09 febrero 2012

El arte y el ego . María Zambrano

Ando leyendo un libro de María Zambrano, de los que me trajeron los Reyes, con el sugerente título de Confesiones y Guías. El libro, como su título indica, trata de la Confesión (San Agustín, Rousseau, etc.) y de la Guía (Maimónides y la de perplejos, el padre Granada y la de pecadores, Unamuno y la de angustiados -que eso le parece a Zambrano su Vida de Don Quijote y Sancho-, etc.) como formas del pensamiento intermedias, entre la filosofía y la narración de la propia vida, que constituyen un género literario específico. Un género al que también pertenecerían las meditaciones, los soliloquios o incluso las colecciones de aforismos, y que se diferencia de la novela, de la poesía, del ensayo o de la autobiografía aun manteniendo puntos de contacto con todos ellos.
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Confesiones y Guías que, contrariamente a lo que hoy podríamos esperar, es decir: un relato de intimidades o una lista de sitios interesantes, suelen partir de un “ahí donde te ves, me vi” ("ahí" que por lo general es una selva oscura ché la diritta via era smarrita), para después dar razón de un itinerario personal, de un saber por experiencia, subjetivo, no sistemático, y, sin embargo -frente a la idea aristotélica de que solamente lo científico y universalizable puede ser transmitido o enseñado-, perfectamente transmisible. Se trata pues de una forma de pensamiento tremendamente atractiva -y según Zambrano minusvalorada- en la que no se escamotea ni se hace abstracción del sujeto pensante y en la que la verdad no reside en el cielo de las Ideas, indiferente a la vida de los mortales. Se trata de la trayectoria de un “yo” que se dirige a un “tú”, llamando por tanto a la implicación y al reconocimiento del lector en lo que allí se cuenta, y a una reflexión sobre la propia vida sin la que el objetivo de la obra fracasaría.
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Ningún otro género exige tanto ni da, seguramente, tanto. Y pienso ahora por ejemplo en Gerard Depardieu y en su encuentro tardío, como el de San Agustín -que realmente no fue tan tardío-, con Las Confesiones. O en el "esto es verdad" de Edith Stein, la discípula de Husserl, tras leerse de un tirón el Libro de la vida de Sta. Teresa. Reconocimiento es la palabra clave, y una verdad capaz de penetrar la vida (o mejor dicho: una verdad acogible por la vida, porque, por mucho que Zambrano insista en el divorcio entre la filosofía especulativa y la vida real del individuo, la capacidad de las "Ideas" para penetrar en ésta, aunque sea a tortas, así se trate de la Crítica de la Razón Pura o de la Fenomenología de Hegel, parece algo innegable).

--Otro día pondré algún extracto de las reflexiones de Zambrano sobre Confesiones y Guías, hoy sólo esta sobre el egocentrismo en el arte, que me ha recordado una idea parecida en Papini. Aquí os dejo con los dos (primero Papini que es mayor, y de remate Zambrano que da una pista muy buena sobre un asunto tan complejo como es ese del ego del artista): .



«Enrico Sacchetti cuenta que vio un día en el estudio del escultor Libero Andreotti una gran cabeza de Cristo y junto a ella un boceto más pequeño que también representaba al Redentor. Sacchetti le dijo que el boceto le parecía mucho mejor. El escultor empezó a reírse en forma extraña y dijo “¿Te gusta más ésa? ¿Pero sabes quién la hizo? El Diablo”. Y parecía de veras que hubiese visto al Diablo; allí, en el estudio, modelando la cabeza de Cristo. Y agregó: ¡Por suerte; me di cuenta! «Sacchetti me decía que creía haber comprendido la razón que le inspiró al amigo tan extraña certeza. El boceto de Cristo era realmente hermoso; pero se parecía muchísimo a la cabeza del escultor. Andreotti albergaba, pues, la legítima sospecha de que las obras donde predomina demasiado el ego del autor, tienen origen satánico y deben, por ello, ser desechadas.

También en el arte, el egocentrismo es un pecado y se debe, casi seguramente, a la inspiración y a la colaboración del demonio. En la afirmación de Gide hay algo de verdad. Todo artista es a su manera un revelador de la obra divina; pero al mismo tiempo es, lo quiera o no, un imitador del Antidios. Sin un poco de orgullo, sin una punta de soberbia, no sería posible la creación de la obra de arte. (...) Y en cuanto las artes figurativas están dedicadas a la imitación de la realidad; podría insinuarse que también el artista merece ser llamado, aunque en un sentido más noble y puro, simia Dei, como se llamó al Diablo en la Edad Media. La insinuación diabólica ha adquirido hoy, sobre todo en pintura, una forma totalmente opuesta a la que hemos señalado. En efecto, muchos artistas de estos días se rebelan tenazmente contra la vieja costumbre de representar lo natural, pretenden independizarse de toda forma sensible exterior y sueñan con crear un mundo que no conserve rastro o reflejo alguno del mundo creado por Dios. Aquí ya no nos encontraríamos con la simia Dei sino precisamente con lo contrario, es decir, con la simia Diaboli, porque lo que se quiere es imitar al Diablo justamente en su carácter esencial, que es el de la rebelión. La afirmación de Gide podría parecer confirmada por el hecho de que en muchísimas obras modernas, especialmente en las narrativas, la parte principal queda absorbida por la representación y el análisis del pecado y del delito, es decir, del mal»  (Giovanni Papini, El diablo)



"La confesión es el lenguaje de alguien que no ha borrado su condición de sujeto; es el lenguaje del sujeto en cuanto tal. No son sus sentimientos, ni sus anhelos siquiera, ni aun sus esperanzas; son sencillamente sus conatos de ser. Es un acto en el que el sujeto se revela a sí mismo, por horror de su ser a medias y en confusión. El que se novela, el que hace una novela autobiográfica, revela una cierta complacencia sobre sí mismo, al menos una aceptación de su ser, una aceptación de su fracaso, que el que ejecuta la confesión no hace de modo alguno. El que se autonovela objetiva su fracaso, su ser a medias, y se recrea en él, sin trascenderlo más que en el tiempo virtual del arte, lo cual lleva mucho peligro. Objetivarse artísticamente es una de las más graves acciones que hoy se pueden cometer en la vida, pues el arte es la salvación del narcisismo; y la objetivización artística, por el contrario, es puro narcisismo. (...) La poesía puede caer en él, la confesión está al borde; es un riesgo mortal. Si resbala en él entonces es una confesión truncada, mezquinamente fracasada, por ser simple exhibición de lo que no es. No es camino sino trágica y a la par grotesca galería de espejos; alucinatoria repetición." (María Zambrano, Confesiones y Guías, Edit. Eutelequia, Madrid, 2011)

17 comentarios:

Jesús dijo...

Me parecen muy, pero que muy exageradas y extremas las dos posturas, tanto la de Papini como la de Zambrano.
¿Por qué se tiene siempre tan a mano la acusación de "narcisismo", de "egotismo", de "egoismo", como si el artista estuviera encerrado insuperablemente en su yo?
El artista siempre está en su obra, de una manera u otra. Ciertamente unas maneras son más nobles que otras, pero a mí empieza a cansarme la acusación de "narcisismo" (que tantas veces yo mismo he hecho), una y otra vez repetida. Ya parece un lugar común.
¡Mi "yo", "yo" es/soy también materia de mi arte! ¿Riesgo de narcisismo? Seguro. Pero el artista siempre se ha estudiado a sí mismo, y me parece bien que lo haga.
¿Qué opinaremos de los autorretratos de Rembrandt, de Van Gogh, de Durero (¿no es bellísimo, a pesar de su indudable narcisismo?) ¿Por qué se autorretratan los pintores? ¿Por qué tantos escritores terminan escribiendo unas memorias, una autobiografía, una confesión?
Un arte objetivo, sin "yo", es imposible e indeseable, por más narcisismo que le amenace.
Trapiello criticó en su día el diario del portugués Miguel Torga por lo mismo. Pues bien, a mí el diario de Torga me parece una obra mayúscula, y Torga no es más yoista de lo que es el propio Trapiello. ¡Y qué estupendo que lo sean!

gatoflauta dijo...

Yo escribo versos. A pesar de haber observado, cuidadosa y tenazmente, mi propio ombligo mediante lupas, espejos y otros artilugios, jamás he conseguido sacar un poema decente de semejantes observaciones. Sospecho que el problema está, no entre quienes practican la introspección, cosa a mi parecer del todo razonable, sino entre quienes de esa observación del propio ombligo no sacan mejores resultados que yo, pero equivocadamente creen que sí. Dicho de otro modo: el yo en el arte, si se utiliza como un camino hacia otra cosa (hacia el sentido profundo de la realidad, para ponernos adecuadamente estupendos), es perfectamente válido, o puede serlo (esto último, porque se necesitan además muchas otras cosas). Si en cambio es un término, es decir, no conduce más que a sí mismo, mal vamos; o, mejor dicho, no vamos a ningún sitio. Y ése me parece a mí (con el adecuado respeto a quienes me superan en dignidad y saber) que es todo el truco.

Cristina Brackelmanns dijo...

Nada que añadir, Suso, lo suscribo todo.
Papini se pasa mucho, pero es que el "yo" de Papini era así, y lo que Papini entra a matar es otro "yo" de Papini al que mira con horror. Sin "yo", sin mucho "yo" mirando el mundo (o a sí mismo, porque el "yo" también es mundo) no hay obra de arte.
De todos modos, fijate en lo que también dice: todo artista es a su manera un revelador de la obra divina.
A Zambrano la veo más prudente, lo que pasa es que va al final y ya te ha cogido enfadado. No creo que los autorretratos de Rembrandt o de Durero, ni siquiera los desoladísimos de F.Bacon, tengan nada que ver con lo que ella entiende por "objetivarse artísticamente".
Unos renglones más abajo, y eso es lo que para mí lo aclara todo, habla de "una simple exhibición de lo que no es" (lo que "no es", Suso, no el "yo" que es, y que es criatura tan digna de atención como todas las restantes), con lo que el tema desemboca, una vez más, en el de la mentira y la verdad. No hay arte sin "yo", pero tampoco sin "verdad".
En lo que llevas todísima la razón es en que el narcisismo es el mismo en el artista que en el barrendero o en el funcionario, lo que pasa es que se habla más del del artista porque da más pena. Por el desperdicio.

Cristina Brackelmanns dijo...

Precioso principio, estimado gf.
Y un muy adecuadamente estupendo comentario.
Me siento muy feliz porque eso es lo que yo quería: que se mojaran los que saben.
El yo no como término, sino como camino, es una perfectísima conclusión, y muy coincidente con lo que dice María Zambrano.
Usted escribe unos versos magníficos. Ya se ve por qué (solo en parte, claro, porque se necesitan además muchas otras cosas).

Jesús dijo...

Mi comentario tuvo mucho de patada de caballo desbocado. Soy consciente de que dije verdades, pero quedaron desfiguradas por mis exageraciones.
Con tu respuesta, y la espléndida de gatoflauta está dicho todo. Concuerdo pues, desde mi profundo yo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Me encantó tu "patada de caballo desbocada". Que todas las patadas fueran así.
A Papini lo puse para animaros a hablar. Hasta a mí, como receptora y público agradecido, me subleva. Sobre todo el final. ¿Qué pasa con Dostoievsky, o con el mismo Dante?
Zambrano sin embargo, que ya se nota que andabas picado y la leíste a toda mecha, reflexiona sobre el tema al hilo de la Confesión, un puro "aquí estoy yo", de ahí su fuerza, creo, y su vitalidad, y su frescura: San Agustín no envejece, los sistemas filosóficos, con tan poco "yo", sí.
Muchas gracias, Suso.

gatoflauta dijo...

Que yo escriba unos versos estupendos, teniendo en cuenta que me abstengo cuidadosamente (y así pienso seguir) de enseñarlos en mis intervenciones blogueras, me parece una conclusión melancólicamente lógica. Si uno no tiene ni que leerlos..., no cabe duda de que son estupendos. Ay, Señor, qué oficio éste.

Cristina Brackelmanns dijo...

No sé si se refiere al oficio de poeta o al de bloguero. O al de poeta-bloguero.
Será que sus versos me los imagino, pero no dude que los imagino perfectamente. No le digo ninguno por eso de la abstención.
Saludos, sr. gf.

Cristina Brackelmanns dijo...

Ah, Suso, olvidé decirte que estos días dejó Rocío un comentario a tu Señor de los abismos.
Como la entrada ya está pasada, supongo que no lo has visto, pero te gustará leerlo.

gatoflauta dijo...

Al "mestiere di poeta", para decirlo en términos pavesianos; siempre, eso sí, en el muy improbable supuesto de que mi dedicación al verso me autorice a adornarme con semejante título. Admiro, no hay que decirlo, la imaginación de cb, capaz de imaginar mis versos sin haberlos leído; yo no hago más cuando los escribo, y aun sospecho que hago bastante menos. En todo caso, y volviendo al principio, introspección no es narcisismo, como ser observador no es ser voyeur; lo uno, creo, es exceso o enfermedad de lo otro, pero en ambos casos existen posibilidades perfectamente sanas. Y del todo recomendables, a mi parecer.

Adaldrida dijo...

Cb, cómo me ha gustado lo que dices. Y, lo mejor, el comentario sobre el Yo de papini. Cree el ladrón que todos son de su condición. A mí me parece que esas conexiones entre egolatría y arte que se nos meten de cuando en cuando en la mente son, justo, una tentación diabólica para dejar de escribir. Un poeta siempre escribe sobre él mismo y al final, si el poema es bueno, será una chispa de Alguien que no es él.

Cristina Brackelmanns dijo...

Amén, sr. gatoflauta.

Y a mí sí que me gusta lo que dices, Rocío. Escueto, clarito como el agua y genial como siempre.
Y qué verdad es lo de que el pánico a la egolatría es la peor tentación, porque tiene efectos paralizantes. Siempre será mejor un poco de egolatría, que tampoco es para tanto y al final la vida ya se encarga de corregirla, que nada.
No lo había visto así, pero sí que me acabo de dar cuenta de que los que más se comen el coco con el tema son precisamente los que tienen el ego tan bajo mínimos que hasta necesitarían una transfusión.
Gracias por esa chispa, Rocío.

E. G-Máiquez dijo...

Qué fiesta. Muchas gracias a todos los contertulios, incluyendo a Papini y a Zambrano, y al Caballo Desbocado y al comentario de CB en mi propio blog. Un soplo de aire fresco para mi hipocondría.

Jesús dijo...

Gracias por lo de Rocío, y gracias a Rocío si se pasa por aquí.
Me gustó mucho, claro.

Cristina Brackelmanns dijo...

Muchas gracias a vosotros.

Y a ti por el enlace, Enrique, un honor (aunque la pura verdad es que cuando te vi dándole vueltas al tema, tan falto de egoglobulina que te llevas el premio, me entraron temblores). Gracias por traerme la fiesta a casa y por las geniales chinchetas, la última sobre todo es inolvidable.

Santiago dijo...

Estupendas reflexiones, estupendas citas y estupendos comentarios. ¡Qué altura ha cogido este blog!
¿Quién dijo aquello de "zambullirse en uno mismo para llegar a los demás"? Eso es el arte, eso es también el arte de la vida; pero por eso es bueno no perder de vista el adónde de su empeño, porque si se queda en las patologías y los fantasmas de uno mismo, se hace ridículo, autista: un mero acto de soberbia. ¿No resultan cansinas las autobiografías reiteradas de ciertos escritores, o la complacencia con ellos mismos de algunos artistas plásticos de nuestra atribulada contemporaneidad?
María Zambrano lo dice asombrosamente bien con su sabiduría y perspicacia... No dejes de regalarnos más fragmentos de ese libro. Besos y gracias por compartirlo con nosotros

Cristina Brackelmanns dijo...

No sé quién dijo lo del "zambullirse...", Santiago, pero es muy bueno.
María Zambrano lo dice muy bien, y tú también: "autocomplacencia". Creo que justo a eso se refiere cuando habla de objetivarse artísticamente como una de las más graves acciones.
No la había leído hasta ahora, me está gustando mucho.
En cuanto a la altura del blog, no hay como picar a los amigos y hacerlos hablar. Gracias por pasarte, faltabas tú.