20 octubre 2011

Christian Bobin. Les ruines du ciel - Port Royal ( 2)


Algo más de Les ruines du ciel:

La estanquera me enseña una fotografía antigua de su hijo. La saca de una cartera de cuero rojizo, hinchada como un sollozo. Su entera fortuna consiste en esa imagen de un bebé ensortijado, tendido boca abajo sobre la pelleja de un borrego. Todos tenemos nuestra herida y nuestro tesoro en el mismo sitio. El lunes 23 de noviembre de 1.654, las barreras de la muerte saltan por la presión de lo eterno y un gozo arrebata a Pascal, desde las diez y media de la noche hasta las doce y media de la madrugada. Más tarde anota los detalles de la revelación en un pergamino que cose al interior del dobladillo de su casaca. Las actas notariales del cielo no le abandonan nunca: si repone la casaca, traspasa el pergamino a la casaca nueva. Todos somos portadores de un icono, llevamos encima la huella de una alegría más grande que la vida. Con el tiempo el icono se estropea. Desaparece su portador. La alegría recibida permanece -brizna de hierba dorada en la noche de los mundos.
***
Nos las damos de listos, pero sabemos menos que los recién nacidos en el fondo de sus cunas. Nuestros ojos están menos abiertos, nuestros terrores son menos puros y nuestras alegrías menos agudas. Juan Sebastian Bach vuelve a traernos un poco de aquellos primeros tiempos, haciendo girar sobre nuestra alma asombrada un móvil musical hecho sólo de átomos de aire.
***
Los gorriones, con sus cantos, construyen monasterios que duran un segundo. El alma sorprendida en sus claustros ya no teme morir.
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La vida tiene necesidad de libros, al igual que las nubes tienen necesidad de charcos, para mirarse y conocerse en ellos.
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La nada salpica cuanto se hace suspirando.
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"Llevaos esto de aquí": dijo la madre de María Callas al verla recién nacida. Cuatro días más tarde recuperó a su hija. El canto no humano de la diva se eleva desde el infierno de esos cuatro días.
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Los castillos más puros se construyen sobre abismos.
***
Pascal creyó toda su vida ver un abismo a su lado izquierdo. La visión le producía vértigos, por lo que, a veces, ponía de ese lado una silla para sentirse seguro. Sabía que su trastorno era imaginario, pero no le era posible dejar de padecerlo.
***
El pensamiento es una silla puesta encima de un abismo.






Christian Bobin, Les ruines du ciel, Éditions Gallimard, 2009. Collection Folio. [traducc.mía]

8 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Qué bueno, qué bien.

Cristina Brackelmanns dijo...

Gracias en su nombre. Y en el mío, que por ti lo conocí .

¿Y del link qué me dices, eh? ¿Has visto que chulo? Sigo teniendo que copiar la dirección a mano porque al pegarla hace cosas raras, pero ando como niña con zapatos nuevos.

E. G-Máiquez dijo...

Qué meneo le pega a los suspiros, como si nada. Para andarse con mucho cuidado de no dejarlo todo perdido de salpicaduras. La gloria repica en cuanto se hace sonriendo, en cambio.

Cristina Brackelmanns dijo...

Sí, Enrique, qué palo, con lo que suspiro yo cuando me toca limpiar cristales o tirarme media hora en la cola del mercado.
Y unas páginas después aparece un "en cambio" muy parecido al tuyo: "Cette étrange gaieté sans laquelle rien de vrai ne peut se faire".
Y esto, que al repasarlo anoche, me hizo acordarme de Carmencita: "Si nous avions le dixième de l'attention qu'a le chat (o Carmencita) pour le vol de la mouche -le monde serait sauvé".

Retablo de la Vida Antigua dijo...

"Los castillos más puros se construyen sobre abismos". Esto me recuerda mucho al estilo de Juan Eduardo Cirlot.

Saludos doña CB.

E. G-Máiquez dijo...

Me he emocionado muy de verdad con la mosca y con la extraña alegría. Muchísimas gracias.

Y he dejado de suspirar para empezar mis clases en el IES.

Cristina Brackelmanns dijo...

Pues tiene usted toda la razón, también recuerda a Cirlot esa brizna de hierba dorada en la noche de los mundos. Es asombroso su talento para descubrir presencias y afinidades.
Más afín en el abismo -aunque ya es una gran afinidad- que en el castillo, creo yo. O un castillo igualmente rodeado de hondos fosos, pero otra vista desde la ventana, menos cieno y ceniza y más soleada, trabajosamente soleada, si puede decirse así.
Y el caso es que he buscado esa maravilla de autorretrato de Cirlot que es el Homenaje, y a la inversa también funciona, ahí está Bobin:
Mi alma es una nube que se aleja./
Mi alma es mi dolor, mío, por siempre.// (...)
Mi alma es un paisaje con columnas./
Mi alma es un incendio donde nieva.//
Mi alma es este mundo en que resido./
Mi alma es un gran grito ante el abismo.//
Mi alma es este canto arrodillado./
Mi alma es un nocturno y hay un río...

Saludos, señor del Retablo, y gracias por traer a Cirlot.

Cristina Brackelmanns dijo...

Es que Bobin es poeta aunque escriba en prosa (poesía en prosa, no prosa poética... -iba a decir afortunadamente), por eso puede recordar a Cirlot y por eso emociona, y más en su idioma.
Gracias a ti, Enrique. Tus clases, hasta suspiradas, seguro que siempre son de verdad.