31 marzo 2011

La piedra del gigante

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"Hay un esfuerzo que hacer, que es con mucho el más duro de todos, pero que no pertenece al terreno de la acción. Consiste en mantener la mirada orientada hacia Dios, volverla a dirigir a él cuando se aparta, aplicarla en cada instante con toda la intensidad de que se es capaz. Esto es algo muy difícil, pues toda la parte mediocre de nosotros mismos, que es casi todo lo que somos, que es lo que llamamos nuestro yo, se siente condenada a muerte por esa orientación de la mirada hacia Dios. Y no quiere morir; se rebela y fabrica todas las mentiras posibles para desviar la mirada. Una de estas mentiras son los falsos dioses a los que se pone el nombre de Dios. Se puede creer que se piensa en Dios cuando en realidad se ama nada más a ciertos seres humanos que nos han hablado de él, cierto medio social, unos hábitos de vida, un estado de sosiego del alma, una fuente de alegría sensible, de esperanza, de confortación o consuelo. En tal caso, la parte mediocre del alma está en completa seguridad; ni siquiera la oración la amenaza. [...]

Hay quienes buscan a Dios como quien salta una y otra vez con la esperanza de que, a fuerza de saltar cada vez más, acabará un día por llegar hasta el cielo. Es una vana esperanza. En el cuento de Grimm titulado El sastrecillo valiente, compiten en un concurso de fuerza el sastrecillo y un gigante. El gigante lanza la piedra tan alta que tarda mucho en caer. El sastrecillo, que lleva un pájaro en el bolsillo, dice que él puede hacerlo mucho mejor, que las piedras que él lanza no vuelven a caer, y suelta su pájaro. Lo que no tiene alas, acaba siempre por caer. Quienes saltan hacia el cielo, absortos en su esfuerzo muscular, no miran al cielo. Y la mirada es lo único eficaz, pues es lo que hace descender a Dios. Y cuando Dios desciende hasta nosotros, nos eleva, nos da alas. Nuestros esfuerzos musculares no tienen eficacia y uso legítimo más que para apartar y desechar todo lo que nos impide mirar; es un uso negativo."

Simone Weil, Pensamientos desordenados, "Reflexiones desordenadas acerca del amor a Dios". Editorial Trotta, Madrid, 1995, Traducción de María Tabuyo y Agustín López

24 marzo 2011

O lo uno o lo otro (o quizá todo a la vez)

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-O lo que dice Vinzenz Viktor Karsky, el de las denominaciones soberbias: que una sola primavera basta:
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-Creedme, todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros. Todos estaban tendidos hacia él, como si esperaran algo más. Pero Karsky calló, brillándole los ojos. Nadie lo había comprendido, y sin embargo sobre todos ellos flotaba como un encanto misterioso. Hasta que el más joven vació su vaso de un trago, dejándolo ruidosamente sobre la mesa y exclamando: -¡Creo que os ponéis sentimentales, niños! ¡De pie! Os invito a todos a mi casa... -

-O lo que dice Francesca de Rimini: que no hay dolor mayor:

E quella a me: "Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice ne la miseria; e ciò sa 'l tuo dottore..."

Rainer Maria Rilke, Primavera sagrada (relatos juveniles)/ Dante Alighieri. Divina Comedia. Inf.V, 121-123.

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¿Y qué será más cierto, lo que dice Francesca, lo que dice Vinzenz Viktor, lo que dicen entre los dos, nada de lo dicho o de lo que parecen decir...? Me pregunto también si tendrán algo que ver las distintas circunstancias desde las que cada uno habla: que el joven Karsky , con una larga vida por delante, venga de visitar la tumba de su amada recién fallecida; que el lugar desde el que Francesca se lamenta se encuentre en el segundo círculo del Infierno. Me pregunto, por último, cuál es el verdadero sentido de esas palabras de Francesca, tan traídas y llevadas como expresión perfecta del dolor de nostalgia. Por qué unos versos más abajo Dante se siente desmayar, casi morir; por qué ese verso final fulminante: E caddi come corpo morto cade. Dante no era un romántico, y Rilke tampoco. Dante era, por encima -o por debajo- de todo, un teólogo, y Rilke no le andaba lejos.

21 marzo 2011

Absorta en su tarea

PRIMAVERA DE CIUDAD

Una vez más regresa, pese a todo,
la vieja Primavera;
ventila todas las alcobas, tiende
un mantel perfumado,
barre las telarañas del invierno.
Tan silenciosamente que, tal vez,
nadie se enterará de su llegada,
por lo demás poco importante. Luego,
un día, sin pensarlo, alzas la vista,
y por algún rincón inesperado
-los brazos, aún robustos,
llenos de flor reciente-
la miras deslizarse, laboriosa,
mientras canta en voz baja, absorta en su tarea.
Dios me perdone si no creo a veces
mutua la indiferencia -y que a ella tampoco
le importa nuestro hacer (que acaso juzgue
simple locura inútil); opinión no improbable,
sólo por la piedad de su largo servicio
traducida, tal vez,
en la vasta sonrisa sin aristas
con que lo envuelve todo, mientras sigue a lo suyo:
pero quizás es sólo que chochea.
Algún día se irá, tan silenciosa
como llegó, y en medio
de la misma aceptada indiferencia;
casi respiraremos aliviados -ya fatigaba un poco
la insistencia solícita, incluso maternal,
y pasada de moda.
Pero quisiera, sin embargo, darte
las gracias, Primavera,
inmemorial sirvienta fastidiosa:
aún es grato pensar que, cuando ya no estemos,
tu senil diligencia
seguirá conservando, de algún modo,
el orden familiar.
Saberlo inevitable da, en el fondo,
una cierta alegría -además, desde luego,
de un ligero arañazo melancólico.

José Cereijo, Las trampas del tiempo, poesía Hiperión, Madrid, 1999.

[Si es día 21 y estamos en marzo, hoy empieza la primavera oficial, aunque la real haga ya un tiempo que se dejó notar. De este poema de José Cereijo, además de la imagen de la fiel sirvienta atareada y a lo suyo, y de la hermosura de esa vasta sonrisa sin aristas, me gusta mucho el título: Primavera de ciudad. Y es que la primavera de ciudad no es la primavera en la ciudad, es otra primavera: menos avasalladora que la primavera titular, menos triunfalista, más modesta y compasiva, mucho más tierna. La primavera de ciudad parece que se esfuerza por alegrarnos: un geranio aquí, un pruno florecido allá, la luz hasta el fondo del patio, el arbolito cuasidifunto que revive en la parada del bus... detalles, menudencias. Es una primavera venida a menos ("allí la primavera siempre es pálida, a medias", dice un verso de Rilke), pero entregada. Como si supiera que la necesitamos. Esa mutua indiferencia de la que habla el poema, es lo único que no me termina de convencer, aunque también podría tratarse de "indiferencia de ciudad", siempre pálida y a medias.]

16 marzo 2011

Solemnidad es cordialidad

"He asistido también a oficios de diferentes religiones. Y he salido dando vivas al portentoso, bellísimo, sin igual catolicismo español. No digamos nada de los cultos protestantes. No me cabe en la cabeza (en mi cabeza latina) cómo hay gentes que pueden ser protestantes.
Está suprimido todo lo que es humano y consolador y bello, en una palabra. Aun el catolicismo de aquí es distinto. Está minado por el protestantismo y tiene esa misma frialdad. Esta mañana fui a ver una misa católica dicha en inglés. Y ahora veo lo prodigioso que es cualquier cura andaluz diciéndola. Hay un instinto innato de belleza en el pueblo español y una alta idea de la presencia de Dios en el templo. Ahora comprendo el espectáculo fervoroso, único en el mundo, que es una misa en España. La lentitud, la grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración del Sacramento, el culto a la Virgen, son en España de una absoluta personalidad y de una enorme poesía y belleza".
"Lo que el catolicismo de los Estados Unidos no tiene es solemnidad, es decir, calor humano. La solemnidad en lo religioso es cordialidad, porque es una prueba viva, prueba para los sentidos de la inmediata presencia de Dios. Es como decir: Dios está con nosotros, démosle culto y adoración. Pero es una gran equivocación suprimir el ceremonial. Es la gran cosa de España. Son las formas exquisitas, la hidalguía con Dios... España es el único país fuerte y vivo que queda en el mundo. Sin embargo, yo he observado al público católico esta mañana y he visto una devoción extraordinaria, sobre todo en los hombres, cosa rara en España. Han comulgado muchas gentes y era un público serio, sin pamplinas y con una disciplina extraordinaria..."

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[Carta del 14 de julio de 1929. Enviada a su familia desde Estados Unidos, ¿adivináis por quién?
Y qué oportuna y exacta esa expresión de "la hidalguía con Dios", como remitiendo el ser fijosdalgo a la paternidad de Dios y apuntando que esa es la verdadera hidalguía, la de la más alta casa, la de todo hijo de vecino. Y qué observación tan fina la de que la solemnidad en lo religioso es cordialidad, frente a lo que habitualmente se piensa, que es más cordial y cercana la improvisación, la naturalidad, el "de cualquier manera". Pues bien, ¿quién diríais que es el observador que sale dando vivas al sin igual catolicismo español? ]
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[P.S. al anochecer: Bueno, pues ya os lo aclaro, para que, si os interesa -y todo el artículo del que procede el texto es interesantísimo-, vayáis directos. La carta es de un poeta y está escrita en Nueva York. Se refiere a ella Santiago Martínez Sáez, en el artículo titulado "Federico García Lorca, la espiritualidad de un poeta", publicado en la revista Istmo, número 239, y accesible aquí: http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=3609 (hay que tirar para abajo, está como a media página).
El artículo es un recorrido por la casi desconocida -al menos para mí- obra en prosa de Lorca, en el que se le puede oír hablar de Ávila y de santa Teresa, describir a Falla como un santo y un místico, o manifestarse contra la estrechez de los nacionalismos. Una obra en la que, a propósito de santa Lucía, dice algo tan hermoso como esto: "como todos los santos planteó y resolvió teoremas deliciosos ante los que rompen sus cristales los aparatos de Física", y en la que, a la cuestión que le plantea el caricaturista Bagaria, de si no será mejor el silencio de la nada que la vida futura, responde con un canto a la creencia en la resurreción de la carne, que termina de esta guisa: "Las criaturas no quieren ser sombras". Impresionante ¿no?]

05 marzo 2011

Vera amicitia

La amistad de don Quijote por Sancho Panza : "más que a las leyes de la caballería" .

"Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado, tanto, que no podía arrear a su jumento. Cuando así le vio don Quijote, le dijo:
—Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta que es encantado sin duda, porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que cuando estaba por las bardas del corral, mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debían de tener encantado; que te juro por la fe de quien soy que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado, de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.
—También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero no pude."
(I. XVIII)


La amistad de Sancho Panza por don Quijote : "como a las telas de su corazón".

"— Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros en los trabajos suele servir de alivio en ellos, con vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.
—Tonto, pero valiente —respondió el del Bosque—, y más bellaco que tonto y que valiente.
—Eso no es el mío —respondió Sancho—, digo, que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga."
(II. XIII)


Dice Cicerón en De Amicitia: La amistad en sí, no es otra cosa que una consonancia absoluta de pareceres sobre todas las cosas divinas y humanas, unida a una benevolencia y cariño recíprocos, y no creo que exceptuando la sabiduría, los dioses hayan hecho al hombre un don mas preciado (...) esta misma virtud es la que engendra y alimenta la amistad, y sin virtud no hay amistad posible.

Y parece responder Miguel de Cervantes: No es precisa la consonancia de pareceres, y mucho menos absoluta -¿hay mayor disonancia que la de don Quijote y Sancho?-; lo que cuenta es la segunda parte, la de la benevolencia y cariño. Pero en lo que, sobre todo, concuerdan Cervantes y Cicerón es en que la amistad sólo se da entre los buenos, cosa de almas de cántaro, como quien dice.
El Quijote podría leerse, también, como la historia de la amistad de dos hombres buenos, sin nada más en común que el serlo. O nada menos.

03 marzo 2011

marzo marcea

Nieva en la plaza,
los copos sobre el árbol
parecen flores.
*

Blanca es la nieve,
con amor imposible
el sol la mira.
*

El sol asoma,
llora el copo en la rama
por no ser flor.


Ocurrió hace un instante, delante de mi ventana, en menos de cinco minutos nevó, se cubrieron de nieve los árboles pelados de la plaza, salió el sol y la nieve se deshizo. Espectacular y completamente gratis... Me disculpen el momento tonto. Como decía aquella canción de Mari Trini: quién no escribió un poema etc., pues esto viene a ser lo mismo: quién no pensó en un haiku viendo la nieve brillar...

01 marzo 2011

Con todas las extravagancias de un amante

La transformación del Dios de los filósofos.
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Pero no olvidemos la otra cara del hecho. La fe cristiana se decidió solamente en favor del Dios de los filósofos... Pero al tiempo la fe cristiana dio a este Dios una significación nueva, lo sacó del terreno de lo puramente académico y así lo transformó profundamente. Este Dios que antes aparecería como algo neutro, como un concepto supremo y definitivo, este Dios que se concibió como puro ser o puro pensar, eternamente cerrado en sí mismo, sin proyección alguna hacia el hombre y hacia su pequeño mundo, (...) es para la fe el hombre Dios, que no sólo es pensar del pensar, eterna matemática del universo,sino agapé, potencia de amor creador. En este sentido se da en la fe cristiana la misma experiencia que tuvo Pascal cuando una noche escribió en un trozo de papel que luego cosió al forro de su casaca, estas palabras: "Dios de Abraham, Isaac y Jacob, no el Dios de los filósofos y letrados". Frente a un Dios que se inclina cada vez más a lo matemático, vivió la experiencia de la zarza ardiente y comprendió que Dios, eterna geometría del universo, sólo puede serlo porque es amor creador, porque es zarza ardiente de donde nace un hombre por el que entra en el mundo de los hombres.
.Para apreciar en su justa medida la transformación que experimentó el concepto filosófico de Dios mediante su equiparación al Dios de la fe, hemos de acudir a algún texto bíblico que nos hable de Dios. Al azar elegimos la parábola de la oveja y de la dracma perdidas de Lc 15,1-10. El punto de partida es el escándalo de los fariseos y letrados por el hecho de que Jesús se siente a la mesa con los pecadores. La respuesta es una alusión al hombre que tiene 100 ovejas, pierde una,va a buscarla y, por fin, la encuentra; por ella se alegra mucho más que por las 99 que no tuvo que buscar. (...) En esta parábola, en la que Jesús justifica y describe su obra y misión como enviado de Dios,juntamente con la historia de Dios y el hombre aparece el problema de quién es Dios.
.Si queremos deducir de este texto quién es Dios, diremos que es el Dios que nos sale al encuentro, el Dios antropomórfico y a-filosófico. Como en muchos otros textos del Antiguo Testamento, padece y se alegra con los hombres, busca, sale al encuentro. No es la geometría insensible del universo, no es justicia ni efecto alguno; tiene un corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante. (...)
.La gran mayoría de los hombres de hoy confiesa de algún modo que existe algo así como "una esencia superior.. Pero parece absurdo que esa esencia pueda ocuparse de los hombres.(...) en un tiempo en el que la tierra carece de importancia en el gigantesco universo, en el que el hombre, pequeño grano de arena, es insignificante ante las dimensiones cósmicas, nos parece absurda la idea de que esta esencia superior se ocupe de los hombres (...) pero en realidad pensamos en Dios de modo pequeño y humano. (...)
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El dicho que precede al Hyperion de Hölderlin nos recuerda, frente a tales nimiedades, la imagen cristiana de la verdadera grandeza de Dios: Non coerceri maximo, contineri tamen minimo, divinum est : es divino no estar encerrado en lo máximo y estar, sin embargo, contenido en lo mínimo.(...) Esta superación de lo más grande y esta entrada en lo más pequeño constituye la verdadera esencia del espíritu absoluto. Pero al mismo tiempo aparece aquí una valoración de lo maximum y de lo minimum que es muy significativa para la comprensión cristiana de lo real: Para quien, como espíritu, lleva y transforma el universo, un espíritu, el corazón del hombre que puede amar, es mucho mayor que todas las galaxias. Las medidas cuantitativas quedan superadas; se señala aquí otra jerarquía de grandeza en la que lo pequeño pero limitado es lo verdaderamente incomprensible y grande.

Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo [5. El Dios de la fe y el Dios de los filósofos]