te escucho, existo.

-En palabras de Simone Weil, filósofa como Ortega (que, sin embargo, nunca contrapondría los atisbos de los teólogos a los éxtasis de los místicos, porque quien lo hace no sólo no comprende a los místicos, sino tampoco a los teólogos) : "Comme par  la vue on ne reconnaît pas les sons, de même nulle autre faculté que l’amour ne peut reconnaître Dieu" (Como por la vista no se reconocen los sonidos, del mismo modo ninguna facultad más que el amor puede reconocer a Dios).

-Ortega no defiende al teólogo frente al místico, no se puede defender al teólogo enfrentándolo al místico, Ortega defiende un determinado ejercicio de la razón que parte de una idea previa, la de que, de haber divinidad, nos esta vedada la relación con ella. Por eso la mística, que es relación y no noción, le molesta. Ortega prefiere el ejercicio racional, gimnástico, descomprometido y ligero: unas nociones, una copa, un puro y a casa a echar la siesta. Ortega no busca, ya "sabe".

-Del mismo modo absurdo que Ortega, pero algo menos porque los verdaderos atisbos, las nociones más justas, no tienen su origen en el discurso intelectual sino en la relación (en otro nivel ¿no pasa lo mismo con las personas? ¿cómo tener una noción si no es tratándolas?), podríamos perfectamente decir que hay más atisbos de Dios en un par de versos de San Juan de la Cruz que en todos los tratados de todos los teólogos juntos. O,cuando menos, que los atisbos y las nociones que esos tratados transmiten, de serlo, existen porque antes se puso en juego la facultad del amor. Cualquier otra cosa es mirar a la orquesta con los oídos tapados y pretender escuchar la música, o lo que es peor, concluir, muy razonadamente, que no suena y, muy razonablemente, que quienes la oyen desvarían.

-La misma idea de Simone Weil, sobre la necesidad de acceder a cada realidad con la facultad adecuada, y no juzgar de los colores con el oído, de los sonidos con la vista y del amor sin el amor, la encontramos en estos versos de nuestro Calderón de la Barca, que podrían traducirse por: "Ortega, Ortega, no mires con suficiencia lo que no comprendes". También se los puede decir cada uno a sí mismo, que son versos de mucha aplicación:
".... Acércate, pues, un poco/al ruido de amor; verás/ que está danzando a compás/ el que piensas que está loco."

01 abril 2012

El cuadro que no habías conseguido pintar. C.Bobin



"Ya habías escrito un texto sobre ella. Se lo habías enseñado, después lo tiraste. Un fracaso. El retrato era un fracaso, nada de él podía salvarse. Ese texto, lo deseabas demasiado, y la voluntad no tiene nada que ver con la escritura, no más que con el amor. No se dice: "quiero amarte", se dice: "te amo", y diciéndolo, se descubre un amor mucho más profundo que toda voluntad. En la escuela te han enseñado cosas. En la familia también. Pero las cosas importantes has debido aprenderlas solo, balbuceando, tanteando, por ejemplo esta: la miseria de una voluntad que no se apoyara sino sobre sí misma , la locura de una vida edificada como una fortaleza. Esa gente de certezas y voluntad, esa gente desde el principio estrangulada en el lazo de su vida, siempre los huíste... En el momento en el que escribías aquel texto, te hiciste semejante a ellos, te volviste un escritor profesional, uno de esos que sabe cómo hacerlo y que, no creyendo más que en ese saber, no deja que entre en su corazón lo desconocido de todas las cosas -eso refractario en ellas al dominio de nuestra voluntad... Si deseabas ese retrato suyo era por atrapar un poco de su luz, y porque no ves ninguna otra razón para escribir: toda presencia tiene su gracia singular, esperando ser dicha. Ahora que la impaciencia te ha abandonado, puedes retomar el cuadro fracasado. Ahora que la tela está virgen, puedes volver a ella, como el pintor a su tarea. Eso que te acaba de confiar en diez segundos es suficiente: el resto era falso --visible, evidente, sin consecuencias sobre su vida y, por tanto, falso. Para que una cosa sea verdadera es preciso que, además de ser verdadera, entre en nuestra vida. Ahora bien, casi todo lo vivido por ella ocurrió en su ausencia, lejos de ella. Es algo que pasa con frecuencia: se puede permanecer célibe diez años en un matrimonio, se puede hablar durante horas sin decir una palabra, uno puede acostarse con todo el planeta y seguir siendo virgen. [...] Y aquí está, algo por fin valioso: de la primera pintura, del primer texto, todo desechado, borrado entero, podrías escribir el segundo con esos diez segundos al teléfono, ayer, como de paso: "Mi primera muñeca se llamaba Mina". No sabes quién es Mina, ella te lo explica: es el nombre de la novia de Drácula. A los cinco años le puso ese nombre a su muñeca, después de que su padre le contara la historia de Drácula, que mata de noche y duerme de día, la historia del gran profesional de las sombras, impedido de morir, incapaz de vivir. Y ella añade: mi padre me contaba todas las historias --las fábulas, Homero, Shakespeare y toda la peña. Los adultos, cuando se dirigen a un niño, fuerzan la voz. Retiran lo oscuro y lo secreto de su palabra, dicen los lobos y las tormentas, los ogros y los manantiales, pero callan el resto: los intereses, las mentiras, el cansancio, el fuerte deseo de la muerte en el fondo del alma, y esa esperanza, más fuerte todavía, de un amor puro. Mi padre sabía que yo lo sabía todo. El corazón crece lentamente. El espíritu desde el principio se encuentra en lo más alto. El corazón tarda un tiempo considerable en hacerse grande. El espíritu se encuentra de inmediato en su mejor flor. Si bien es cierto que con los niños hay que actuar con una dulzura extrema, también lo es que todo se les puede confiar, incluso aquello que no se sabe decir. Mi padre me acompañaba de noche hasta el instante en el que caía rendida, se sentaba en el borde de de la cama y me contaba el mundo: la Caperucita Roja y Drácula, Ulises y Ofelia, Hamlet y Cenicienta, Don Quijote y Blancanieves, cada noche un libro, mucho antes de que supiera leer. Eso que te acaba de decir ilumina y llena el cuadro que no habías conseguido pintar."


Christian Bobin, L’inespérée. Mina, Gallimard, Collection Folio, Paris, 1994. [traducción mía]