"... No es, pues, ateniéndonos a la cronología estricta o matemática de los años como podemos precisar las edades. Porque ¿cuántas y cuáles son las edades del hombre? En otro tiempo, cuando la matemática no había aún devastado el espíritu de la vida —allá en el mundo antiguo y en la Edad Media y aun en los comienzos de la modernidad— meditaban los sabios y los ingenuos sobre esta gran cuestión. (...) Hay para todos los gustos: se ha segmentado la vida humana en tres y cuatro edades —pero también en cinco, en siete y aun en diez—. Nada menos que Shakespeare, en la comedia A vuestro gusto, es partidario de la división septenaria: "El mundo entero es un teatro y todos los hombres y las mujeres no más que actores de él: hacen sus entradas y sus salidas, y los actos de la obra son siete edades." A lo que sigue una caracterización de cada una de éstas.
Pero es innegable que sólo las divisiones en tres en cuatro han tenido permanencia en la interpretación de los hombres. Ambas son canónicas en Grecia y en el Oriente, en el primitivo fondo germánico. Aristóteles es partidario de la más simple: juventud, plenitud o akmé y vejez. En cambio, una fábula de Esopo, que recoge reminiscencias orientales y una añeja conseja germánica que Jacobo Grimm espumó nos hablan de cuatro edades: "Quiso Dios que el hombre y el animal tuviesen el mismo tiempo, treinta años. Pero los animales notaron que era para ellos demasiado tiempo, mientras al hombre le parecía muy poco. Entonces vinieron a un acuerdo y el asno, el perro y el mono entregan una porción de los suyos, que son acumulados al hombre. De este modo consigue la criatura humana vivir setenta años. Los treinta primeros los pasa bien, goza de salud, se divierte y trabaja con alegría, contento con su destino. Pero luego vienen los dieciocho años del asno y tiene que soportar carga tras carga: ha de llevar el grano que otro se come y aguantar puntapiés y garrotazos por sus buenos servicios. Luego vienen los doce años de una vida de perro: el hombre se mete en un rincón, gruñe y enseña los dientes, pero tiene ya pocos dientes para morder. Y cuando este tiempo pasa vienen los diez años de mono, que son los últimos: el hombre se chifla y hace extravagancias, se ocupa en manías ridículas, se queda calvo y sirve sólo de risa a los chicos".
Esta conseja, cuyo dolorido realismo caricaturesco lleva la marca típica de la Edad Media, muestra acusadamente cómo el concepto de edades se forma primariamente sobre las etapas del drama vital, que no son cifras, sino modos de vivir."
Ortega y Gasset. "Idea de las generaciones".
[Según Ortega el concepto de edad no es "de sustancia matemática", sino vital: las edades son "modos de vivir". Pues qué bien. Lo malo viene cuando lo ilustra con el cuentecillo de Grimm -en el que casualmente vuelve a enredarnos con las matemáticas- y lo más malo cuando, dispuesta a hacer caso omiso del número, que siempre fue una grosería, intentas aplicarlo a tu "modo de vivir" y descubres que eres un engendro raro, medio asno-medio perro-con una pizca de mono: "Asno" porque sigues llevando el grano y aguantando puntapiés en el sueldo; "perro" porque según enciendes la tele o lees cierta clase de cosas no puedes dejar de gruñir -que es muy mal síntoma, lo admito, sobre todo porque si lo que sale es Zapatero o lo que leo es un sermón de Peces Barba, me embalo que ni te cuento- y "mono" porque un buen día descubres con sorpresa que empiezan a reírse, o a mirarse con guasa, sin que les hayas contado ningún chiste.
Cuando eso ocurre, hay que convencerse de que uno está mayor. Yo debo de estarlo mucho, porque graciosa nunca he sido y este fin de semana no han parado de mondarse. Empezaron a cruzar miradas cuando me arranqué en defensa de los indignados de Sol; después me contaron unas cuantas cosas que me abrieron los ojos sobre la movida en cuestión -eso también te hace sentir mayor, porque ayer mismo era yo la que intentaba abrírselos- y terminaron tronchados de imaginarme con pancarta y rastas. Vale, merecido lo tengo.
Lo mejor, sin embargo, fue que el domingo se me ocurrió decir "periquete". Y mira que no dije "santiamén", que les habría dado un ataque de peritonitis aguda, sino sólo "en un periquete".Definitivamente estoy mayor, y la datación por el léxico, según parece, funciona mejor que la del carbono-14. A saber: Si dices "en un santiamén" eres un ser prehistórico, si dices "en un periquete" eres del siglo pasado, si dices "en un pispás" no estás nada al día... Lo del día, por si no lo sabíais, es decir "en 0-' ", o lo que es lo mismo, "en cero-coma": llego en cero-coma, eso lo hago en cero-coma... Si os dais cuenta, son dos mundos bien distintos los que se resumen en aquel "santiamén" y en este "cero-coma". Lo del "periquete", que hay que reconocer que suena a tebeo, y más aún lo del "pispás", mejor olvidarlo, pero el "santiamén" y el "cero-coma" lo dicen todo. Ellos sí que encierran dos "modos de vivir".
En fin, que entre que no llevo rastas y digo "periquete" me siento mayor, no sé si lo he dicho. Resulta que no pinto nada en Sol y me tengo que seguir indignando por mi cuenta en casa, y para colmo hablo como la madre de Zipi y Zape. Menos mal que el público se divierte y es agradecido.]