29 septiembre 2010

La teología que es hoy "pequeña y fea"

-I.-"Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba al tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérsela -sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno."
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-II. "El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual quiere decir: sólo para la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en una cita à l'ordre du jour, pero precisamente del día final."

-IX. "Tengo las alas prontas para alzarme, /Con gusto vuelvo atrás,/ Porque de seguir siendo tiempo vivo, /Tendría poca suerte. Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irrefrenablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso."

WALTER BENJAMIN, Tesis de filosofía de la historia . El texto y la viñeta están tomados de la página de Enrique Eskenazi: http://homepage.mac.com/eeskenazi/filosofia.htm
[Acaban de cumplirse setenta años desde la muerte de W.Benjamin en circunstancias no muy claras en Port-Bou, la noche del 26 al 27 de septiembre de 1940, después de que le negaran la autorización para entrar en España. Benjamin debía tomar un barco en Lisboa con destino a los Estados Unidos, desde donde lo reclamaban sus amigos Adorno y Horkheimer huidos con prudencia tiempo atrás.
Según cuentan quienes lo acompañaron en el camino a pie hasta Port-Bou, su mayor preocupación era la de salvar un grueso manuscrito con su último trabajo, el que le retuvo en París cuando aún le hubiera sido posible salvarse. El destino de esa inseparable cartera negra de mano que protegía más que a su vida, sigue siendo un misterio. Según el acta levantada por el juez, las pertenencias del Sr.W.B. eran una maleta de piel, un reloj de oro, una pipa, un pasaporte expedido en Francia por el American Foreign Service, seis fotografías tamaño carné, una radiografía, unas gafas, diversas cartas, unos cuantos papeles y algo de dinero. Con ese dinero pagó escrupulosamente la cuenta de la pensión en la que murió y su enterramiento. No dejó deudas.
No hay un ángel de la Historia y Benjamin lo sabía. Los ángeles visitan a los que en ella viven, acompañan sus historias, y se los oye o se los desoye. Quizá su ángel, el de su historia, lo animaba a abandonar la biblioteca en la que tomaba notas y a escuchar la llamada de sus amigos cuando todo era posible. Quizá entre los montones de notas decía: "¡Ahora!"
Es sabido que los ángeles no se dejan empujar por los vientos de la tierra y nunca vuelan de espaldas. Los ángeles guían, caminan hacia delante y saben siempre a dónde van. La Historia marcha sin ángel, desbocada y terrible, sin la menor idea de hacia dónde va, y ni siquiera de por dónde vino. Eso es lo que Benjamin sabía, que sólo Dios sabe, y que todas y cada una de las innumerables pequeñas historias, las únicas que los ángeles velan, serán tenidas en cuenta. En Port-Bou, en medio del huracán, no estaba el ángel de la Historia, sólo estaba Benjamin enredado. Seguramente, cuando redactababa sus tesis contra el materialismo dialéctico -aquella visión de la Historia como apisonadora, rodando imparable y omnisciente rumbo a la sociedad sin clases-, no imaginó que ese texto, la novena de las tesis, podría leerse un día como una premonición, como la descripción de sus últimas horas. El cuadro de Klee, el que tanto le gustaba y arrastraba de casa en casa, puede ser visto entonces - y estremece verlo así- como su propio retrato. Qué lástima de vida. Tenía cuarenta y ocho años.]

13 septiembre 2010

En la hospedería del Valle de los Caídos (y 3)

Cristo resucitado. Juan de Ávalos. Cementerio abadía benedictina Valle de los Caídos

La semana, que tan larga parecía, al final se me hizo corta.
Las caminatas por los pinares, con aquel olor a resina penetrante, el suelo lleno de piñas, matojos y agujas secas que sonaban crunch-crunch a cada paso, y el sol colándose entre las ramas, daban la vida. Un día vi pasar corriendo a un gamo. Otro día pasó una ráfaga de felicidad sin porqué, desconcertante, como equivocada de sitio. Otro día más, en lo alto del camino que lleva a la base de la Cruz, me pareció entender por fin ese "a la sombra de tus alas" tan repetido en los Salmos.
"A la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad", dice por ejemplo el S. 57, y piensas en Dios como un águila que cuida de sus polluelos, o en las alas de los querubines de oro que flanqueaban el Arca, como leí en algún sitio. Demasiado alegórico, demasiado distante todo. Allá arriba, a la sombra de la Cruz bajo el sol de mediodía, es fácil descubrir qué alas son las que nos acogen.
Uno de los últimos días, cruzando la pinada, al llegar a un claro desde el que se ve toda la sierra de Guadarrama, el móvil se despertó y empezaron a entrar mensajes atrasados: que cómo estaba -pues estupendamente; que cuándo volvía -por mí dentro de un par de años.
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Poco a poco fui conociendo al resto de los hospedados: Un señor de Bilbao que nunca sabías si hablaba en serio o te estaba contando un chiste, primo de uno de los monjes, me acompañaba por la tarde a Vísperas. Nos poníamos en el sitio reservado para los huéspedes, al lado del organista, y cogíamos el libro de cantos marcado con papelitos. Cuando nos perdíamos entre los papelitos, el organista, sin mover la cabeza, como si nos viera de oído, susurraba: “Himno, página 32”, o “Magnificat, página 3”. A la salida, el primo monje se quedaba un rato hablando con nosotros, y cada tarde aparecía con unos libros o unas hojas que acababa de imprimir o una dirección de Internet que pensaba que nos podía interesar, y siempre acertaba. Se nota que son una Orden de acogida, con una Regla que reza: "al que no tiene qué darle, déle una respuesta amable, porque está escrito: “Más vale una palabra amable que la mejor dádiva”. Todos hablan amablemente y lo justo -que es un arte bien difícil-, miran con afecto y escuchan con atención. Como bien dicen, la vida en un monasterio no impide la proximidad, la proximidad es una cuestión de amor.
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Conocí también allí a una tocaya muy agnóstica y meditativa, que llamaba al valle "la montaña mágica", de la que acabé amiguísima. Hablábamos mucho y practicábamos la traducción simultánea: donde ella decía "estar orientado", yo decía "fe"; donde yo decía "gracia", ella decía "canalizar"; donde ella decía "auto-conciencia", "auto-sanación", "autoayuda"..., yo quitaba el "auto"...; cuando hablábamos de la belleza del lugar y el encanto de la hospedería estábamos completamente de acuerdo. Una mañana bajó a la Misa en la Basílica y salió conmovida. Cuando nos despedimos, yo sólo supe decirle "que te vaya muy bien, que encuentres lo que buscas", y ella fue quien respondió: "que Dios te bendiga". Es posible que a veces los "de lejos" estén más cerca de Dios que los "de casa".
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Por la noche se organizaba una tertulia en el porche; algunos eran asiduos y contaban cosas sobre la vida allá arriba en invierno: sobre los niños de la Escolanía, que estudian su curso y aprenden a cantar como podéis oír más abajo, o sobre lo tristes que se marchan cuando cumplen los catorce y les cambia la voz, o cómo muchos de ellos son hijos de antiguos escolanos que recuerdan esa etapa como lo mejor de su vida. Contaban que los oficios de Semana Santa con la Escolanía, y especialmente el de la noche de Pascua, son inolvidables; que hay quien sube a pasar allí la semana entera para vivirlos de cerca, pero que, con todo, da pena ver la Iglesia tan vacía, sobre todo desde que han cerrado el Valle y la gente da por sentado que la Basílica y la abadía lo están también. Después he sabido que sólo gracias a las muchas gestiones y a la perseverancia del abad no ha sido así. Los benedictinos siempre han sido una orden evangelizadora y civilizadora, una fuerza de resistencia frente a la barbarie, y está claro que lo siguen siendo. Precisamente el sábado pasado, en la fiesta que el Instituto Alemán dedicó a Baviera para celebrar la noche en blanco, me enteré de que München -monjes- se llama así por los de San Benito; no me extrañaría nada que les debiéramos hasta la cerveza.
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Cumplida la semana, me recogieron al anochecer. El valle, tan oscuro y sobrecogedor la primera noche, parecía tan acogedor la última que al marcharme casi lloro. Hace un mes de aquello y todavía, cuando salgo de casa por la mañana, pienso: ahora cantan Laudes, y cuando recojo la cena: ahora Completas. Conforta saber que mientras aquí abajo unos empiezan el curso, otros pierden el empleo, unos corren a su primera cita, otros se despiden para siempre, unos esperan y otros desesperan, ellos oran incansables por todos los caídos, que eso al cabo es lo que somos todos: Deus, in adiutorium me intende; Domine, ad adiuvandum me festina. Es decir: Dios mío ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme.
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-Aquí os dejo unas imágenes de la Misa: http://www.youtube.com/watch?v=XvclcOMG8fg

- Aquí el Llibre Vermell, en las voces de los monjes y la Escolanía, con un preciosísimo Virelay "Polorum Regina" al final (minuto 6'49):
https://www.youtube.com/watch?v=sq_mtQsr5t4
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03 septiembre 2010

En la hospedería del Valle de los Caídos (2)



-El portero de la Abadía me explicó muy amablemente (no se le parecía en nada, pero me acordé de Sebastian Flyte) que todos los días a las 11 se podía asistir a la Misa conventual en la cripta de la Basílica, también se podía participar en los oficios de Laudes y Vísperas con la comunidad.
Los monjes se reúnen siete veces durante el día a cantar el oficio divino, más o menos cada tres horas, tal como ordena la Regla de San Benito (...Dice el profeta "siete veces al día te alabé". Nosotros observaremos este sagrado número septenario si cumplimos los oficios de nuestro servicio en Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas), y se levantan otra en la noche (Pues de las vigilias nocturnas dice el mismo profeta "A media noche me levantaba para darte gracias", levantémonos por la noche para darle gracias...), y asombrosamente, porque además trabajan, nunca parecen cansados ni se les escapa un bostezo. Cada semana salmodian los 150 salmos de un salterio completo y cada domingo vuelven a empezar.
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A las 11 estaba en la Basílica. Ver entrar a los monjes en doble fila, silenciosos y con la cabeza baja, con esa difícil mezcla de humildad y grandísima dignidad que supongo que dan los años de sujeción a la Regla, ya impresiona. El recogimiento y la solemnidad de la celebración aunque era una Misa de diario (una distinción absurda, como si lo que ocurre no fuera lo mismo en diario que en festivo)); el cuidado, casi diría mimo, de la liturgia; el canto gregoriano y el eco doblándolo en las naves como si las piedras se echaran a cantar (ese Kyrie al empezar que de inmediato te plantaba en los adentros, ese Gloria como un rompimiento de gloria...); el incienso subrayando y adorando... Todo ayudaba a levantar el corazón y abrirlo al misterio. Corazones caídos que se levantan, corazones cerrados como puños que se abren, por eso el rito, aunque es repetición, nunca es rutina. El rito es recuerdo del significado, lo contrario de la rutina, que es su olvido.
Al terminar la Misa volvieron a salir en fila, con los ojos bajos, como uno solo con muchos pies. No es un modo de hablar muy subido pero "ahí queda eso" fue lo que se me vino a la cabeza mientras pasaban, y "gracias" también.
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Al salir, a 1.500 metros de altura y con el móvil muerto, ya no me sentía aislada. Pensaba en esa homogeneidad, la de la comunidad, la del mismo canto, sin brillos, sin solos, sin tenores ni barítonos, sin concesiones a la sentimentalidad, en ese apagamiento del "yo" que sin embargo alimenta el alma. En esa uniformidad que, al revés que tantas otras, hace crecer y dignifica; como si borrara el "yo" sobrante y falso para hacer crecer el verdadero, al revés que tantas otras. En el despojamiento que enriquece. Pensaba en la vida pautada, pautada hasta extremos que no resistiríamos dos días -sólo hay que leer la Regla- y en la obediencia, y en la calma y la paz que desprenden y en cómo edifican con su sola presencia. Pensaba en las órdenes de predicadores, que cultivan la palabra, y en las que cultivan el silencio, que también predican; en la importancia del lenguaje de los gestos, eso que ahora han descubierto los psicólogos y los expertos en recursos humanos y lleva siglos practicándose en la liturgia, y en que un monje silencioso y con los ojos bajos es puro lenguaje, un lenguaje que traspasa.
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Con todo esto y dando vueltas por la explanada, decidí que necesitaba urgentemente un plan. Un plan no es una Regla pero es fundamental cuando se llega desarreglado. De momento domestica el tiempo, lo pone de tu parte y, por simple que sea, ya es algo que obedecer. Decidí que los cantos de Laudes los oiría desde mi cuarto al despertar, que no era cosa de andar llamando a las puertas de ninguna abadía a esas horas. Después iría a la Misa de la Basílica y, al salir, tiraría monte arriba; por la tarde, antes de Vísperas, tiraría monte abajo. Las butacas bajo los chopos a la entrada de la hospedería parecían un sitio ideal para leer en los ratos libres y, escondida al fondo del patio acristalado, descubrí una máquina que por 50 céntimos te daba un café y las gracias. Con la abadía enfrente, un plan y hasta café, la semana por delante empezaba a pintar de maravilla.