11 noviembre 2010

Lo crudo y lo pasado por el fuego


"No se puede saber lo que un hombre tiene en la mente cuando pronuncia una deteminada palabra (Dios, libertad, progreso...)... No se puede percibir la presencia de Dios en un ser humano, sino solamente el reflejo de esta luz en la manera en que concibe la vida terrenal. (...) Se da peor testimonio de Dios hablando de Él que expresando, sea en actos, sea en palabras, el aspecto nuevo que adquiere la creación cuando el alma ha pasado por el Creador. A decir verdad, sólo así se da testimonio. (...)

No hay fuego en un plato cocinado; pero se sabe que ha pasado por el fuego. Por el contrario, aunque se crea haber visto el resplandor de la llama, si las patatas están crudas, es seguro que no han pasado por el fuego. No es por la manera en que un hombre habla de Dios, sino por la manera en que habla de las cosas terrenales, como mejor se puede discernir si su alma ha pasado por el fuego del amor de Dios. Ahí , ningún disimulo es posible. Hay falsas imitaciones del amor a Dios, pero no de la transformación que éste realiza en el alma, pues no se tiene ninguna idea de esa transformación si no es pasando por ella. (...)

Según la concepción de la vida humana expresada en los actos y en las palabras de un hombre, puedo discernir si mira esta vida desde un punto de vista situado aquí abajo o desde lo alto del cielo. Si un hombre dice haber viajado en avión, aunque haya dibujado las nubes, su dibujo para mí no es una prueba, puedo pensar que es una fantasía. Si me trae un dibujo de la ciudad a vista de pájaro, esa sí es una prueba. Si un hombre me describe al mismo tiempo dos flancos opuestos de una montaña, sé que se encuentra en un lugar más elevado que la cima. Es imposible comprender y amar a la vez a los vencedores y a los vencidos, como hace la Ilíada, si no es desde un lugar, situado fuera del mundo, donde mora la sabiduría de Dios. (...)

Si afuera en la noche enciendo una linterna, no será mirando la bombilla como juzgaré su potencia, sino mirando qué cantidad de objetos están iluminados... Sólo las cosas espirituales tienen valor, pero sólo las cosas carnales tienen una existencia constatable. En consecuencia, el valor de las primeras, no es constatable más que como iluminación proyectada sobre las segundas. El valor de una forma de vida religiosa, o más en general, espiritual, se aprecia por la iluminación proyectada sobre las cosas de este mundo. Dios, que ha querido crear este mundo, ha querido que sea así. "

Simone Weil, El conocimiento sobrenatural, Ed.Trotta, 2003, Traducc. M.Tabuyo y A. López.

[Hablaba el otro día con un amigo sobre esa especie de rastro que busco en todo lo que leo, sobre la insatisfacción que me produce la literatura en la que no lo encuentro y cómo se me vuelve triste, aburrida y, cuanto más ingeniosa, más insoportable. No tiene que ver con el género, con el tema, ni con las habilidades estilísticas. Leyendo a Simone Weil, una vez más, encuentro las palabras: Se trata de ese aspecto nuevo sin el cual las cosas de este mundo parecen repetitivas y cansinas, de ese reflejo sin el que parecen planas. Lo que busco son palabras pasadas por el fuego como las patatas de S.Weil, aunque sean las más vulgares del diccionario, ese dibujo de la ciudad desde un punto de vista más alto que el del propio ombligo. Eso es lo que rastreo, casi como un perro, lo mismo me da que se trate de poesía clara -con gaseosa o limón- o metafísica, de novela realista o de ficción, de biografía o de ensayo. No pretendo que me hablen de Dios (salvo los místicos, los santos, algunos teólogos que serán místicos o santos y dos o tres poetas, ¿quién sabría, quién podría..?), sólo sentir su huella, esa luz sobre lo no luminoso, sobre las cosas carnales, ya se trate de las patas de la mosca o de la nostalgia de un día de otoño.

Bueno, pues tengo que decir que, precisamente, acabo de recibir uno de esos libros en los que de inmediato se advierte la huella del fuego. Una huella que me sorprende donde no la esperaba, y no por el autor, que es Enrique Baltanás, siempre luminoso, sino por el título, tan profesoral: La obra común de los hermanos Machado (Edit.Renacimiento). Un gran descubrimiento, no sabía nada de las obras de  teatro escritas al alimón por los dos hermanos. Y en todas ellas, en todos los pasajes que E. Baltanás nos va leyendo  -porque eso, tan poco habitual, es lo que hace: desgranar el texto, ir leyendo a los autores sin prejuicios ni clichés- aparece ese reflejo de luz en la manera de concebir la vida terrenal al que se refería S.Weil, muy especialmente en la manera de concebir las terrenalísimas relaciones entre el hombre y la mujer.

Así que me he encontrado con un libro, de título académico, que esconde un verdadero tratado a tres manos -las de los dos Machado y la de Baltanás- sobre el amor humano y su aprendizaje; sobre todas esas cosas que llamamos 'amor' y por lo común sólo son deseo, narcisismo, afán de posesión y finalmente ruina, y sobre el descubrimiento, unas veces a tiempo, otras demasiado tarde, del amor verdadero:  "...lo que [Juan de Mañara] ha descubierto es que no hay amor que así pueda llamarse que no esté traspasado por la piedad: no vive el amor, lo sueña/ quien ama sin Dios; amores/ sin caridad son quimeras."

Los comentarios al hilo de los textos, ya sean sobre el folklore -verdades tan viejas que por serlo se olvidan-, sobre el rastro indeleble del mal causado, sobre la expiación, sobre el psicoanálisis y el deseo mimético, sobre el mito de Don Juan y el donjuanismo, sobre Valle Inclán -inmenso ingenio de la nadería pretenciosa-, sobre las figuras del agricultor o el cazador en materia de amores, etc, etc, son antológicos, un dechado de sabiduría y de gracia. Tenéis que leerlo, es un auténtico difrute. Le quedo muy agradecida. ]

34 comentarios:

Jesús dijo...

Claro, es más "demostrativo" hablar "con la luz de Dios" en los ojos y en el alma de las realidades de la vida que hablar de Dios a secas. En el primero caso se ve el efecto, y donde hay efecto hay causa; en el segundo hay causa, pero ¿y el efecto? A lo mejor no lo hay. Claro, claro, qué claro lo veo.
Gracias, Simone-Cristina-Enrique.

E. G-Máiquez dijo...

Me apunto a leerlo, ya. Y qué maravilla de entrada a cuatro manos, la Weil y tú, o a seis, contando a Baltanás, o a diez, contando a los Machado. Gracias a todos.

marinero dijo...

Discrepo. Nada sabemos de Homero, ni siquiera si existió; pero juzgando por la Ilíada, su autor, sea quien fuere, seguramente habría hablado de "los dioses", no de "Dios". No es imprescindible creer en "Dios" para poseer esa sabiduría; muchos creen en "Él" y no la poseen, y no faltan (ni han faltado) tampoco quienes no creen o creían en divinidad alguna, y sin embargo demuestran poseerla.

Cristina Brackelmanns dijo...

Aristotélico te veo, amigo.
Y la claridad es una de las muchas virtudes de la Weil: intuiciones profundas y una manera de exponerlas, entre matemática y poética, de una claridad deslumbrante.
Cada cuatro o cinco días, sobre todo después de algunos de esos "aburrimientos", necesito volver a ella.
Gracias a ti.

Cristina Brackelmanns dijo...

je je, qué ojo, es verdad, no salían las cuentas. Con "las manos" de Baltanás, como si las tuviera metidas en la masa, alguno de los hermanos se quedaba manco.
¿Vale ahora? porque ya me dejas dudosa, no sé si hay que contar las dos manos como en las partituras de piano, y entonces serían seis, o si sólo cuenta la que sujeta la pluma. Que ya no es pluma, sino teclado que se usa con las dos, como el del piano...
Mira que si al final son cuatro, una para cada Machado, que no estaban informatizados, y dos para Baltanás? Vaya lío.
Gracias, Enrique, no te lo pierdas, dáselo a cata a Carmencita, verás cómo le gusta.
Abrazos para todos.

Cristina Brackelmanns dijo...

Hola, discrepante nato. Tienes que leer a Simone Weil, verás que es muy lista y que ese detalle no se le pasó por alto. Y que también era muy discrepante.
Sólo fíjate que en ningún momento habla de "creer", sino de un contacto más profundo: dice "presencia", dice "haber pasado por el fuego de su amor", dice participar en su Sabiduría. Eso es algo que Dios otorga desde el primer día que puso al hombre en el mundo, aunque el hombre no supiera todavía a quién tenía que dar las gracias.
En fin, que sí, que el Espíritu sopla donde quiere, que tienes razón. Salvo en los dos últimos renglones: pueden no creer, pero buscarán. Un sabio no descarta alegremente, o no lo es.
Gracias por tus discrepaciones.

Verónica dijo...

Me atrevo por primera vez a meterme en este blog, cb. Te puedo decir que me ha emocionado esta entrada. No sé si tendrá que ver, pero también ese buscador incansable, a veces agónico, de la Verdad, que fue San Agustín, nos acaba diciendo en sus "Confesiones", una vez culminó esa búsqueda, que no se trata tanto de comprender, sino de amar.

Qué lúcido eso de "pasado por el fuego". Qué importante tenerlo en cuenta en esta época, en que, como decía Pablo VI, son más necesarios los testigos que los maestros.

Contagiarse de la luz de Dios, y luego traslucirla en la vida. En-carnación: qué claro lo veo yo también ahora, como Suso.

Gracias y hasta otra.

Cristina Brackelmanns dijo...

Verónica, estás en tu casa, es un honor.
Soy yo la que se atreve a contestarte. Te expresas siempre con tanta propiedad y distinción, que cada vez que te leo me siento una macarra.
Además, salvo algunas incursiones familiares insomnes, que me riñeron por haber publicado y borré, eres la primera mujer que comenta, así que doble honor. Te pongo en el cuadro del mismo.
Eso es: En-carnación. Estoy segura de que te entusiamaría leer a Simone Weil, si es que no lo has hecho ya. Tiene sus cosillas a veces extremosas (por ejemplo cada vez que habla de la Iliada, a continuación cita el Libro de Samuel, como muestra de dos visiones de la vida contrapuestas, en las que está presente, o no lo está, el amor de Dios), pero es deslumbrante y conmovedora.
Jiménez Lozano, además de considerla la inteligencia del siglo (pasado), la pone a la altura de san Juan y santa Teresa, y yo estoy de acuerdo.
Y el libro de E.Baltanas es de dar brincos de contento en cada página.

Muchas gracias por tu visita y hasta otra.

marinero dijo...

He leído, y con verdaderos placer y admiración, a Simone Weil; mi discrepancia no es tanto con ella como con la entrada, tal como está redactada. Y se resume en esto: no es preciso ser cristiano, ni siquiera ser religioso, para poseer y mostrar esa "sabiduría" de la que se hablaba. Claro que es una fácil petición de principio suponer que, si se posee, es que necesariamente una visión religiosa de la vida está detrás, aunque sea una religión entendida de un modo muy personal. Lucrecio, por poner un ejemplo, no habría estado de acuerdo; yo tampoco. La religiosidad no es una condición necesaria de la sabiduría, aunque tantas veces -tantas hermosas veces- se den juntas.

Ángel Ruiz dijo...

Cristina, tengo que pedirte perdón también a ti; esto es como la gripe: Marinero se lo estoy pegando a gente cercana, sin querer.
Marinero tiene algo de troll: a veces escribe con otros nombres y hace pequeñas trampas como Gollum, dialogando consigo mismo.
También tiene algo de Quijote: enloquece (o tolea, como se dice en Galicia) cuando se le niega su dogma de que la santidad laica no es posible.
Y no le menciones a Trapiello, que es como el ajo para él (aunque no quiero decir que sea Drácula).

Cristina Brackelmanns dijo...

Permíteme dudarlo ¿o a qué viene entonces la patochada anterior?
Mira, marinero, Ignacio, o quien quiera que seas, tengo una fortísima sensación de déjà vu que me quita las ganas de entrarte al trapo, y mira que con Lucrecio me lo pones fácil.
Sólo voy a decirte una cosa que se resume en esto:
Hay tres clases de discrepancia. La del que discrepa con sinceridad, buscando acercar posiciones o al menos entender al otro y hacerse entender.
La del que simplemente quiere dejar constancia de que tú estas ahí y yo estoy en el lado de enfrente.
Y la del chinchoso que sólo las suelta para ver por dónde salen estos que son unos memos.
Con los de la primera se habla y es un placer, a los de la segunda se les dice "vale", y de los de la tercera, típica de foreros, adolescentes revueltos y otros etc, se pasa.
Tú andas entre los segundos y los terceros, así que, respecto a lo del sabio a-religioso, que no tiene nada que ver con esta entrada, sólo te digo que ésa es tu opinión y la mía es la contraria.
Buen fin de semana.

Cristina Brackelmanns dijo...

No problemo, Ángel, Marinero de la mar está muy visto.
Más que de Don Quijote me parece a mí que tiene algo de adolescente crónico. Adolescentes he disfrutado unos cuantos -también me disfrutaron a mí- y sé que se pasa y después da gusto. Chinchoso, que de adolescente no tiene nada, esperemos que algún día tenga cura.
Y que me pilla liada y sin ganas de entrar al trapo. Porque eso es lo que hace, sacudir el trapo, no sé cómo se dice en lenguaje taurino.

marinero dijo...

No calificaré las descalificaciones de la titular del blog; son cosa suya. Sólo diré que ni me gusta discrepar, ni estar de acuerdo; me gusta ayudar, en la medida que puedo, a construir junto con el otro un razonamiento aceptable, que se enriquezca -si ello es posible- por ambas partes. Ángel Ruiz no me lo pone fácil; no es la primera vez que, simplemente, censura en su blog un comentario mío, cosa que yo nunca he hecho con nadie. El respeto al otro, cuando es efectivamente otro, es cosa que parece costarle lo suyo; lo siento por él. Lamento constatar que, a juzgar por lo que dice, sea también de algún modo el caso de la propia Cristina. Yo tengo, lo repito, una real admiración por Simone Weil, de la que habré leído como media docena de libros y que me ha sido de indudable ayuda en mi propia tarea de escritura. Dígase lo mismo de muchos otros autores, religiosos -San Juan de la Cruz, Dante o Gerard Manley Hopkins están entre mis poetas de cabecera- o no religiosos. No sé qué relación puede haber entre quien discrepa, o intenta hacerlo, respetuosa y razonadamente, como es mi caso, y el "troll" de Ángel, o el intermedio entre exhibicionista y provocador de Cristina; sí sé que dicha relación no está en mis notas; debe estar más bien, presumo, en la excesiva imaginación de quienes lo dicen.

marinero dijo...

Ah, por cierto: no sé de dónde puede sacar Ángel Ruiz lo de mi aversión por Andrés Trapiello. No sólo es, probablemente, el autor español vivo a quien más he leído (y releído), sino que a mi admiración se suma la gratitud; gracias a él, y me consta, uno de mis libros fue finalista en su momento del Premio de la Crítica. Me temo que, en ésta como en otras cosas, Ángel es el desenfundador de opiniones (vengan o no a cuento) más rápido del oeste. Un poco de sosiego en eso no le vendría mal, me parece.

Cristina Brackelmanns dijo...

Buen discurso (¿así que Ignacio, no?), además de tener futuro en las letras, lo tienes en la política.
Eso de "ayudar [en la medida que puedo, claro, seamos modestos que ahora toca ir de majete dolido] a la construcción de un razonamiento aceptable..." te ha quedado de lujo.
¿Por qué vas así por los blogs? (que digo yo que será sólo por los blogs, porque, si no, vas dado).
¿No crees que se te nota demasiado que lo único que quieres es jugar al ratón y al gato (tú el gato, faltaría más), que ni te molestas en leer, que disfrutas pensando que metes en apuros al personal, y que eres tú el que cada vez que abres la boca lo descalificas?

Anónimo dijo...

Muy buen post me gusto la descripcion!

Unknown dijo...

Uf, iba yo a dar las gracias por las recomendaciones y vaya la discusión que se ha montado. En fin, yo, de Baltanás había leído unas cuantas cosas de poesía y de sus prosas con admiración, incluso de crítica, pero no el estudio de los Machado. El crítico que sabe sacar lo mejor de los autores y de sí mismo es un maestro. Gracias mil, pues, por la recomendación. Y del texto de Weil, pues, qué voya decir... enormes gracias también. Por sus frutos los conoceréis, he pensado yo al leerlo. Maravillosa la imagen del fuego sobre la comida.

marinero dijo...

En fin, es inútil intentar razonar con quien no razona. Cito: "chinchoso", "muy visto", "adolescente crónico"... (¿sigo?). Busque la amiga Cristina términos semejantes referidos a ella -salvo cuando la censuro por abandonar brutalmente el terreno de la controversia razonada pasa pasar al de las descalificaciones personales, cosa que debe parecerle del todo normal- y póngalos aquí, para que todo el mundo los vea.
Claro que no hace falta tomarse ese trabajo: "cada vez que abro la boca, descalifico"; o sea que, en mi caso, es el mero atrevimiento de tener opiniones propias y expresarlas lo que, para ella, se convierte automáticamente en "descalificativo".
En fin, me temo que sus "razonamientos" tienen, en este asunto, el mismo valor que la barbaridad que censuraba a Ángel Ruiz, quien se permite afirmar absurdamente (y sin la más mínima sombra de motivo o prueba, para qué), mi aversión a Andrés Trapiello. No me gusta hacer suposiciones sobre lo que no conozco (para eso ya están otros, y otras), pero sospecho que eso es resultado de pensar por bloques: de un lado están los buenos (o "los míos": son términos del todo equivalentes), y del otro los malos, a quienes se puede legítimamente atribuir todo lo desagradable que se nos ocurra.
¿Qué falta hacen razones o pruebas? ¿No son los malos? Pues eso, todo lo desagradable que se piense les es atribuible, sin más.
Yo respeto las opiniones ajenas; sobre los insultos, o descalificaciones, entiendo que sólo descalifican al que los profiere. Razonar (ese propósito mío que tanto le extraña), ciertamente es otra cosa.

marinero dijo...

Por cierto, una curiosidad: ¿quién es "Ignacio"? Reconozco que no capto la alusión.

E. G-Máiquez dijo...

Mira, Marinero, esas alusiones que no capta no son más que pruebas de la humildad de tus anfitriones a la fuerza. Lo de "Ignacio" es un inmenso elogio. Ignacio Jáuregui, espléndido escritor de viajes (véase su India, primera mirada. Cuadernos del paseante invisible, aunque es probable que usted también lo haya leído ya, por supuesto) es un amigo mío, agnóstico, con el que tuvimos gloriosas discusiones en su día. Tómeselo, ya digo, como un elogio de la siempre misericordiosa CB. Y lo de Ángel con Trapiello es que él no concibe que haya más de uno como ustedes, tan firme en sus visitas. Pero entienda usted que con su extraño anonimato (que no quita para que nos recuerde, oh, sus libros publicados y sus casi, oh, oh, premios a la crítica) produzca ciertos errores de apreciación. Yo, de usted, no dejaría de visitarnos, pero con su nombre (y su bibliografía) por delante, que, aunque no es la costumbre de la blogosfera, lo es en este rincón, como ya le habrá dado tiempo a comprobar.
Abrazo.

marinero dijo...

Lamento que EGM, a quien admiro y respeto, se sume al coro de las descalificaciones sólo por mi gusto en el anonimato; puede estar seguro de que, si la situación fuera al contrario, yo no lo haría. Querer permanecer en la sombra no es un delito.
Y, respecto a mi trayectoria literaria, yo soy el primero a quien no le gusta decir de mí mismo cosas que puedan sonar a elogio; pero comprenderá que era muy difícil explicar que siento no sólo admiración, sino gratitud, hacia AT, sin contar de alguna manera el motivo. Délo por no dicho, si tanto le molesta.
Recuerdo, en cualquier caso, que yo no he descalificado a nadie, que con nadie me he metido en el terreno personal; piense EGM, a quien pese a todo considero razonable, si lo mismo puede decirse de él y de otros intervinientes, y si la respuesta a esa pregunta no le produce cierta desazón.
Por mi parte, aquí acaba el asunto; aunque rogaría, para futuras ocasiones -si las hubiera- que se eviten las descalificaciones personales; sobre ser poco elegantes, sigo creyendo que sólo descalifican de hecho a quien incurre en ellas.
Hay maneras de razonar nuestro desacuerdo sin entrar en ese vidrioso e incómodo terreno. La luz especial de la que hablaba -con razón, aunque en términos un poco demasiado excluyentes para mi gusto- la amiga Cristina, debiera servir para iluminar territorios algo menos, digamos, vulgares. No me imagino, por cierto, a Simone Weil respondiendo a un contradictor en términos parecidos a los que aquí se emplean. Un poquito de por favor, oiga.

E. G-Máiquez dijo...

Oh, no, Marinero, no me molesta su anonimato; simplemente explica algunas confusiones de mis amigos y cierta actitud preventiva en ellos y en mí, que usted, tan razonable, ha de comprender. Imagínese hablando con una máscara cuando todos van con la cara descubierta. Y sobre el casi Premio de la Crítica Trapillense no es tampoco molestia, ni envidia, aunque quién lo pillara, sino pura curiosidad. Que usted, tan galante y exquisito, despierta, quizá sin querer, impelido por las circunstancias, y que luego defrauda. Pero, bueno, usted tiene, como asegura, sus razones, y éste, su seguro servidor, se las cree ciegamente, con la fe de un carbonero. Abrazos.

Cristina Brackelmanns dijo...

De acuerdo, marinero, volvemos a empezar. Vamos a suponer que no eres quien yo suponía que eras, que, efectivamente, es un fuera de serie pero con gran afición, más que a conversar, simplemente a poner contra las cuerdas. Todavía tengo rozaduras en la espalda de la última, en la que yo eché el resto mientras él jugaba, y te aseguro que salí quemadísima jurándome que nunca más.

No sé qué hubo en tu diferente manera de hablar la primera y la segunda vez, que me hizo pensar que algo no encajaba y que impostabas las voces, es decir: que jugabas (¿cómo se entiende si no que un lector de S.Weil venga a apuntar que Homero no podía creer en Dios, que en todo caso lo haría en los dioses? ¿Cómo no sabes que si Weil habla de la Ilíada -y mucho-, o del Libro de los muertos o del Bhagavad-Gita o de los Eddas escandinavos... es precisamente por eso? Y si lo sabes ¿a qué viene el apuntamiento?)
También vi una cierta manera de coger el rábano por las hojas, de ir desviando el tema, de hacer decir cosas que no se habían dicho (es muy tocho eso de tener que recurrir a un "por tu manera de redactar" porque no se encuentra ninguna frase concreta contra la que arremeter ¿no?), que me mosqueó bastante y me recordó a todos los chinchosos que entran a los blogs sólo a provocar. El último -si frecuentas el blog de Ángel lo habrás leído-entrecomillaba pero sacaba de contexto, tomaba en un sentido lo que se decía en otro, generalizaba lo particular, particularizaba lo general (bueno, eso sí que vale, aunque también puede ser un poco chinchorrero) y aparecía en entradas diferentes repitiendo "te contradices, te contradices".
Cansa mucho, marinero, quema mucho, es descalificador porque entran de listillos a pasar el rato y a llevarte a su terreno con malas mañas o hacerte quedar por tonto.
Si tú no eres de esos, mil perdones. Confieso que tengo propensión a leer entre líneas (no para enredar, como hacen otros -no digo tú-, sino para entender qué se dice y por qué se dice), y unas veces hago grandes descubrimientos y otras pego patinazos de impresión.
Si he pegado el patinazo, no te des por aludido, no iba contigo. Comprende que un seudónimo puede dar lugar a confusión. Por cierto, estaría muy bien que si tienes un blog, ese en el que dices que nunca has censurado un comentario, nos permitieras participar. Te conoceríamos mejor y de paso se evitarían equívocos y malos rollos.

Vuelvo a pedirte disculpas, no soy digna discípula de Simone Weil; por eso la leo tanto, a ver si un día se me pega algo.

Cristina Brackelmanns dijo...

Gracias, anónimo, y gracias a ti por la visita, Javier.
Sí, quien sabe sacar lo mejor de los autores, del prójimo y de sí mismo es un maestro.
Y "por sus frutos los conoceréis" es otro de los grandes temas de S.Weil, precisamente.
Gracias y perdón también a vosotros.

marinero dijo...

Gracias, de veras, a Cristina por sus última nota. Honestamente, me deja sin palabras. Gracias.
Puede, por lo demás, tranquilizarse: ninguna diversión encuentro en meterme con nadie (creo que, habiendo pasado ya de los 50 años, sería sicológicamente preocupante que la encontrara).
Y una última nota: no, no tengo un blog. Mi alusión a la "no-censura" se debía a que, habiéndome ocupado en alguna ocasión de la edición de revistas literarias, cuando he excluido algún texto lo he hecho, o he intentado hacerlo al menos, siempre por razones igualmente literarias, no ideológicas o personales.
Lo cierto es que, aunque una discusión como la aquí producida pueda dar una impresión distinta, gusto de la discreción y el apartamiento (gusto de ellos, al menos, mucho más que de sus contrarios), y el tener un blog propio contradiría demasiado esos gustos. (No se entienda que lo censuro en otros; todo lo contrario).
La verdadera razón de mi anonimato es que, habiendo publicado varios libros (alguno de los habituales aquí me consta que me ha leído), la imagen que esos lectores previos puedan tener de mí me restaría libertad a la hora de decir lo que pienso. Es decir, es de pura comodidad personal. No, ciertamente, un pretexto para decir barbaridades, que (¡a mi edad!) ya no me divierten.
Aprovecho, de paso, para pedir perdón si alguien se ha sentido molesto por algún comentario mío, o siquiera por el tono; puedo jurar que no era mi intención.

Cristina Brackelmanns dijo...

A sus pies.

Y, por favor, en ningún momento interprete que Enrique García Máiquez se sumaba a ningún coro. Ha sido una sutilísima llamada al orden a una amiga que perdía los papeles.

E. G-Máiquez dijo...

Un toque sutilísimo, bueno, si acaso muy leve. Pero sobre todo queria advertir a Marinero de que si prefiere el saleroso heterónimo debe asumir sus consecuencias sin escandalizarse. Entre las que están las confusiones y las suspicacias de sus anfitriones.

Y qué cosa tan rara, que me ha dejado meditabundo, que los libros de uno puedan restarle libertad personal a la hora de decir lo que piensa.

marinero dijo...

No los libros; la imagen pública que puede deducirse de ellos, y que siempre tiene algo, como ya lo señalara Borges, de malentendido. Yo pienso, con él y con Kipling, que las opiniones personales del autor no son lo más importante, ya no a la hora de juzgar una invención literaria, sino incluso a la hora de crearla. Pertenecen, esas opiniones, a un orden de realidad más superficial e inestable que aquel al que debe apelar -tal como yo veo las cosas, al menos- la poesía. Y es bueno que no se confundan.

Mora Fandos dijo...

Bueno, pasada la polvareda, y su feliz desenlace, sólo quería comentar que me ha encantado esta fenomenología del conocimiento a través de las patatas crudas o cocidas. Qué gran escritora es Weil. Con todo, la metáfora de la luz que ilumina y se proyecta sobre las cosas de este mundo, su separación tajante entre los dos ámbitos, se podría completar con otra en un contexto de acción humana, que suavizara la distinción/separación. Lo que propongo es pensar una luz que emerja del interior de las cosas, y más que las cosas –para evitar la cosificación que suele traer hablar de ellas-, de la vida humana, donde es posible, mediante la libertad, facilitar la presencia de esa luz, hecha algo más íntimo. Lo pienso en un sentido de salvación, más católico que protestante.

E. G-Máiquez dijo...

Touché, Marinero. Argumento inapelable ante el que sólo me cabe decir: Amén. O quizá Mea culpa, porque yo no distingo mis comentarios de mi literatura. Aunque tal vez, me digo para consolarme, es que mis opiniones hacen pie en el mismo fondo del que salen mis poemas. En cualquier caso, qué interesantes matices, ¿no?

marinero dijo...

Interesantísimos, desde luego. Yo creo que le distinción que hago es real, pero no estoy convencido de querer decir en realidad eso, o sólo que, en mi opinión, debiera serlo. Pero, desde luego, el tema es fascinante. Y pensar en él (sea cual sea el resultado de nuestros pensares), de lo más instructivo, me parece.

Cristina Brackelmanns dijo...

Lamento la polvareda, José Manuel, quizá estaría bien dar una pasadita de aspirador.
Creo que S.Weil dice exactamente lo mismo que tú. Aunque por los párrafos seleccionados (es el problema de los extractos)puede parecerlo, más que de una luz que incide directamente sobre los objetos, se trata de una mirada. Esa luz está en la mirada y es una luz que sólo se adquiere después de un contacto que afecta íntimamente. Habla incluso del alma que "se ha acostado" con Dios y se levanta embarazada; el embarazo es la prueba, dice (algo tiene que ver con ese hermoso parto de la esperanza del que hablas en tus notas al libro de poemas de Baltanás, que te escribí un comentario pero ha debido de volarse).
La luz, volviendo a lo que decías de la separación tajante, no añade sino que descubre, hace emerger las cosas, o la vida humana, bajo su verdadero aspecto.
Es decir, las patatas crudas o cocidas no son el objeto, aunque tienes razón en que lo parece, somos nosotros.

Cristina Brackelmanns dijo...

Y muchas gracias también a vosotros, Marinero y Enrique, por el buen temple de ambos y por los interesantes derroteros. Quizá más que de diferentes niveles en el opinador-poeta, que es siempre el mismo, es posible que se trate de diferentes materias. Hay materias opinables, como decía Platón (que no se refería a los temas que hoy suelen ocupar las columnas de "opinión", sino al conocimiento sensible), y materias no opinables. La poesía no tengo la menor idea de por dónde debe moverse, si por las primeras pero desde las segundas, o quizá más al fondo.
Gracias de verdad a los dos.

Mora Fandos dijo...

Gracias Cristina, ahora lo veo más claro. Me parece que interpreté así porque creo en el sentido intrínsecamente positivo de la realidad -mundo y persona-, siguiendo el sentido católico, y esto me lleva a reaccionar cuando a veces encuentro autores de tema religioso, muy sugerentes, que parecen aportar con toda la buena voluntad un voluntarismo positivo ante un mundo radicalmente caído: sea de tipo activo, romántico, heroico (dar sentido a algo que en sí no lo tiene); o pasivo, esperándolo todo de la Voluntad de Dios, desconfiando del concurso humano positivo. Por ejemplo El poder y la gloria, de Greene. Y esto me parece más protestante que católico, y por eso con un fondo (algo) pesimista.
Lamento que tu comentario se perdiera; si te acuerdas y quieres enviar, será muy bienvenido.