01 abril 2012

El cuadro que no habías conseguido pintar. C.Bobin



"Ya habías escrito un texto sobre ella. Se lo habías enseñado, después lo tiraste. Un fracaso. El retrato era un fracaso, nada de él podía salvarse. Ese texto, lo deseabas demasiado, y la voluntad no tiene nada que ver con la escritura, no más que con el amor. No se dice: "quiero amarte", se dice: "te amo", y diciéndolo, se descubre un amor mucho más profundo que toda voluntad. En la escuela te han enseñado cosas. En la familia también. Pero las cosas importantes has debido aprenderlas solo, balbuceando, tanteando, por ejemplo esta: la miseria de una voluntad que no se apoyara sino sobre sí misma , la locura de una vida edificada como una fortaleza. Esa gente de certezas y voluntad, esa gente desde el principio estrangulada en el lazo de su vida, siempre los huíste... En el momento en el que escribías aquel texto, te hiciste semejante a ellos, te volviste un escritor profesional, uno de esos que sabe cómo hacerlo y que, no creyendo más que en ese saber, no deja que entre en su corazón lo desconocido de todas las cosas -eso refractario en ellas al dominio de nuestra voluntad... Si deseabas ese retrato suyo era por atrapar un poco de su luz, y porque no ves ninguna otra razón para escribir: toda presencia tiene su gracia singular, esperando ser dicha. Ahora que la impaciencia te ha abandonado, puedes retomar el cuadro fracasado. Ahora que la tela está virgen, puedes volver a ella, como el pintor a su tarea. Eso que te acaba de confiar en diez segundos es suficiente: el resto era falso --visible, evidente, sin consecuencias sobre su vida y, por tanto, falso. Para que una cosa sea verdadera es preciso que, además de ser verdadera, entre en nuestra vida. Ahora bien, casi todo lo vivido por ella ocurrió en su ausencia, lejos de ella. Es algo que pasa con frecuencia: se puede permanecer célibe diez años en un matrimonio, se puede hablar durante horas sin decir una palabra, uno puede acostarse con todo el planeta y seguir siendo virgen. [...] Y aquí está, algo por fin valioso: de la primera pintura, del primer texto, todo desechado, borrado entero, podrías escribir el segundo con esos diez segundos al teléfono, ayer, como de paso: "Mi primera muñeca se llamaba Mina". No sabes quién es Mina, ella te lo explica: es el nombre de la novia de Drácula. A los cinco años le puso ese nombre a su muñeca, después de que su padre le contara la historia de Drácula, que mata de noche y duerme de día, la historia del gran profesional de las sombras, impedido de morir, incapaz de vivir. Y ella añade: mi padre me contaba todas las historias --las fábulas, Homero, Shakespeare y toda la peña. Los adultos, cuando se dirigen a un niño, fuerzan la voz. Retiran lo oscuro y lo secreto de su palabra, dicen los lobos y las tormentas, los ogros y los manantiales, pero callan el resto: los intereses, las mentiras, el cansancio, el fuerte deseo de la muerte en el fondo del alma, y esa esperanza, más fuerte todavía, de un amor puro. Mi padre sabía que yo lo sabía todo. El corazón crece lentamente. El espíritu desde el principio se encuentra en lo más alto. El corazón tarda un tiempo considerable en hacerse grande. El espíritu se encuentra de inmediato en su mejor flor. Si bien es cierto que con los niños hay que actuar con una dulzura extrema, también lo es que todo se les puede confiar, incluso aquello que no se sabe decir. Mi padre me acompañaba de noche hasta el instante en el que caía rendida, se sentaba en el borde de de la cama y me contaba el mundo: la Caperucita Roja y Drácula, Ulises y Ofelia, Hamlet y Cenicienta, Don Quijote y Blancanieves, cada noche un libro, mucho antes de que supiera leer. Eso que te acaba de decir ilumina y llena el cuadro que no habías conseguido pintar."


Christian Bobin, L’inespérée. Mina, Gallimard, Collection Folio, Paris, 1994. [traducción mía]

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